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miércoles, 31 de enero de 2018

Leer juntos Hoy: 'El cuento de la criada', de Margaret Atwood

Ilustración para este blog de Inmaculada Martín Catalán


Grupo de lectura "Leer juntos Hoy" del IES Goya
Sesión del 15 de enero de 2018
Obra comentada: El cuento de la criada (The Handmaid's Tale), Salamandra, Barcelona, 2017. Traducción del inglés de Elsa Mateo Blanco
Autora: Margaret Atwood



1. ¿Quién es Margaret Atwood?

Margaret Atwood (Toronto, 1939) es una escritora canadiense considerada una de las principales figuras del mundo de las letras en la actualidad. Desde hace años suele figurar en la lista de los posibles candidatos al Nobel de Literatura. Activista por la defensa de la naturaleza, de los derechos humanos y de los derechos de las mujeres, es miembro de Amnistía Internacional y de BirdLife International, organización dedicada a la protección de las aves y sus hábitats. Por todo ello, la revista Time la ha incluido en la lista de las cien personas más influyentes del planeta.

Es hija de un zoólogo y una nutricionista, y la segunda de tres hermanos. Debido a las investigaciones de su padre sobre entomología forestal, pasó  gran parte de su infancia entre los bosques del norte de  Québec, Ottawa y Toronto. De ahí nació su amor por los animales y por la naturaleza. Aunque no fue escolarizada hasta los ocho años,   pronto se convirtió en una ávida lectora y  después, en una precoz escritora, si bien su primera vocación era la de bióloga. Se formó en la Victoria University de Toronto y en Harvard.  En 1961 se graduó  en Filología inglesa. Ha sido profesora de lengua y literatura inglesas en universidades de Canadá y de Estados Unidos. Tras divorciarse de su primer marido, Jim Polk, contrajo matrimonio en 1974 con el novelista Graeme Gibson. En 1976 nació su única hija, Eleanor Jess.

Es una autora muy prolífica:  ha escrito poesía, novelas,  cuentos, libros para niños, ensayos, artículos y guiones para televisión, radio, cómics y cine, además de  libretos operísticos.  Sus libros tratan de la identidad nacional canadiense, las relaciones de este país con Estados Unidos y con Europa, los derechos humanos, el medio ambiente, los mitos sociales o la representación del cuerpo de la mujer en el arte. El cuento de la criada (1985) es su novela más famosa, ganadora del Arthur C. Clarke Award y del Governor General's Award en 1985. Ha sido traducida a cuarenta idiomas. En 1989 se convirtió en  película, ha inspirado una ópera, un ballet y la serie televisiva homónima estrenada  en 2017, en la que la autora ha participado con un pequeño cameo. Recomendables para conocer su obra son  también los relatos reunidos en Chicas bailarinas (1977), el poemario La puerta (2008) y las novelas Alias Grace (1996) y El asesino ciego (2000).

Margaret Atwood ha recibido numerosos reconocimientos, entre los que se cuentan, además de los citados, la Orden de las Artes y las Letras, el Premio Montale, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el National Arts Club Literary Award, el Premio Internacional Franz Kafka y el Premio de la Paz del Gremio de Libreros Alemanes. Su obra ha sido traducida a más de cuarenta idiomas.
La escritora Margaret Atwood./Foto: Jean Malek


2. El cuento de la criada


Una distopía  crítica

En la primavera de 1984, mientras residía en Berlín Occidental, Margaret Atwood comenzó a escribir una novela que, según confiesa, llevaba dos años evitando. Ella, que nunca había escrito ciencia ficción consideraba muy arriesgado dedicarle una novela completa. Quizá el simbolismo de la fecha representó un estímulo para que  se decidiera, por fin, a escribir su propia distopía.

Amparándose en la amenaza del terrorismo islamista, un grupo de integristas religiosos cristianos ha tomado el poder en el noreste de Estados Unidos, convertido en la República de Gilead, una dictadura teocrática puritana. Se suprimen las libertades individuales, la prensa y el dinero, se cierran las universidades y se prohíbe la lectura, con la única excepción, limitada a los hombres, de la Biblia. Ante el descenso de la capacidad reproductiva debido a la contaminación, las mujeres fértiles no casadas, según las nuevas normas, las llamadas criadas, son entregadas a  hombres de la élite sin descendencia a fin de que engendren hijos para ellos.

La inclusión de El cuento de la criada entre las ficciones distópicas, si bien es comúnmente aceptada, no resulta del agrado de la autora. Sin embargo, si aceptamos la definición de la RAE: Una distopía es una "Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas, causantes de la alienación humana", el término  se ajusta bien al relato que nos ocupa. No obstante, en opinión de Inocencia Torres, una de nuestras compañeras  de tertulia, la novela  no es una distopía porque describe una realidad que ya existe: la estructura del patriarcado con la economía liberal.

Margaret Atwood también rechaza  la etiqueta de ciencia ficción, asociada a la falta de verosimilitud. Y lo que aquí se cuenta es muy verosímil. Por eso prefiere considerarla como "ficción especulativa", una categoría en la que se incluyen: 1984, Un mundo feliz o Farenheit 451.

La verosimilitud fue una de las grandes preocupaciones  de Atwood al escribir esta novela pues su reto era convencer a los lectores de que lo que ella quería contar  podía haber sucedido. Por ello, una de sus normas consiste en no incluir ningún aparato tecnológico que no esté disponible hasta el momento en que transcurren los hechos ni  sucesos que no hubieran ocurrido antes en el curso de la historia: las ejecuciones grupales, la historia de la esclavitud, la quema de libros, el programa Lebensborn de las SS, el robo de niños por la dictadura argentina, la poligamia en Estados Unidos, la persecución de la homosexualidad en distintos países, los almacenes semivacíos  o la sensación de ser constantemente vigilada que experimentó la autora en los países del Este, servirán de base a la ficción. "Nada de cachivaches imaginarios, ni leyes imaginarias, ni atrocidades imaginarias", escribe la autora en la Introducción.

Así pues, la verosimilitud y la perspectiva femenina, ignorada o minimizada en distopías anteriores, son dos de las características que distinguen El cuento de la criada. María Paulina Moreno Trujillo en "El cuento de la criada, los símbolos y las mujeres de la narración distópica" señala otra importante diferencia con respecto a las distopías clásicas. Para ella, Margaret Atwood "mantiene la esperanza de derrotar la distopía y sustituirla por una eutopía", lo que, según la definición de Sargent, convertiría la novela en una distopía crítica. Lo fundamental para la distopía crítica, según MPMT:
que el lector pueda concebir la historia como un aviso de aquello que puede llegar a suceder en su propio tiempo, para que quepa la posibilidad de albergar la esperanza de escapar de ese panorama.
 Los finales ambiguos posibilitan ese horizonte de esperanza, como ocurre en El cuento de la criada, donde el lector sabe  por los investigadores que Gilead ha caído y se aferra a la esperanza de que la protagonista haya conseguido huir a otro país.


Lo que la criada cuenta

Defred narra  en primera persona sus vivencias en casa del Comandante al que le ha sido asignada como criada. Este es su tercer Comandante y su última oportunidad para quedarse embarazada y así librarse de acabar en las Colonias, con las No Mujeres, recogiendo residuos radiactivos. De ahí que todos los meses espere la sangre con temor "porque  si aparece representa un fracaso. Otra vez he fracasado en el intento de satisfacer las expectativas de los demás, que han acabado por convertirse en las mías" (pág.115)  y "siento que la desesperación se apodera de mí" (pág. 116).

Y todos los meses, coincidiendo con sus días fértiles, tiene lugar la "Ceremonia". Comienza con la lectura, por parte del Comandante ante todos los miembros de su casa, del pasaje del Génesis donde se cuenta la historia de Raquel y Lía. Continúa en el dormitorio con una escena que parece inspirada en ese pasaje del Génesis. Serena sujeta las manos de la criada mientras el Comandante la viola. "Se supone que esto significa que somos una misma carne y un mismo ser. Pero el verdadero sentido es que ella controla el proceso y el producto de éste, si es que existe alguno" (pág. 140). Defred, con la falda recogida hasta la cintura, recuerda el consejo de la reina Victoria a su hija: "Cierra los ojos y piensa en Inglaterra", mientras el Comandante "está cumpliendo con su deber":
El Comandante está follando. Lo que está follando es la parte inferior de mi cuerpo. No digo haciendo el amor, porque no se trata de eso. Copular tampoco sería una expresión adecuada, ya que supone la participación de dos personas, y aquí sólo hay una implicada. Pero tampoco es una violación: no ocurre nada que yo no haya aceptado (pág. 140). 
Por si fuera necesario, Defred aclara que lo que ocurre no es excitante, ni tiene nada que ver con la pasión ni el amor:
No tiene nada que ver con  el deseo sexual, al menos para mí y para Serena. La excitación y el orgasmo ya no son considerados tan necesarios; sería un síntoma de frivolidad, como los ligueros de colores y los lunares postizos (pág. 141).
El placer está proscrito. El cuerpo de Defred es un mero receptáculo, y la Ceremonia tiene como  única finalidad engendrar un hijo: "Somos matrices con patas, eso es todo: somos recipientes sagrados, cálices ambulantes". Por ello "no hay lugar para que florezcan deseos ocultos" ni "debe existir diversión con respecto a nosotras" (pág. 196).

Defred ha perdido su libertad, incluso ha sido marcada como los esclavos, y comenta con ironía:
Ahora no puedo evitar ver el pequeño tatuaje de mi tobillo. Cuatro dedos y un ojo, lo contrario que un pasaporte. Se supone que sirve como garantía de que nunca desapareceré. Soy demasiado importante, demasiado especial para que esto ocurra. Pertenezco a la reserva nacional (pág. 104).
Desde el momento en que acepta ser una Criada pierde su verdadero nombre y con él su identidad. Ahora, su nombre dependerá del Comandante a quien sirva, para indicar que ha pasado a ser propiedad de otra persona: Defred significa "De Fred", nombre del Comandante al que pertenece cuando cuenta su historia. Pero antes que ella hubo otra Defred que ocupó su misma habitación y le dejó un mensaje cifrado. Su verdadero nombre no puede ser mencionado, está prohibido. "Guardo este nombre como un secreto, como un tesoro que desenterraré algún día" (pág. 127). Un nombre  que repite a solas para sentirse reconocida, un tesoro que sólo entregará al hombre del que está enamorada, al único en quien confía. A este respecto, Llanos, una de nuestras compañeras, recordó el nombre secreto que impone la madre en ciertas culturas, una especie de amuleto que no debe ser desvelado. De igual manera, el nombre secreto de la criada es un amuleto para su familia y para ella misma: si se desconoce su identidad nadie puede tomar represalias en el caso de que alguien encuentre su relato. Por ello, imaginando un receptor para su cuento, piensa:
Un cuento es como una carta. Querido, diría. Tan sólo querido, sin nombre. Porque si agregara tu nombre, te agregaría al mundo real, lo cual es más arriesgado y más peligroso: ¿quién sabe cuáles son las posibilidades de supervivencia? (pág. 72).

Mientras recorre la mansión donde vive, vamos conociendo a los restantes habitantes de la casa: Serena Joy, la esposa que viste el azul de la pureza,  antigua estrella de la televisión, mujer celosa y fría dispuesta a cualquier cosa para conseguir un hijo. Rita y Cora, del grupo de las Marthas, las mujeres que se ocupan de las labores domésticas, visten de color verde pálido y "saben cosas"porque se comunican entre ellas y "hacen correr de casa en casa las noticias oficiosas" (pág. 34). Nick, el chófer del Comandante, hombre de pocas palabras, que juega un papel decisivo en la historia, y, por último, el Comandante, un hombre poderoso de pelo plateado  y uniforme negro a quien Defred debería odiar y del que  podría haberse enamorado en otras circunstancias, un cínico que viola sus propias normas, con la única justificación de que "somos humanos".

Defred pasa la mayor parte del tiempo recluida en su habitación, sin nada que hacer, contemplando el
jardín desde la ventana o recordando su vida anterior. Solo sale de casa para hacer la compra, acompañada siempre de otra criada con la que no debe hablar más de lo imprescindible, y vestidas  ambas con su túnica roja  y con la toca blanca  que solo les permite "ver el mundo en fragmentos". Pero no es fácil moverse por las calles de Gilead, las criadas necesitan una autorización para que los Guardianes les permitan el paso y puedan llegar  a unas tiendas donde escasean los alimentos y donde los letreros han sido sustituidos por iconos, pues  las mujeres de Gilead deben ser analfabetas, aunque tengan un título universitario, como la protagonista.

La compra le brinda la oportunidad de acercarse al Muro para cerciorarse de que ninguno de los cuerpos  colgados es el de Luke.  Por los carteles que cuelgan de sus cuellos averigua qué delito cometieron los ejecutados: médicos que practicaron abortos cuando no estaban prohibidos, sacerdotes, homosexuales... También le permite percibir el odio en los ojos de las Econoesposas, las esposas de los hombres que se encuentran en la base de la pirámide social.

Otro de los motivos para salir de casa son las revisiones ginecológicas, en las que empieza a asomar
otra cara de la realidad. Los natalicios son acontecimientos excepcionales en los que deben participar tanto  las esposas como las criadas, también lo son las bodas colectivas de jóvenes vírgenes vestidas de blanco con Ángeles (soldados que están en el frente luchando contra los rebeldes de las sectas heréticas), así como los Salvamentos de mujeres, ejecuciones que tienen lugar en el edificio que albergó la  biblioteca de la antigua universidad, hoy ocupada por los Ojos (el Servicio Secreto de Gilead). Estos son los únicos acontecimientos "sociales" en que se le permite abandonar su reclusión.

Cuando el Comandante  pide su opinión y le pregunta qué es lo que pasaron por alto en el nuevo orden de Gilead, la criada no necesita pensarlo: "El amor". A esa conclusión ha llegado cuando en el retiro de su habitación recuerda los momentos de intimidad con Luke y, aunque se equivoca,  dice:
Si pensara que esto jamás volverá a ocurrir, me moriría. Pero es falso, nadie muere por falta de sexo. Es por falta de amor por lo que morimos. Aquí no hay nadie a quien pueda amar (pág. 151). 

Recordar los tiempos felices

El cuento  de Defred no es un relato lineal pues, con frecuencia, especialmente en la soledad de la noche ("Pero de noche me salgo del tiempo", pág. 69.), recuerda con nostalgia su vida anterior y se hace más consciente de lo que ha perdido. Así, recordando el abrazo de Luke el día anterior a su intento de fuga, reflexiona:
¿Cómo íbamos a saber que éramos felices, incluso entonces? Porque al menos teníamos eso: nuestros abrazos  (pp. 266-267).
Los saltos hacia atrás (analepsis) recuperan, de forma desordenada y fragmentaria, momentos de un pasado lejano: su niñez y adolescencia junto a su madre, una feminista radical para quien los hombres son "el instrumento de una mujer para hacer más  mujeres"; sus vivencias con Moira, la amiga rebelde y lesbiana que no se resigna a desempeñar el papel que otros le han asignado; su vida con Luke, el hombre divorciado con el que se casó, de quien no tiene noticias desde que  su plan de evasión fracasó y ella fue capturada; el robo de su pequeña...

Pero hay otro pasado más reciente que también irrumpe en el relato: su estancia en el Centro de Reeducación Raquel y Lía, donde la internaron cuando la capturaron. Allí las Tías, mujeres mayores  que han elegido ser transmisoras de las ideas del patriarcado, las preparan para  convertirse en criadas sumisas que gesten  criaturas sanas, e intentan convencerlas de que todo lo que se les exige está respaldado por la Biblia. Las enseñanzas de Tía Lydia  acuden a la mente de Defred de forma recurrente, pero lo que añora en su soledad actual es la complicidad con sus compañeras  de encierro.

El procedimiento de inserción de estos recuerdos fue  cuestionado por algunas contertulias, pues en su opinión,  inducen a confusión por carecer de frase bisagra. Sin embargo, a mi modo de ver, la distinción entre el relato primario y las analepsis que rompen la secuencia cronológica no entrañan una gran  dificultad ya que,  aparte de otros elementos de enlace,  pertenecen normalmente a secuencias diferentes o la autora utiliza    tiempos verbales distintos (presente para el relato primario, pasado para los recuerdos). Así, mientras se baña, acude a su mente un suceso anterior relacionado con su hija: "Cierro los ojos y de pronto, sin advertencia, ella está conmigo; debe de ser el olor del jabón. [...] Una vez, cuando tenía once meses, [...] una mujer me la robó del carrito del supermercado" (pág. 102).

Este constante juego de flashbacks que interrumpen el relato primario, además de contribuir a mantener  el interés de los lectores,  hace que resulte más terrible, más  dolorosa si cabe, la situación de Defred  al contrastar la vida en Gilead con su vida anterior. Por eso Tía Lydia dice que las generaciones futuras lo tendrán más fácil. La razón es que no habrán conocido otra cosa, no tendrán elementos de comparación, piensa Defred. Y es que, como escribió Dante: "No hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria".


Sobre la estructura

La estructura externa del relato de Defred presenta cierta complejidad. Está dividida en quince partes, de diferente extensión, y corresponden a la mitad del número de casetes transcritas. Las partes se dividen en un número variable de capítulos, formados a su vez por secuencias. Los capítulos, numerados correlativamente,  suman un total de cuarenta y seis, y se distribuyen de acuerdo con el siguiente esquema:

I [1], II [2, 3, 4, 5, 6], III [7], IV [8, 9, 10, 11, 12], V [13], VI [14, 15, 16, 17], VII [18], VIII [19, 20, 21, 22, 23], IX [24], X [25, 26, 27, 28, 29], XI [30], XII [31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39], XIII [40], XIV [41, 42, 43, 44, 45], XV [46].

Ocho epígrafes de las quince partes hacen referencia al contenido y siete a la noche. Estas  son las  más cortas pero también,  las más reflexivas y poéticas.  "La noche es mía, un tiempo para mí", piensa la narradora, por eso es el momento privilegiado  para evocar el  pasado perdido, pero también es el tiempo de la meditación sobre los acontecimientos de la jornada y de la reflexión metaliteraria sobre el cuento que está contando, "y no escribiendo, porque no tengo con qué escribir y, de todos modos, está prohibido" (pág. 72).

La distribución  de las partes que responden al título de "La noche" (I, III, VII, IX, XI, XIII y XV)  no sigue una pauta fija en la primera parte, pero si tenemos en cuenta que el contenido de V, "La siesta", son los pensamientos y recuerdos de la protagonista durante ese periodo de descanso obligado, podemos afirmar que hay una alternancia clara  entre las partes dedicadas a la  narración de las actividades de la criada, las pares, y las dedicadas a la reflexión, las impares.

Respecto a la estructura interna, parece evidente que  en VIII, "Día de nacimiento", se produce una inflexión que permitiría distinguir dos partes en la novela: a partir de este punto  se van a producir los acontecimientos importantes  de carácter colectivo (el nacimiento, la boda o el salvamento) y la vida de Defred va a experimentar un giro notable.

La timorata Defred de la primera parte del relato, cuyo mayor atrevimiento ha sido  robar un narciso marchito y un poco de mantequilla, empieza a vivir peligrosamente desde el momento en que se pliega a los deseos del Comandante. Y lo hace no solamente por miedo a contrariarlo sino también por el afán de saber, de conocer, para dar testimonio, en la seguridad de que algún día podrá escapar de allí y contar lo que ha visto.

Más tarde,  cuando el amor se cruce de nuevo en su camino, se volverá más imprudente y correrá  graves riesgos porque, como escribe Rafael Narbona, en el caso de Defred, "la subversión no se expresará como pensamiento crítico sino como pasión sexual". María Paulina Moreno T. observa que en la primera mitad de la novela Defred es "un personaje confundido al que le han lavado el cerebro" y le han arrebatado "su libertad de ser persona pero sobre todo de ser mujer" y que su ruptura de las reglas está relacionada con la afirmación personal, pues cada vez que las rompe crece "su estructuración psicológica y sexual".

El ritmo narrativo se hace más vivo en esta parte que en la primera, donde la monotonía de la vida cotidiana y las descripciones de lugares y personajes predominan sobre la acción. El cambio de ritmo coincide con un giro en la realidad y aprovecha para presentarnos las dos caras de Gilead:  el Gilead oficial, el del orden y el respeto a las normas. Y el Gilead nocturno y clandestino, el de las mujeres  y los lugares que no existen oficialmente, el de las debilidades de los grandes hombres.

El mensaje cifrado en falso latín que Defred encuentra en su habitación, Nolite te bastardes carborandorum, atraviesa toda la novela y se convierte en leitmotiv del relato. En la primera parte, constituye un elemento más de la intriga, pero desde el momento en que la criada conoce su significado, parece convertirse en un lema para ella, un estímulo en su lucha por la supervivencia pero también en su afán por  disfrutar de lo poco que la vida le ofrece, un mantra al que se aferra en los momentos de dificultad.

Paralelamente, Defred descubrirá el verdadero sentido de  "May Day" en ese contexto, otro leitmotiv de la novela y  contraseña de los rebeldes, lo que representa un paso del yo al nosotros. Si el mensaje cifrado  es el de la resistencia individual frente al horror, este es el de la solidaridad entre seres humanos, tan necesaria como el amor para seguir viviendo.


El recurso de las casetes encontradas

En  la ficción ideada por Margaret Atwood se distinguen   dos partes claramente diferenciadas: el relato de Defred  y las "Notas históricas sobre El cuento de la criada", un texto que se presenta como la "Transcripción parcial de las Actas del Duodécimo Simposio de Estudios Gileadianos" y se atiene a las convenciones  de una exposición de carácter académico.

En su intervención, el profesor Pieixoto da cuenta del estado de las investigaciones sobre la República de Gilead, e informa a los asistentes (la apelación a los mismos es constante) acerca de sus investigaciones  sobre "el supuesto manuscrito que ya es bien conocido de todos ustedes y que lleva el título de El cuento de la criada" (p. 397).

El profesor informa de que el "supuesto manuscrito" es en realidad la transcripción (realizada por él mismo, en colaboración con el profesor Wade) de unas treinta casetes encontradas dentro de un baúl metálico del Ejército de Estados Unidos, descubierto en una ciudad situada "en lo que fue el estado de Maine". Las casetes estaban sin numerar, por lo que correspondió a los investigadores ordenar los bloques de diálogo de manera aproximada y, por tanto, pendiente de una investigación más profunda. En cuanto al título,  fue añadido por Wade como homenaje a Chaucer. El discurso del profesor Pieixoto confirma que Defred pudo escapar finalmente, llegar a una estación de Bangor y grabar las cintas contando sus experiencias en Gilead, mientras que su tono humorístico aligera la conclusión del escalofriante relato de la criada.

El recurso de las casetes encontradas es una variante de la técnica del manuscrito encontrado, que cuenta con una larga tradición en la literatura y ha sido utilizado por autores tan diversos como Cervantes, Potocki o Cela, con la finalidad de presentar hechos fantásticos como verídicos. Margaret Atwood lo utiliza con acierto en  El cuento de la criada como recurso para lograr la verosimilitud que persigue. Por otra parte, las "Notas históricas..." completan, a modo de epílogo, el relato de Defred, pero también le permiten a la autora combinar distintos tipos de texto y ofrecer diferentes perspectivas sobre los hechos narrados: la visión subjetiva y limitada de la narradora protagonista y la más objetiva, rigurosa  y distanciada del historiador. Ambas son visiones parciales, limitadas e incompletas que impregnan el relato del relativismo e incertidumbre propios de la novela moderna. Por otra parte, esas "Notas históricas..." constituyen una ficción dentro de la que se enmarca otra ficción, la narración de Defred, que a su vez contiene el relato de Moira, memorizado y reproducido por la criada  intentando conservar su estilo.


Las flores y otros símbolos 

¿Qué significado tiene las reiteradas referencias a las flores en la novela? La  respuesta se encuentra en el citado trabajo de  Moreno Trujillo sobre  los símbolos en El cuento de la criada.

Según esta estudiosa, las flores representan la esterilidad generalizada en la sociedad de Gilead, y una sexualidad todavía viva pero prohibida. Los narcisos, fugaces,  y los lirios, más fúnebres que festivos, se relacionan  con Serena Joy, una mujer que tuvo fama y hermosura pero que en la novela aparece marchita y   fracasada, según Tía Lydia, por no haber podido ser madre. Así lo expresa la criada cuando contempla los adornos florales de la esposa del comandante:
Es inútil, le digo mentalmente, sin mover un solo músculo de la cara, ya no puedes usarlas, te has marchitado. Las flores son los órganos genitales de las plantas; lo leí una vez en alguna parte (pág. 124).  
En cambio,  Defred, la mujer fértil y fogosa, se relaciona con los tulipanes, de bulbos carnosos y pétalos como los labios de una mujer joven. En  el mundo de Gilead, donde la infertilidad se ha generalizado, la flor es el recordatorio de esa fertilidad femenina perdida, de la belleza prohibida y de la sexualidad subyugada.

Moreno Trujillo presenta los espejos como "símbolo de la conciencia de sí misma, su desarrollo psicológico,  y de los actos de resistencia de la protagonista".

En la novela los espejos han sido retirados de los espacios que frecuentan las criadas no para evitar los suicidios, como indica la versión oficial, sino para que no se  preocupen de su aspecto externo. Recordemos que son meros recipientes de los cuales importa solo el interior. Con la ausencia de espejos se les impide ser conscientes de su belleza y de su atractivo sexual. Los espejos en los que pueden verse se encuentran siempre en espacios comunes y en ellos se contempla, de forma fugaz, su imagen distorsionada. Reflejada en el espejo de la sala, Defred "semeja una sombra distorsionada, una parodia de algo, como la figura de un cuento de hadas cubierta con una capa roja..." (pág. 31).

Mediante los espejos la protagonista va reconstruyendo su yo a partir de fragmentos de la imagen de sí misma, explica Moreno Trujillo, y añade  que la mayor presencia de los espejos corre paralela a su estructuración psicológica y sexual, que se relaciona con la posibilidad de romper las reglas. A medida que se va volviendo más subversiva, los espejos le devuelven una imagen más nítida.

Por último, el lenguaje es un importante instrumento de control.  En Gilead se suprime  la escritura, se fijan las fórmulas de saludo y los nombres de las criadas. El lenguaje y el nombre le recuerdan a Defred su presente en una sociedad represora y su pasado. Precisamente el recuerdo de  ese pasado la impulsará a  recuperar la memoria perdida durante el periodo de reeducación. La criada recuerda su vida anterior y la narra en sus pensamientos, asumiendo una de las funciones tradicionales de la mujer y  resistiendo así al olvido obligado, a la aceptación de aquello con lo que no está de acuerdo. Su resistencia consiste, pues, en poder relatar la historia de Gilead a un oyente o lector del futuro.


Para concluir

La crítica y los lectores han recibido El cuento de la criada como una distopía feminista,  incluso alguien la  ha definido  como el 1984 en clave feminista. En Estados Unidos las mujeres han salido a manifestarse  por sus derechos vestidas como las criadas de la novela. Es decir, los personajes  de esta novela se han convertido en iconos  importantes en  la lucha de las mujeres.

La novela trata sobre la situación de la mujer en una estructura social dominada por los hombres. Y en este contexto integra otros temas relacionados como, por ejemplo,  la sexualidad de la mujer o la opresión del patriarcado. Se puede aducir que en la República de Gilead, como en cualquier dictadura real o ficticia, todos los ciudadanos  se ven privados de sus derechos, pero como observa Irina Cruz en "Feminismo, o no, en el Cuento de la criada":
[La novela] es una historia sobre los derechos  humanos, pero concretamente sobre cómo las mujeres son las primeras en perder sus derechos cuando los hombres dominan la sociedad y acaparan el poder, y cómo ciertas mujeres (blancas) se alinean con estos hombres de forma egoísta y son cómplices de la opresión del resto de mujeres.
En resumen, una novela que por su contenido y por la forma de estar escrita no dejará a nadie indiferente. Y queramos o no, será un referente importante en los escritos de las mujeres del futuro.

            Josefina López Granada


3 comentarios:

  1. Un estudio magnífico, un referente imprescindible para cualquier aproximación posterior a esta novela.

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  2. Realmente no tengo palabras para responder a tan generoso comentario, querida Carmen. Este trabajo es solo una pequeña cala en una novela de la que ha quedado mucho por decir. Gracias por todo, amiga.

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  3. No puedo terminar de leer el artículo pese a ser tan interesante. Más aún en estos momentos en que el terror talibán vuelve a cernirse sobre Afganistán, sin que el mundo lo hayamos evitado.
    Carlos San Miguel

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