EL BLOG DE LA BIBLIOTECA "IRENE VALLEJO" DEL IES GOYA DE ZARAGOZA


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jueves, 1 de octubre de 2015

Dos cuentos de Luis Mateo Díez

Pozo árabe en La Aldehuela, Jaén. (wikipedia)



El pozo

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. 
     Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. 
     Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de  aquel pozo al que  nadie jamás había vuelto a asomarse. 
     En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. 
     "Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.



Un tesoro

Viajé a la pequeña ciudad donde nació mi mujer una tarde de febrero. 
Iba a cumplir una de esas últimas voluntades que uno asume con más conciencia del dolor y la memoria que de la necesidad de hacerlo, todavía contagiado por la emoción de aquella ausencia que el tiempo no lograba paliar.
Rosa quiso, y estoy seguro de que era una especie de capricho derivado de aquellas obsesiones finales que tanto la asediaban, que buscase una medalla en un preciso rincón del patio de la escuela donde habían transcurrido muchos recreos de su infancia.
Es curioso que alguien pueda detallar con tanta exactitud el lugar de un diminuto y trivial tesoro perteneciente a un pasado personal tan remoto, que en esos momentos tan graves de la enfermedad fatal sobrevenga el recuerdo de un suceso infantil que posiblemente no volvió a brotar nunca hasta ese instante.
Debajo de un ladrillo, en el sitio exacto, estaba la medalla enmohecida. Tembló en mis dedos mientras logré limpiarla y descubrir el rostro indeciso de una Virgen. 
-¿Qué haces...? -dijo alguien a mi espalda.
Una niña coja con un cabás[1] en la mano izquierda me miraba con gesto severo e indignado. 
-¿Por qué me la robas? – repitió.
Tendía la mano derecha con decisión y apenas sin reaccionar deposité en su palma la medalla. 
Desde entonces me he sentido despojado de la memoria de mi amor por Rosa y me voy convenciendo, con gran dolor, de que más allá de la desgracia de haberla perdido está la desesperación de presentir que nunca fue mía. 
La dueña del tesoro huyó por el patio y desde las aulas se escuchaba como un turbio rumor el canto de multiplicar.

      
                                                           Luis Mateo Díez, Los males menores, Alfaguara, 1993


[1] cabás, especie de cartera en forma de caja o pequeño baúl, con asa, usada para llevar al colegio libros y útiles de trabajo.


Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) es escritor español y  miembro de la Real Academia Española.
    Ha publicado, entre otras, las novelas Apócrifo del clavel y la espina (1972, Premio Café Gijón), Las estaciones provinciales (1982), La Fuente de la Edad (1986, Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica), Las horas completas (1990), El expediente del náufrago (1992), Camino de perdición (1995), La mirada del alma (1997), El paraíso de los mortales (1998), Días del Desván (1999),  La ruina del cielo (2000 Premio Nacional de Narrativa y  Premio de la Crítica), Fantasmas del invierno (2004) y La soledad de los perdidos (2014); novelas cortas reunidas en el volumen Fábulas del sentimiento;  las fábulas recogidas en El diablo meridiano (2001) y en El eco de las bodas (2003), así como los libros de relatos Memorial de hierbas (1973),  Brasas de agosto (1989), Los males menores (1993), Las lecciones de las cosas (2004) y la recopilación El árbol de los cuentos (2006).  Con la trilogía formada por El espíritu del páramo, La ruina del cielo y El oscurecer, creó su propio territorio imaginario, el reino de Celama.

Actualización (7/11/2023):
Luis Mateo Díez ha ganado el Premio Cervantes 2023.

1 comentario:

  1. ¡Geniales minicuentos; me han encantado!. Imposible no recordar al chiquillo que se cayó en ese pozo sonda en 2019 en ya no recuerdo qué población española; un accidente que originó una operación de rescate inédita y que tuvo al país en vilo...
    Respecto al del tesoro...era guay esconder tesoros y pensar en rescatarlos mucho tiempo después...lo malo era que la impaciencia infantil impedía que ese tiempo fuera muy largo jajaja
    Carlos San Miguel

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