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jueves, 23 de noviembre de 2023

'Plegaria para pirómanos', de Eloy Tizón

Plegaria para pirómanos y la transgresión literaria

Carmen Romeo Pemán


Eloy Tizón
, Plegaria para pirómanos, Páginas de Espuma, 2023, 192 páginas. 

Nueve relatos, cuyo número recuerda a los Nueve Cuentos de J.D. Salinger, 1953.

Los relatos de Eloy Tizón forman un todo coherente. Tienen una gran lógica interna y están tejidos con abundantes hebras de cohesión narrativa.

Prólogo. Grafía: el primer relato. Aquí encontramos claves temáticas y técnicas que se repetirán en otros relatos.

Primera parte. El fango que suspira y Agudeza. Estos dos relatos, y Grafía, están dominados por planteamientos globales, que permiten el uso de varias tramas alternativas. Una gran novedad para el género.

Bisagra. Dichosos los ojos: No es propiamente un relato, es una pieza de prosa poética, un canto a la belleza de lo sensorial.

Segunda Parte. Mi vida entre caníbales, Ni siquiera monstruos, Anisópteros y Cárpatos. Aquí las estructuras globales se rompen y dan paso a situaciones fragmentadas. Nada tiene que ver con nada. La realidad son trozos (Anisópteros, p. 141).

Cierre. Confirmación del susurro. Lo pasional baja el tono y la plegaria se convierte en un susurro.


Plegaria para pirómanos

En algunas entrevistas, Eloy Tizón ha hablado del choque semántico que se produce entre las dos palabras del sintagma. Plegaria, la voz silenciosa, se opone a pirómanos, la acción brutal sin palabras. Pero eso es solo un recurso literario frecuente en muchas piezas de nuestras letras.

Aquí nos interesan sus connotaciones globales. Podemos explicarlas de muchas formas, pero encontramos la respuesta del autor en el relato Ni tan siguiera monstruos.

Nosotros, todos, somos como ese niño soldado con lanzallamas al que le han arrancado todo, al que le han matado hasta los sentimientos, al que una voz narrativa no identificada lo anima a:

Quemarlo todo y después sentarse a fumar un cigarrillos, dos cigarrillos, ¿quieres uno? Con toda parsimonia sobre los escombros calientes de Buckingham Palace o del Vaticano (p.100).

Ese niño al que Erizo, el narrador, sin ser consciente del poder de su máquina de fotos, lo mandó a la muerte. Ese niño es el símbolo de nuestras atrocidades. Su muerte, y la de todos los niños como él, pesan sobre nuestras conciencias. Ellos, los abatidos, los maltratados, los esquilmados, tienen derecho a establecer un orden más justo en el mundo: Quemarlo todo. Oh boy oh boy oh boy. Se enciende, se apaga, se enciende (p. 119).


Grafías

Erizo, un escritor fracasado, un estudioso de la obra de Xavier Serio, está amenazado con perder su vivienda por no pagar las rentas. Le cambia la vida cuando acepta escribir un prólogo de la obra de Halma Tigredi, una escritora superventas.

El relato es una parodia, una crítica irónica a la nueva función del escritor en la cultura de masas y en los intelectuales esnobistas. Esta parodia se magnifica al expandirse en tres tramas simultáneas. Un gran alarde técnico y una transgresión para el modelo de relato clásico.

Las tramas, tejidas por Erizo, narrador y personaje, aúnan tres formas de obsesión por la literatura como un nuevo culto moderno, al margen de su calidad.

Xavier Serio, como canta su nombre, es un autor sesudo y serio, poco conocido entre las masas, pero que despierta una gran pasión entre sus seguidores, hasta tal punto que, entre ellos, se relacionan en el comercio de ediciones clandestinas.

En paralelo, una editorial divulga y magnifica la obra de la reputada escritora Halma Tigredi, un fenómeno comercial mundial. Estas dos tramas avanzan en oposición.

Y mientras tanto, Erizo, que ama profundamente la literatura, no tiene lectores ni críticos, pero logrará sobrevivir a costa del fenómeno Tigredi.

Grafía es un relato extenso, casi una novela breve, una especie de prólogo a los nueve cuentos en los que se buscan nuevos universos creativos.

En esta aventura nos guía Erizo, un narrador presente en casi todos los relatos, una especie de alter ego de las distintas personalidades que habitan los mundos interiores de Eloy Tizón.

Erizo, en su afán experimental, había escrito la obra, r(ictus), condenada al fracaso:

Carecía de signos de puntuación y de mayúsculas, no tenía final ni comienzo. La numeración era aleatoria: a la página 37 sucedía la 6. Podía ser leído en cualquier orden.

En algunas páginas el texto aparecía invertido, cabeza abajo, para obligar al lector a torcer el cuello o dar a vuelta al volumen y perderle el respeto al libro. La portadilla estaba colocada al final (p. 20).

Los experimentos y la reacción del público nos traen a la mente las primeras vanguardias de finales del siglo XIX y principios del XX. También hay una gran influencia de la revolución narrativa de los años sesenta y del boom latinoamericano. Cada pocos años los paradigmas literarios se desgastan, entran en crisis, y se buscan nuevos caminos fuera del canon consagrado. Esos caminos no siempre llevan a buen puerto, pero siempre dejan su huella.

Grafía, además, es un experimento en la mente de su narrador, una ruptura con la realidad en forma de parodia y de broma infinita a lo Foster. Con este talante tenemos que acercarnos a las obras de Eloy Tizón para entenderlas cabalmente.

En una nota al final, en un doble salto mortal de ironía narrativa, añade un catálogo de citas, entre otros de Harold Bloom, Franz Kafka, Samuel Beckett, Paul Morand, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, Oscar Wilde. Una carcajada dialogística, como las de Bajtín, que pone en solfa el canon tradicional. Acabamos de descubrir, con Tigredi, que fuera del canon son posibles fenómenos editoriales de superventas mundiales:

No era más que una invención, un gólem, un avatar, un holograma, un algoritmo, una base de datos, una orquesta de redactores dirigidos por una batuta invisible, detrás de la cual habría otra batuta, y otra más, cada vez más alejadas (p. 29). Era una catedral. Un puzle. Un relato colectivo y polisémico erigido piedra a piedra con los esfuerzos mancomunados de una pandilla de mercenarios dispersos (p. 29).


El fango que suspira

Erizo, un guionista, llega al portal de casa con las bolsas del supermercado. Se encuentra a los vecinos reunidos por la muerte de la anciana del 6ºF, que vivía sola en su piso. A continuación siguen la profanación de la casa, de sus bienes y de su intimidad.

Una visión lírica de la muerte en soledad y de la gran burocracia que sigue a las muertes. Una premonición de lo que nos puede pasar a cualquiera.

Cuando vacían el piso de la anciana, se produce una escena desgarradora. En el momento que ella desaparece, todos los objetos cargados de valores afectivos se convierten en cachivaches inverosímiles que solo sirven para llenar los contenedores de la basura. El vacío de la casa no es neutro para los que conocieron a la anciana, pero sí para los nuevos inquilinos que lo volverán a llenar con su emotividad en los nuevos objetos.


Agudeza

Erizo, un tímido empleado de banca, desde niño está atormentado por su timidez y su sentido de culpa.  En cambio, de adulto se atreve a abandonar en la mesa de un restaurante, sin despedirse, a la chica a la que no se llegó a declarar ni le escribió una carta por timidez. Esa chica que le ayuda a sacar su trauma es uno de los pocos personajes que aspira a un nombre propio: llamémosla Jelen (p. 82).

A la vez, y en paralelo, discurre una nueva trama. Las aventuras de su segundo mejor amigo el día que el oculista le puso unas lentillas de prueba. Después, como en escenas de una comedia de los errores, pasa por comisaría, le ocurren mil peripecias en el trayecto hasta dar con el domicilio del oculista y, finalmente, todo acaba con un  paseo entre los pinos (p. 83).

En conjunto, es un elogio a la timidez en un mundo en el que triunfan los oportunistas y exhibicionistas.

El título, irónico como todos y como el relato en su conjunto, apunta a los fallos de la memoria: se sospecha si es real o no lo que cuenta el amigo. Y, por otra parte, a la agudeza de Erizo, a cómo se las ingenia para dejar sola a su novia.


Dichosos los ojos

El protagonista cuenta todo lo que ha visto a lo largo de su vida. El viaje se inicia con la pregunta: ¿Qué me falta a mí por ver? En medio de este largo poema, hay otras fórmulas para recordarnos que estamos viendo, no leyendo. Por eso completan nuevas coletillas: Si ya he visto. Y detrás de cada coletilla una nueva serie de enumeraciones, la entrada de nuevas series de enumeraciones.

Estas enumeraciones poéticas han estado muy presentes en nuestra literatura tradicional, culta y popular, desde los Cantares de Gesta. Responden a un especial gusto por nombrar. Esas enumeraciones, nombrando lugares conocidos y evocadores, comunican una emoción positiva.

Lo nuevo de este relato es la elección de lo que se enumera y las asociaciones sorprendentes entre los miembros de la enumeración positiva ante lo nombrado. Y cuando mejor conocido sea para el lector, mayor es su placer.

Eloy Tizón elabora sus listas con paisajes y personajes procedentes de la literatura culta, de la cultura popular, de los mitos, de los ambientes mundanos, sucios y rutinarios. Y con sus propias filias y fobias.

Las listas de nombres y de enumeraciones de elementos visuales nos provocan un sentimiento de agradecimiento a nuestra facultad de mirar. Es que hemos desarrollado nuestra historia poética sobre el sentido de la vista. Ut pictura poesis. Como la pintura así es la poesía (Horacio, Ars poética).


Mi vida entre caníbales

Escrito para El Cultural de El Español. Publicado el 9 de abril de 2022.

Una fábula corta, escrita en primera persona del plural. Los momentos vividos por una compañía de teatro, el Club de las Amazonas, antes de una desgracia. Las chicas de un colegio que representan una obra de teatro teológico afrontan una denuncia policial.

Cordelia, una de las actrices, recuerda los ensayos de Los infortunios de la virtud, una obra piadosa, simbólica y alegórica, que nos recuerda a los autos sacramentales de Calderón de la Barca.

Cordelia, un personaje sacado de una tragedia de Shakespeare, incide en las salvajes discusiones que se producían en los ensayos y en la decisión que tomó una de la alumnas, Sacramento, de inyectarse el suero de la verdad: una sustancia opalina repartida en ampollas de carácter inofensivo (p. 97). Suero de la verdad o droga de la verdad es el nombre popular del pentotal sódico y otros barbitúricos, una medicación psicoactiva que altera la función cognitiva y se utiliza para facilitar la verdad.

Todo transcurrió en el sótano que les prestaron las monjas. En los ensayos no se dieron cuenta de la presencia de un personaje que las vigilaba, el que luego las denunció cuando una de ellas cayó indispuesta en medio del estreno de la función teatral.


Ni siquiera monstruos

El título hace referencia a los niños soldados africanos y a todos los que hemos visto nuestras vidas truncadas por poderes superiores. Como ese niño, tenemos derecho a quemarlo todo y a renacer de nuestras ruinas.

Erizo, convertido en periodista gráfico, va contando su vida al revés. Es decir, comienza viendo las fotos de su archivo y, a la vez, va mezclando sus traumas de niño, su fracaso matrimonial y la nostalgia de hablar con sus hijos. Solo al final adivinamos que la historia completa está rota y diseminada en motivos narrativos que aparentan tres tramas narrativas. Pero solo hay una. El fracaso de Erizo como persona, desde que el supervisor le hizo repetir un curso por razones de edad. Su fracaso como marido, parodiado en la farsa de una separación, sin que se enteren sus hijos. La separación definitiva lo llevó a los barrios infrahumanos de Detroit. Vende el coche y acepta un trabajo en la República de Kubeü, donde  toma la fotografía del niño soldado. Esta  será su éxito y su gran pecado.

Un niño soldado, africano, de unos siete u ocho años, no más, que posa vestido con uniforme de guerrilleroMientras su cuerpo asesina, sus ojos siguen jugando con muñecos y peonzas. Da miedo, no por lo que pueda hacer, sino por lo que antes han hecho con él… Para que este chaval sea capaz de matar, han tenido que matarlo a él primero. Estrujarle el corazón. Extirparle la sonrisa… Tal vez sin pretenderlo, el fotógrafo que disparó esa instantánea ha puesto precio a la cabeza de un crío (p. 99-100).

Con expresiones literarias de aspecto surrealista y con los nombres de las fotos, como si fueran aforismos, incide en el mensaje central: una crítica salvaje a las formas opresivas de la civilización resultante de la aldea global de McLuhan.

Que en Detroit lluevan gallinas es posible, dado el grado de suciedad y devastación del suburbio. Nos recuerdan a las gallinazas de García Márquez. Y ese respirar plumas, como en Anisópteros, nos hace pensar en la epidemia covid, de naturaleza respiratoria, cuando no sabíamos bien de dónde procedía.

En este y otros cuentos, más que una transgresión hacia lo irracional, veo una nueva forma de decir, correspondiente a una nueva realidad que ni Eloy Tizón ni los demás acabamos de comprender.


Anisópteros o libélulas

Un diálogo desgarrado entre Cordelia, ingresada en un sanatorio, y Magnes, su marido y cuidador. Con el telón de fondo de una pandemia de libélulas. Esa plaga que nos sugieres las langostas de la Biblia y el reciente covid.

En el juego de intersecciones entre los relatos, descubrimos que Cordelia fue una antigua novia de Erizo. Unos personajes concebidos bajo el prisma de Unamuno:

Y eso que en aquel tiempo yo tenía un novio medio artista o medio escritor o medio algo que se llamaba Erizo. Un día me avisaron de que se había muerto Erizo. A consecuencia de un accidente durante una expedición. Es todo cuando sé. Erizo está muerto. El narrador debe morir… Es importante saber contar bien las cosas. Siempre se escapa alguna hebra, que suele ser la más importante… Eres un personaje, Magnes. (Anisópteros, p.132).

Cordelia también es una de las actrices de la obra de teatro que se ensaya en Mi vida entre caníbales:

Nos habíamos escapado, esa noche, descolgándonos por una ventana de la lavandería. Éramos unas seis o siete internas, todas menores de edad. El Club de las Amazonas, nos llamábamos (Anisópteros, p. 131).

En Anisópteros, Cordelia se plantea el tema de la escritura. Al principio manifiesta un rechazo total.

¿Escribir, dices? No, gracias. Yo no quiero escribir. Lo intenté una vez. Buf. Qué pesadilla. Fue como perseguir patos. Una jaula de patos se abre, se escapan todos y tú tienes que atraparlos. Buf. Corren en direcciones opuestas, los patos, las ideas, es imposible, cuando agarras una frase se te escapa otra, no puedes. Patos y más patos. No, gracias. Escribir es eso, o peor. Como perseguir patos (p. 146 y 147).

Al final, después de todas las reflexiones sobre el hecho mismo de escribir, decide que todo pasará al papel.

Mira, después de todo, puede que sí escriba esto. Afilo mis lápices. Sé lo difícil que es rajar el silencio. Arrancar cuesta abajo, ojalá mejore después. Tengo miedo de contarlo mal. Tres, dos, uno. Respiro hondo. A ver por dónde empiezo (p. 152).

Es la obsesión por la escritura la que vertebra todos los relatos.

En paralelo con esta reclusión de Cordelia, el tema de la pandemia de libélulas-covid. El aislamiento de los personajes y los anisópteros-libélulas funcionan como símbolos y metáforas de situación. Una forma indirecta, desviada, de presentar un tema que afectó, y mucho, a toda la humanidad.


Cárpatos

Como hemos visto en otros relatos, la trama comienza in medias res. Avanza hacia atrás, hacia el origen y vuelve hacia el final. Con este tratamiento temporal nos da la sensación de que no hay trama, o está muy reducida. Pero no. Después del desorden temporal, de las digresiones y repeticiones de la obsesión por el K-rosydhol, advertimos una trama bastante tradicional.

Erizo, un alcohólico, dependiente del K-rosydhol, también llamada droga del cansancio. “A ratos el K-rosydhol me dejaba insensible, indiferente a todo, libre de angustia, conforme con la vida, por eso era tan peligroso” (p. 163).

Todo comienza una noche con ganas de beber y con todos los bares cerrados. Entra en el Vlad Tepes, el último bar abierto en los confines de la ciudad, no muy lejos del aeropuerto, cuando yo iba buscando una farmacia de guardia (p. 164). Allí conoce a Madison, su amante, dos años antes de la acción del relato.

En ese tugurio se inscribe, sin saber cómo ni para qué, en una expedición, con retos sobrehumanos, en los que van muriendo los participantes.

Al final se quedan solos Erizo y Madison, en una playa onírica, y desaparecen en un ascensor acristalado que, como en los mejores cuentos de hadas, los lleva al maravilloso fondo del mar. Y aquí me quedo con ganas de decir: y fueron felices y comieron perdices.


La confirmación del susurro

Querida Marianne. Qué nombre darle a esto. Ni siguiera estoy seguro de que sea una carta de despedida. Puede que no sea nada. Una bola de papel arrugado que cruje y se destensa bajo una mesa. Un grito de expiación o socorro o un borrador para futuras canciones (La confirmación del susurro, p. 173).

Desde el principio sabemos que no es ni una carta mensajera ni una epístola. Que es un texto confesional inundado de referencias personales contadas con una nueva oralidad.

No necesitamos leer más para saber que quien escribe es Leonard Cohen, el famoso cantautor. Se dirige a su amante y musa, Marianne Ihlen, que le inspiró las baladas más emotivas. Se conocieron en los años sesenta del siglo pasado, en la isla griega de Hydra. En 1994 ingresó en el Mount Baldy Zen Center, en las montañas de San Gabriel, al norte de Los Ángeles. Tenía sesenta años y, como recordaría años después, se encontraba en pleno bajón. Lo rebautizaron con el nombre de Jikan, el silencioso en japonés. Del grito y la canción, al silencio y el susurro.

La despedida es muy Cohen. Igual que entonces, al final de un largo concierto, mientras mi garganta susurra a nadie en especial, a todos, al universo entero: Gracias, gracias por la tristeza (p. 190). La tristeza que invade las composiciones de Cohen es una de las sensaciones más hermosas de su música.


La transgresión literaria

Es bien sabido que la lengua es un instrumento de poder y de dominación. Si extrañamos la lengua y la alejamos de su uso convencional, la convertiremos en un instrumento de transgresión, en un instrumento contra el poder dominante. Estos cuentos de Eloy Tizón son una pura y permanente transgresión, desde todos los planos y puntos de vista. El resultado es una literatura combativa que no necesita de denuncias ni actitudes moralizantes. Sus sorprendentes piruetas verbales, como las de Valle Inclán, son la bomba que destripa el terrón maldito de España. Como en Valle, el lector asiste perplejo a un ritual, a una especie de oración o plegaria para los amantes del fuego. Esos pirómanos que con su ardor y pasión combaten lo establecido, las normas que nos encorsetan en lo cotidiano, en el vivir de cada día. Combaten las nuevas modas y la cultura de la aldea global, esas corrientes que normalizan y automatizan lo que nos tiraniza como personas. Se alarman ante la incapacidad de distinguir entre lo natural y lo artificial. Y lo denuncia con imágenes tan sorprendentes como una liebre aparcaba en doble fila (Cárpatos, p. 163). En cambio, si le damos la vuelta y decimos un coche aparcaba junto a un conejar, nos parece vulgar y esperable en un suburbio en el que conviven la basura con los animales y las personas. La transgresión está, pues, en la forma de decir.

Aquellos montes y aquellas simas eran incomprensibles para mí, puñetazos de los dioses, del mismo modo que para un monje cisterciense, encorvado en el escritorio de su monasterio medieval resultaría incomprensible la frase:

—Vamos a hacer una cosa: métete en la aplicación (Cárpatos, p. 162).

O esta imagen que solo entenderá una persona que vea el mundo a través de una pantalla: El cielo era un salvapantallas. El perfil quebrado de los árboles tenía forma de gráfico de empresa (Cárpatos, p. 163).

Los propios títulos nos dejan perplejos e inermes. Sabemos que se espera de nosotros una actitud activa para superar dificultades. A simple vista, es difícil de imaginar que Anisópteros, una plaga de libélulas, sea un símbolo y una metáfora de situación de la pandemia covid. Las situaciones nuevas requieren nuevas claves y una nueva forma de nombrar y narrar. La gente comulgaba bichos y estornudaba antenas… Vagones de metro cargados de mariposas muertas… La epidemia se extendía a saltos inconexos (Anisópteros, p. 143).

Se espera que, con nuestras lecturas, contribuyamos a dar carta de naturaleza a esta nueva forma de expresión que va más allá de la epidermis lingüística. Que afecta a la estructura de los textos y a las convenciones de los géneros literarios.


Para terminar

Eloy Tizón realiza un ejercicio de superación literaria. Entiendo que un profesor de literatura creativa que les pide a sus alumnos que suelten amarras e intenten algo personal, algo rompedor, ha querido darles un ejemplo práctico. Estos nueve cuentos, como los de Salinger, son una perfecta clase de cómo se pueden romper los principios estéticos que han regido el canon. Ha desautomatizado la forma clásica de escribir para lograr escrituras más conscientes.

Las vanguardias más avanzadas parten de las etapas primigenias de las literaturas. La forma de ensartar los cuentos a través de elementos formales mínimos: un personaje que no evoluciona ni aspira a serlo, núcleos temáticos de un relato ampliados en otros, la nueva forma de ordenar los relatos se repite en casi todos ellos, y algunos recursos más, me hacen pensar en las primeras colecciones de relatos como, por ejemplo, El collar de la paloma y en las novelas medievales paratácticas antes de que llegara la estructura subordinada del Barroco.

El tema de la escritura atraviesa estas páginas en distintas formas. Nos encontramos con una teoría del relato metida dentro del propio relato, igual que Cervantes metió su teoría sobre la novela dentro de sus novelas.

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