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domingo, 27 de mayo de 2012

"Alegato contra la codicia", de Rafael Argullol

Acrópolis de Atenas


Alegato contra la codicia
         [fragmento]

En el espejo deformante
todos somos codiciosos o cómplices de la codicia,
pues, por cobardía o miedo,
renunciamos al deber de explicar que el hombre
era el único animal que se había preguntado
por lo que había tras la línea del horizonte,
y nos rendimos a lo más cruel y sangriento,
el único animal que atesora con avaricia
mucho más de lo que pueda necesitar en una vida,
y a costa de destruir la vida de los otros.
Todos somos codiciosos o cómplices de la codicia,
porque hemos permitido que un ser implacable,
nacido en la cloaca de la peor pasión,
se apoderara de la entera condición humana
y dictara sus brutales leyes al universo.
De modo que el codicioso,
bárbaro adorador del ídolo de oro,
avanza a cara descubierta, libre de toda atadura,
saqueador de la belleza, dueño del mundo.
Somos, pues, culpables.
Nuestro delito ha sido dejar
que el depredador que hay en nosotros
expulsara a todo lo noble y digno
que estábamos obligados a preservar
para seguir siendo considerados seres humanos.
Hemos dejado que se nos robaran
hasta las palabras, y ahora nuestro lenguaje
ya es el lenguaje del mercado, del beneficio,
del tráfico de almas,
sin ningún lugar para la compasión.
Nos hemos ofrecido en sacrificio
para ser carne de una rapiña sin límites
y nuestros restos yacen, esparcidos,
alrededor del altar.
Y falta ya muy poco
para que también la libertad
nos sea arrebatada
por el amor a la codicia,
que parece ya el único amor permitido.
O eso es lo que cree
ese hombre que amenaza sin ira a un edificio
-ese hombre que me recuerda a mi padre anciano-
mientras entona una acusación a los espectros:
"¡los codiciosos!, ¡los codiciosos!".
Y eso mismo es lo que cree
Dimitris Christulas, la mano apretada en la culata,
al observar la plaza Syntagma, centro de Atenas,
situada tan sólo a unos quilómetros
del corazón antiguo, la Acrópolis,
donde hace exactamente 2.454 años
se representó por primera vez Antígona,
y el hombre cantó a lo más elevado de sí mismo:
"Muchas cosas hay portentosas,
pero ninguna tan portentosa como el hombre"
proclama, en el teatro, el coro de ancianos.
Dimitris Christulas dispara.
Al caer se lleva consigo un retazo
del azulísimo cielo de Grecia.
(Rafael Argullol, 6 de abril de 2012. Publicado en Babelia, nº 1070,  sábado 26 de mayo de 2012)

Rafael Argullol (Barcelona, 1949) es poeta, narrador, ensayista y catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Es autor de numerosos ensayos, seis novelas y tres poemarios, además de otras obras de difícil clasificación. Su libro Una educación sensorial recibió el premio de ensayo Fondo de Cultura Económica 2002, y su novela La razón del mal fue galardonada con el Premio Nadal 1993.
 Puedes leer el texto completo en:

1 comentario:

  1. Avanza el poema, y con él la conmovedora sensación de lo conocido... Porque entre el sermón generalista y tópico tantas veces escuchado, irrumpe de pronto y con fuerza, este recuerdo, no tan lejano en el momento en que escribo esto, del abuelo griego suicida que estremeció a Europa.
    Carlos San Miguel

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