El ordenador y los teléfonos inteligentes están desterrando de la vida cotidiana la escritura manual -una actividad beneficiosa para el cerebro, que fomenta la coordinación y las habilidades manuales-, lo que, en opinión de algunos expertos, pone en peligro la supervivencia del arte de la caligrafía, si bien otros piensan que la escuela asegura su permanencia. Sobre ello escriben Juan Cruz y Antón Castro en el diario El País (http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/08/01/actualidad/1343846672_009745.html). Del primero hemos seleccionado un fragmento sobre los manuscritos de algunos escritores; del segundo, recogemos el texto completo.
JUAN CRUZ
Despacito y con buena letra
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La escritura manual distingue a la gente, como su palabra o como su ropa. Salvador Espriu*, cuenta su editor, Josep Maria Castellet, “era meticuloso, limpio, iba bien vestido, con las uñas arregladas, con corbata... Así eran los textos que entregaba, pulcros y definitivos. Los de Castilla del Pino* eran igualmente pulcros, con una letra minúscula que teníamos que leer con lupa... Josep Pla* escribía en sus cuadernos como si fuera árabe, empezando desde atrás, una letra pequeña, siempre con estilográfica. Pla era Pla también en esa manera de escribir”.
Josefina Martínez, la viuda de Emilio Alarcos*, el poeta, profesor y académico, presentó recientemente en la UIMP, en Santander, una joya caligráfica de su marido. Notas inéditas al Cancionero inédito de A. S. Navarro. Eran poemas escritos por un supuesto escritor que él mismo criticaba con humor y audacia. Fue escribiendo el cuaderno, siempre con la misma letra, minúscula pero muy legible, desde 1940 a 1946. Ella conoció el cuaderno en 1969, cuando era su alumna. El cuadernito, pulcro e íntimo como una colección privada, ahora es un facsímil, que la editorial Visor ha acompañado con la transcripción del poemario y las suculentas reflexiones de Alarcos, en una edición preparada por José Luis García Martín. “Lo extraordinario es que él, que murió en 1998, a los 75 años, conservó siempre esa letra, una letra muy madura de alguien que la había adiestrado desde párvulo. Hermosa, clara, de una persona que no tenía dobleces. Con los márgenes cuidados, reflejo de un orden mental perfecto y transparente”.
Así era José Saramago*, el Nobel portugués, como autor de manuscritos. Él escribió a finales de los años setenta un libro, Manual de pintura y caligrafía, que tiene una curiosa historia escolar. La cuenta su viuda, Pilar del Río: “Tanto él como su editorial portuguesa se sorprendieron por el volumen de libros solicitados por países africanos (Angola, Mozambique) de un autor entonces desconocido. ¡Los libros habían sido repartidos por escuelas como cuadernos de aprendizaje de la buena letra!”. En realidad, la historia de ese Manual es la de un pintor mediocre “que descubre que necesita palabras para llegar adonde no llega con la pintura...”. Él tenía muy buena letra, por cierto. “Era una letra cuidada, redonda, legible, perfecta: cuidar el diseño de las letras era tal vez el primer paso para cuidar las palabras, la expresión de las ideas”.
[...]
Es lo que piensa Andrés Trapiello*, escritor y bibliógrafo, que mira entre las letras para descubrir tesoros. “En escribir”, dice, “hay algo de musical. Sobre el teclado, parecemos un pájaro carpintero, percutiendo las letras; con la pluma, el boli o el lápiz, parece que el papel respirase, se le oye como un aliento”.
* Sin negrita en el original.Juan Cruz es escritor y periodista.
Un amanuense de metáforas
ANTÓN CASTRO
La
caligrafía es la búsqueda de la belleza a través de la expresión escrita. La
caligrafía se hace con lentitud, con voluntad de perfección, con concentración
y con un afán estético. En la escritura caligráfica uno quiere dar lo mejor de
sí mismo con plena conciencia. Y se hace con una especial delectación: el
calígrafo (y todos somos calígrafos de alguna manera en algún momento de
nuestra vida) disfruta, percibe una sensación placentera en esa relación entre
la mano, el papel, la tinta y lo que se quiere decir. El calígrafo, por ese
acto de suprema concentración o abstracción, reflexiona, ordena el pensamiento,
se ofrece al otro: a quien le vaya a leer.
Desde
muy joven me he sentido seducido por la caligrafía de algunos escritores: los
poemas de Neruda y sus cartas de amor a Albertina Azócar, la caligrafía tan
particular y arborescente de Juan Ramón Jiménez y de Cela (conservo fragmentos
de La familia de Pascual Duarte), las cartas de Vicente
Aleixandre a los poetas aragoneses. Y digo a los poetas aragoneses porque las
vi, las leí, las acaricié: a Luciano Gracia, a Julio Antonio Gómez, a José
Antonio Labordeta, a Miguel Labordeta, a Guillermo Gúdel... Aleixandre expresó
hace años algo que siempre había intuido: se había quedado ciego, poco después
del Nobel, y dijo que no podía escribir poesía porque el verso también le
brotaba de la relación que se establecía en su mente y en su cuerpo entre la
mano que acaricia el papel, el bolígrafo y el cuaderno, algo que ya no podía
hacer y que por eso, por esa falta de contacto físico y de percepción de la
caligrafía por la ceguera, ni podía escribir ni podía soñar poemas.
Una
de las cosas que hago con más cariño y lentitud por lo regular es la
dedicatoria de los libros. Busco mi mejor caligrafía, y eso quiere decir mi
máxima paciencia también, pienso en el otro, pienso en cómo es y pienso en qué
mensaje quiero dejarle ahí para siempre. Y en ese instante, tengo la sensación
de que soy un calígrafo que sueña, que envía una carta especial, que fija un
discurso de pensamiento y de imágenes. Asocio la caligrafía a la beldad, a la
claridad, al amor a las pequeñas cosas, a la artesanía. El calígrafo es un
amanuense de metáforas.
Antón Castro es escritor y periodista.
(El País, jueves 2 de agosto de 2012)
¡Ah, pero como en el caso del libro de papel y de las bibliotecas, al final se impone la Economía y la Prisa...! Yo, que estaba orgulloso de mí letra escolar y he intentado conservarla tantos años en mis apuntes laborales, veo que ha sido una dedicación inútil...y como con otras tantas cosas de esta modernidad, me decepciono hasta casi el abatimiento.
ResponderEliminarPero lo que es peor es que nos creemos la necesidad de adoptar toda esta prisa y todo este pragmatismo que me hace creer que escribir a mano es una pérdida de tiempo...tanto como leer las cosas tan bonitas de este blog.
¡Qué pobre Saramago! Jajaja, si a mí me pasa eso habría entrado en una crisis creativa: !toda mi producción literaria valorada como los cuadernillos Rubio de lectoescritura!
¿Y por qué se llevaría tan bien Vicente Aleixandre con los poetas aragoneses, especialmente
Carlos San Miguel