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domingo, 30 de abril de 2023

"Todas íbamos a ser reinas", de Gabriela Mistral


©Felice Casorati


TODAS ÍBAMOS A SER REINAS

Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en oro y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos, 
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas,
y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,
de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán...

Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin  saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:

"En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar".

(De Tala, 1938. En Gabriela Mistral, En
verso y prosa. Antología, RAE, 2010)


La escritora Gabriela Mistral./ F. SANTANDER
Gabriela Mistral es el seudónimo adoptado por la escritora chilena Lucila Godoy Alcayaga, la primera de los escritores hispanoamericanos en obtener el Premio Nobel de Literatura, en 1945. Con el seudónimo elegido quiso expresar su admiración por el poeta italiano Gabriele D'Annunzio y el poeta francés en lengua provenzal Frederic Mistral.

Nació en Vicuña el 7 de abril de 1889. Adolfo Castañón nos recuerda que en este mismo año vinieron al mundo Henry Miller, Charlie Chaplin, Anna Ajmátova y Alfonso Reyes, se empezó a edificar la torre Eiffel, y nació en Austria A. Hitler. Sus padres, de ascendencia española, fueron el maestro y poeta Jerónimo Godoy Villanueva y Petronila Alcayaga, que era viuda con una hija llamada Emelina Molina cuando contrajo matrimonio con Jerónimo. Este las abandonó cuando Gabriela contaba apenas tres años. Pasó casi toda su infancia en la ciudad de Montegrande, en el valle de Elqui.

Trabajó como maestra hasta 1925. A los quince años publica sus primeros versos en la prensa local. Colabora en la revista Elegancia, que dirige Rubén Darío desde París.  En 1910 obtuvo el título de maestra, carrera que no había estudiado debido a la falta de recursos de su familia, convalidando sus conocimientos en la Escuela Normal Nº 1, en Santiago. En 1914 obtiene el Premio Nacional de Literatura de Chile con Sonetos a la muerte, que retocará durante años antes de incluirlos en Desolación. En 1922 se traslada a México para colaborar en los planes de reforma educativa del político y escritor José Vasconcelos. En este país publica en 1923 Lecturas para mujeres, y en Barcelona, la antología Las mejores poesías. Progresista y preocupada por el trato discriminatorio de la mujer en la sociedad, desarrolló una enérgica labor pedagógica desde su modesto comienzo como maestra rural hasta la brillante labor desplegada en lugares como Santiago, México o Estados Unidos, donde dio clases en la década de los 30.  A partir de 1933,  fue cónsul  en Madrid, Lisboa, Los Ángeles, Santa Bárbara, Génova, Nápoles y Nueva York (1953), además de delegada de la Asamblea General de Naciones Unidas. 

Durante su estancia como cónsul en España, cargo en el que fue sustituida  por Pablo Neruda en 1935, Gabriela Mistral se movió en los círculos intelectuales de izquierda y trabó amistad con Juan Ramón Jiménez o con el crítico literario Enrique Díez Canedo y su esposa, Teresa, además de relacionarse con las socias del Lyceum Club Femenino, fundado por María de Maetzu. 

En los años de la Guerra Civil española se implicó en recoger fondos  y en sacar a Francia a un grupo de niños vascos, para lo que aportó los beneficios de su poemario Tala: 30.000 francos, que Victoria Kent distribuyó entre los niños y algunos maestros, según cuenta Gabriela en carta dirigida a Teresa Díez Canedo. Ayudó a salir de España a intelectuales en peligro y los protegió en el exilio: en Lisboa ofreció protección diplomática a la pintora Maruja Mallo y proporcionó ayuda profesional a las transterradas, para lo que fundó la Casa de España en México. En De mujer a mujer. Cartas a Gabriela Mistral desde el exilio (1942-1956), editado por la Fundación Banco Santander en 2020, Francisca Montiel Rayo recoge la correspondencia de la autora con exiliadas españolas como María Zambrano, Francisca Prat, Maruja Mallo, Ana María Sagi, Zenobia de Camprubí, María de Unamuno o Margarita Nelken, con las que mantuvo una relación fraternal. Con el profesor Federico de Onís coordinó desde Niza la recaudación para tratar de exiliar a Antonio Machado. También impulsó la candidatura al Premio Nobel de Literatura de Juan Ramón Jiménez, al que consideraba su maestro, quien lo ganó bastante más tarde que la chilena, en 1956.

Gabriela Mistral murió en Nueva York en 1957, pero sus restos fueron  trasladados a Chile y sepultados en el Cementerio General de Santiago, donde permanecieron hasta que en 1960 fueron trasladados a Montegrande, como era su deseo.

Carta de Gabriela Mistral a Margarita Nelken. / F. SANTANDER


Sus primeros poemas fueron recogidos en Desolación (1922), libro inspirado por un amor trágico y frustrado, en el que liquida el modernismo y anuncia la vanguardia.  A este siguió Ternura (1924, 1945), recopilación de canciones para niños. En 1938 apareció en Buenos Aires Tala, libro dedicado a los niños españoles víctimas de la Guerra Civil, cuyo título alude al necesario despojo (el corte, la tala) para emprender la escritura, y en 1954, Lagar, cuyo título, 'lugar donde se pisa la uva',  figura como tropo de la producción poética que se nutre de restos de la experiencia y de escrituras anteriores, según explica Nuria Girona. Póstumamente se publicó su Poema de Chile (1967). Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.

*

Nota de la autora al poema:

TODAS ÍBAMOS A SER REINAS

Esta imaginería tropical vivida en un valle caliente, aunque sea cordillerano, tenía su razón de ser. El hacendado don Adolfo Iribarren  —Dios le dé bellas visiones en el cielo—, por una fantasía rara de hallar el hombre de sangre vasca, se había creado, en su casa de Montegrande, casi un parque medio botánico y zoológico. Allí me había yo de conocer el ciervo y la gacela, el pavo real, el faisán y muchos árboles exóticos, entre ellos el flamboyán de Puerto Rico, que él llamaba por su nombre verdadero de "árbol de fuego" y que de veras ardía en el florecer, no menos que la hoguera.
     No bautizan con Ifigenia, sino con Efigenia, en mis cerros de Elqui. A esto lo llaman disimilación los filólogos, y es operación que hace el pueblo, la mejor criatura verbal que Dios crió, quien avienta el vocablo de pronunciación forzada y pedante, por holgura de la lengua y agrado del oído.

2 comentarios:

  1. Será autobiográfico, pues, y esas otras niñas serían sus amigas... En su locura, la que mejor parada salió fue Lucila. ¡Qué triste es! Bueno, al menos, y aunque de forma efímera, la ilusión infantil se perpetúa con los nuevos niños y niñas y, acaso, la locura.
    Me llama la atención -y me gusta- esa "convalidación" de los puestos de responsabilidad entre los diversos países que formamos Hispanoamérica, que permite que la gente válida sea reconocida en los países hermanos para intentar ayudarse con su experiencia y valor, tal como hizo Méjico al darle esa oportunidad.
    Me ha gustado el poema y el artículo.
    carlos

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