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jueves, 20 de abril de 2023

'El país de los otros', de Leila Slimani


Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 20 de marzo de 2023
Autora: Leila Slimani
Obra comentada: El país de los otros. Primera parte: Guerra, guerra, guerra. Trad. de Malika Embarek López. Cabaret Voltaire, 2021

I. Acerca de la autora

Leila Slimani, nacida en Rabat, Marruecos, en 1981, es una periodista y escritora con doble nacionalidad: marroquí, por nacimiento, y francesa por su herencia alsaciana.  Su madre, la franco-argelina Béatrice-Najat Dhobb-Slimani, fue la primera mujer en obtener en Marruecos una especialidad médica, la de otorrinolaringología. Su padre, el economista y alto funcionario marroquí Othman Slimani, llegó a ser Ministro de Economía (1977-1979) y después presidió el Banco CIH hasta 1993, cuando fue implicado falsamente en un escándalo financiero del que se le exoneró póstumamente. Leila Slimani estudió en el liceo francés de Rabat.  A los dieciocho años marchó a París para matricularse en el Instituto de Estudios Políticos y, posteriormente, en la Escuela Superior de Comercio, donde se especializó en medios de comunicación. Acabados sus estudios, consideró la posibilidad de convertirse en actriz e intervino como secundaria en dos películas. Contrajo matrimonio en 2008 y es madre de una niña y un niño.

Tras ejercer varios años como periodista en L'Express y Jeune Afrique, decidió dedicarse a la literatura. Logró el reconocimiento unánime de la crítica con  su primera novela, En el jardín del ogro (2014),
Leila Slimani./ENRIQUE SCANDELL
donde aborda la adicción sexual femenina así como la cuestión del amor maternal, un motivo recurrente en su obra. El libro fue finalista del Premio Flore y su autora se convirtió en la primera mujer galardonada con el Mamounia, otorgado a un autor marroquí en lengua francesa. Consolida su carrera literaria con su segunda novela, Canción dulce, Premio Goncourt 2016, un inquietante thriller en el que explora las relaciones de dominación social y económica. El libro fue objeto de una adaptación cinematográfica a finales de 2019. Con su ensayo Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos (2017), que reúne testimonios de hombres y mujeres, muestra la sexualidad como un poderoso medio de control político. Con El país de los otros: Guerra, guerra, guerra (2020), reconocido con el Premio de los Libreros de Madrid al Mejor Libro del Año 2021 y con el Premio Llibreter 2021 del Gremio de Libreros de Barcelona, inicia una trilogía de la que acaba de aparecer en nuestro país la segunda entrega, Miradnos bailar (2023). En  El perfume de las flores (2021) trata sobre el proceso creativo de su escritura. 

Ha residido en París hasta fechas recientes. Tras las elecciones de 2017, rechazó la propuesta de Macron  para convertirse en Ministra de Cultura, pero aceptó el nombramiento como representante francesa en el Consejo de la Francofonía. Ese mismo año recibió el Premio "Out" de oro por su condena de la penalización de la homosexualidad en Marruecos y del control sobre el cuerpo de las mujeres. 

Durante la pandemia de la COVID-19, refugiada con su marido y sus hijos en su segunda residencia, en Normandía,  escribió un diario del confinamiento que fue publicando en  Le Monde a partir de marzo de 2020. La publicación generó una violenta polémica en las redes sociales, donde fue denigrada y ridiculizada, acusándola de privilegiada burguesa que, desconectada de la realidad, escribía de manera frívola desde su confortable retiro mientras la gente moría. La agresividad en las redes le hizo cerrar sus perfiles y trasladarse a vivir a Lisboa, donde reside gran parte del año.
Meknés, puerta de la muralla


II. El país de los otros, una novela sobre el mestizaje

Una saga familiar

Con El país de los otros se inicia una saga familiar, formada por tres novelas y basada en la historia de la propia familia de la autora. En esta primera entrega inspirada en los recuerdos de su abuela Anne Reutsch, una francesa casada con un marroquí, la trama se desarrolla en Marruecos desde 1947 si bien, las numerosas analepsis hacen que la narración se remonte varios años atrás hasta agosto de 1955, cuando Marruecos era un protectorado francés a punto de conseguir la independencia. 

Los protagonistas son el marroquí Amín Belhach y la alsaciana Mathilde, un matrimonio mixto que al terminar la Segunda Guerra Mundial, en la que Amín  ha participado combatiendo en el ejército francés, se instala en Meknés, una ciudad del norte de Marruecos, para explotar la finca heredada por Amín. Pronto las ilusiones de ambos se ven defraudadas cuando descubren que la propiedad ocupa un terreno pedregoso en el que está todo por hacer, y la vivienda no es más que una casucha con tejado de hojalata y manchas de humedad. Así comienza para ellos un periodo de enormes dificultades, en el que deben hacer frente a las privaciones impuestas por la falta de recursos económicos, pero también al rechazo social que provoca un matrimonio mixto, a los conflictos surgidos en su  seno  debido al choque entre dos culturas tan dispares y a la violencia desatada por los nacionalistas contra los colonos. 

La segunda parte, Miradnos bailar (2022), comienza a finales de los 60, en los ambientes de la élite marroquí de izquierdas, para pasar en los años 70 a la violenta  represión del reinado de Hassan II. El tercer volumen se ocupará de la generación de la autora, los que emigraron a Europa o Estados Unidos, y del auge del islam político y del conservadurismo.

Conviene aclarar, no obstante,  que no se trata de literatura del yo o autoficción, tan cultivada en la actualidad, sino de novelas en que la imaginación de la autora transforma las vivencias familiares.
Anne Reutsch, la abuela alsaciana de Leila Slimani


Sobre el título

El país de los otros es el título que figura en la cubierta del libro y con el que generalmente se refiere a la novela la prensa especializada. Sin embargo, según se indica  en la portada interior, El país de los otros es el título de la trilogía, mientras que el asignado a la primera parte, es decir, la novela que nos ocupa, es  Guerra, guerra, guerra, un título sin duda mucho menos atractivo que el dado a la trilogía. 

El nombre de esta primera entrega procede de una frase de Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó y que Selma, la rebelde hermana de Amín, repite  con frecuencia, imitándola, ante los jóvenes con los que suele reunirse en un café de su ciudad cuando estos dicen estar hartos de oír a los adultos hablar de la Segunda Guerra Mundial: "¡Guerra, guerra, guerra... todo el día hablando de guerra!" (pág. 328). Así, como ha explicado la autora, este volumen "se coloca bajo el signo de la guerra omnipresente". 

En cuanto al título de El país de los otros, con el que nos referiremos a esta primera novela puesto que es el que se ha popularizado, hace referencia  a Marruecos, el país en el que la francesa Mathilde se siente como una extraña. Aunque en realidad,  según la autora, todo los personajes están en "el país de los otros", no solo los franceses, ocupantes de una tierra que no les pertenece, sino también los marroquíes, gobernados por sus colonizadores, y en especial, las mujeres, que habitan "en el país de los hombres". Por ello Mathilde se siente doblemente extranjera: 
"Comprendió que era una extranjera, una mujer, una esposa a merced de los otros. Él  ahora estaba en su territorio, él era quien explicaba las normas, quien decía lo que había que hacer, quien trazaba las fronteras del pudor, de la vergüenza y del decoro". (pág. 25)
Pero a lo largo de la novela, algunos personajes lucharán para transformar "el país de los otros" en un país propio: Omar, en el plano político, persigue que los marroquíes se conviertan en dueños de su propio destino; Mathilde y Selma, mientras tanto, tratan de defender su libertad e independencia como personas, pero, como se dice sobre Selma en la novela, a ellas nadie las escucha. 

Una ciudad colonial

Para una novela que tiene como trasfondo el proceso de descolonización marroquí, la autora ha elegido como escenario Meknés, la ciudad colonial por excelencia, con guarnición y colonos,  donde se aplicó con rigor el sistema de segregación. Sus habitantes se distribuyen en dos mundos  separados por un foso de desconocimiento, recelo e incomprensión, cuando no de desprecio, representado físicamente por una especie de franja de seguridad, donde estaba prohibido construir y que dividía a la ciudad en dos partes:
"Él le había descrito la topografía urbana, que respondía a los criterios ordenados  por el mariscal Lyautey al principio del Protectorado. Una separación estricta entre la medina, cuyas costumbres ancestrales se debían preservar, y la ciudad europea, cuyas calles llevaban nombres de ciudades francesas y que pretendía ser un laboratorio de la modernidad". (pp. 26-27)
En la medina, en el  barrio de Berrima, frente a la judería, vive la familia de Amín, formada por Muilala, su madre; sus hermanos varones, Omar y Yalil, y la pequeña Selma, además de Yasmín, la esclava negra que Kadur Belhach había comprado para su esposa. Dominando la medina, para vigilar cualquier signo de agitación, se encuentra la base militar, el campamento Poublan.

En la ciudad europea se ubica el colegio de monjas al que asiste Aicha, la hija de Mathilde y Amín, así como la casa donde habitan Dragan Pelosi, el ginecólogo judío de origen húngaro que en 1954 se asocia con Amín para exportar fruta a Europa del Este, y  Corinne, su esposa francesa.

A 25 km al norte de la ciudad se extienden las prósperas fincas de los colonos franceses entre los que se cuentan Roger Mariani y la viuda de Mercier, vecinos de Amín, que poseían las mejores tierras, y la propiedad de Amín, donde se instalan el matrimonio y sus dos hijos (Aicha y  Selim ), además de una criada adolescente llamada Tamo. Próximo a estas explotaciones se halla el aduar, la aldea donde viven las familias de los peones marroquíes que trabajan para los colonos, entre ellas la familia de Ito y sus siete hijas, una de las cuales es Tamo.
Imagen de la medina de Meknés. (Foto: KimKim)


Novela sobre el mestizaje 

El país de los otros es, ante todo, un libro sobre el mestizaje, como adelantan las dos citas con que se abre la novela, en la primera de las cuales, de Éduard Glissant, se lee: "Maldición de esa palabra: mestizaje".  Pues el mestizaje, lejos de entenderse como un fenómeno enriquecedor, es considerado por los personajes como algo sumamente negativo.

Debemos tener en cuenta que en la década de los cuarenta, cuando Mathilde y Amín se instalan en Marruecos, los matrimonios mixtos eran una rareza; en todo caso, eran de hombre francés con mujer marroquí, porque "Toda colonización es una empresa sexual: el hombre blanco penetra en el territorio y conquista a las mujeres", explica la autora. De ahí que la pareja formada por un marroquí atractivo y una europea rubia, alta y con ojos verdes, sea contemplada con extrañeza y desconfianza. Por eso Amín, que con frecuencia es tomado por el chófer de la familia,  se ve obligado a explicar en el hotel donde se alojan cuando Mathilde se reúne con él en Marruecos que la mujer que lo acompaña es su esposa; y Mathilde, embarazada de siete meses, escucha los comentarios maliciosos de unas mujeres con las que se cruzan en la ciudad europea, y siente de nuevo el desprecio de sus mismos compatriotas cuando es rechazada en la peluquería a la que acude a arreglarse el pelo. 

Pero es el médico que atiende a Mathilde, enferma de paludismo, quien expresará  todo el rechazo y la repugnancia que le provoca  esa unión y el fruto de la misma:
"Ante aquella mujer desnuda y vaciada de sus fuerzas, imaginó la intimidad que compartía con aquel moro tempestuoso. Se la imaginaba claramente después de haber visto por el pasillo el fruto asqueroso de esa unión, y le produjo una arcada, un sobresalto de rabia. [...] Aquella mujer dormía en brazos de ese moro velludo, de ese patán que la poseía, le daba órdenes. Todo era injusto, no entraba dentro de la norma, esos amores creaban caos y desgracia. Los mestizos anuncian el fin del mundo". (pp. 169-170)

El fruto de esa unión es la pequeña Aicha, una niña inteligente y silenciosa marginada por sus compañeras francesas, que se burlan en el recreo de su ropa ajada con olor a carbón y de su pelo encrespado:

"El peinado de Aicha era objeto de humillantes burlas. En mitad del patio, solo se la veía a ella. Una silueta menuda, un rostro de elfo y una cabellera enorme, una explosión de mechones rubios y ásperos, que, si el sol pegaba fuerte, daba la impresión de una corona dorada". (pág. 83)

Aicha está sola en el patio de recreo porque siente que no pertenece a ningún grupo, ni al de las alumnas francesas ni al de las internas marroquíes, y sueña con que la vieja furgoneta de su padre un día se eche a volar y la conduzca lejos. Sufre en silencio las humillaciones porque sabe que sus quejas darían lugar a discusiones entre sus padres, ya que Amín no es partidario de que su hija estudie en un colegio católico. Por eso se refugia en el estudio, convirtiéndose en una estudiante brillante, y en el misticismo, pues siente que Jesús le da fuerzas. Pero las humillaciones sufridas a lo largo de los años generan en ella un resentimiento que se manifiesta en su íntima alegría y en unos deseos que no se atreve a formular en voz alta cuando ve arder las casas de los colonos.

El "limaranjo", el híbrido creado por Amín injertando una rama de limonero en un  naranjo, se convierte en  una  imagen del mestizaje que recorre toda la novela.  Cuando Aicha  le pregunta a su padre, durante las revueltas de agosto de 1955, a qué bando pertenecen ellos, la respuesta del padre expresa una clara conciencia de su singularidad: "Nosotros [...] somos como tu árbol, mitad limonero, mitad naranjo. No estamos en ningún lado" (pág. 425). Un árbol cuyo fruto, de pulpa seca y sabor amargo, era incomible, y del que Amín, continuando con el símil entre los humanos y la botánica, piensa: "Al final, una especie dominaba a otra y, un día, la naranja vencería al limón, o a la inversa, y el árbol daría por fin unos frutos comestibles" (pág. 425). 

Dos hermanos enfrentados

La diferencia de  posturas de Amín y su hermano Omar ante la ola de fervor nacionalista,  que despierta la inquina contra los colonos y culmina en la novela con los violentos disturbios de finales de agosto de 1955, segundo aniversario de la deposición del sultán Mohamed V, hace aflorar el odio larvado de Omar hacia su hermano mayor. 

Amín, un hombre apolítico,  no parece sentirse molesto por la presencia de los franceses en su país, a pesar de que estos lo sometan a constantes humillaciones. Su padre había trabajado durante años como intérprete para el ejército colonial, él ha luchado contra los alemanes para liberar Francia y ha regresado convertido en un héroe, con un montón de medallas y una esposa francesa.

Su actitud contrasta con la del joven  Omar, que ha crecido sin su padre, fallecido en 1939. Este muchacho delgado y silencioso odiaba a los franceses tanto como a su hermano, de quien sentía celos porque pensaba que su madre lo prefería y por los honores conseguidos durante la guerra. El rebelde Omar, que soñaba con la desaparición de su hermano mayor,  deseaba con igual intensidad acabar con aquella sociedad "conformista" y "crear un orden nuevo del que él sería uno de los líderes". Al terminar la guerra traba amistad con miembros de organizaciones clandestinas que luchan  contra el ocupante francés e  incluso organiza una reunión en su casa, pese a las reticencias de su madre, y en el verano de 1954, indignado por la muerte de un resistente,  llega a defender ante Mathilde el uso de las armas contra los franceses.

Pero será en la celebración de una festividad cristiana,  la cena de Navidad de 1954, cuando se consume la ruptura entre los hermanos. Omar abandona la casa de su hermano tras discutir con Murad (asistente de Amín en Francia y desertor de la guerra de Indochina) y llamarlo traidor a su país y al islam, pero antes de salir le dirige a su hermano estas duras  y amenazadoras palabras: 

"Me largo. No sé qué pinto en esta casa de degenerados, que celebran a un dios que ni siquiera es el mío. Deberías sentir vergüenza delante de tus hijos y de tus empleados. Deberías sentir vergüenza por despreciar a tu pueblo. Más te valdría desconfiar. Los traidores lo pasarán mal cuando recuperemos nuestro país". (p. 309)

Más tarde, la conversación de Amín con el padre de un compañero de Omar que dice sentirse orgulloso  de los jóvenes que se sublevan contra el invasor y castigan a los traidores, lo lleva a cuestionarse su propia actitud: se considera un cobarde demasiado alejado de todo, que nunca se había sentido orgulloso de su país y se había acostumbrado desde adolescente a caminar con la cabeza agachada.

"Envidiaba el fanatismo de su hermano, su sentimiento de pertenencia. Le habría gustado no experimentar moderación, miedo a morir. En los momentos de peligro en quien pensaba era en su esposa y en su madre. Sobrevivir era una obligación para él". (pág. 322)

Sin embargo, más adelante le explicará a su hija que lo que está ocurriendo en su país, los ataques a los colonos franceses, no tiene nada que ver con la bondad ni con la justicia, que hay hombres buenos a los que les han quemado las fincas, y para él, sus vecinos no son adversarios:

"En realidad, es peor que la guerra. Pues vivimos con nuestros enemigos, o los que deberían serlo desde hace tiempo. Algunos son nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestra familia. Crecieron con nosotros y, cuando los miro, no veo ante mí a un adversario al que hay que matar. No, veo a una criatura inocente". (pág. 424)

Mujeres en un país ajeno

La novela está poblada de una rica diversidad de personajes femeninos que se expresan en distintos idiomas, rezan a dioses diferentes y pertenecen a mundos separados. Slimani ha creado mujeres fuertes e independientes, como la viuda de Mercier;  monjas bondadosas como sor Marie-Solange; esclavas negras en pleno siglo XX; mujeres que parecen sacadas de un cuento oriental, como las de la familia de Tamo, felices a pesar de su pobreza y su ignorancia. Pero nos centraremos en tres mujeres (Muilala, Mathilde y Selma) cuya vida está hecha de renuncias, sacrificios y constantes decepciones, mujeres sometidas a violencias físicas y psicológicas, a las que se enfrentan con distintas actitudes.

Muilala, la madre de Amín, una mujer de mentalidad muy tradicional que cubre su pelo con un pañuelo, está conforme con su situación, que Mathilde considera próxima a la esclavitud. Vive recluida en su casa de la medina, sin ventanas al exterior, y se siente feliz comiendo en la cocina una vez que lo han hecho los hombres de la familia, servidos por ella en el salón. Piensa que en el mundo existe una serie de fronteras (entre cristianos, judíos y musulmanes; entre hombres y mujeres) que es mejor no traspasar: "La paz se conseguía si cada cual se quedaba en su sitio" (pág. 130). Ella no concibe otra forma de vida; tanto es así, que no aspira a otra cosa para su hija Selma, pues a pesar de que admira a su nuera, la primera mujer instruida que ha conocido,  consiente que su hija falte al colegio, algo reprochable para Mathilde, quien ha aprendido que la educación es la base de la independencia de las mujeres.

Por el contrario, Mathilde y Selma son dos mujeres que luchan por su emancipación, la primera para recuperar la libertad perdida al casarse  y trasladarse a Marruecos; la segunda, para conquistar una libertad que nunca ha disfrutado. 

Cuando Mathilde conoce a Amín en el otoño de 1944, ella tiene diecinueve años. El personaje presenta, en principio, ciertas similitudes con el de Emma Bovary: joven huérfana de madre, aficionada a la lectura, caprichosa y consentida por un padre incapaz de negarle nada. Mathilde se enamora perdidamente de ese joven y apuesto oficial Marroquí, pero su boda representa para ella, además, la posibilidad de abandonar un pueblo carente de alicientes, y de provocar la envidia de sus amigas y de su propia hermana. Influida por sus lecturas, imagina una vida plena de aventuras, lujo y exotismo; sin embargo, su vida en nada se asemeja a sus lecturas. En Marruecos le espera un hogar sin las comodidades de la casa de su infancia; un esposo silencioso que jamás habla de sentimientos, que no la entiende ni acepta su forma de comportarse; una vida dedicada a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos, sin tiempo para el disfrute ni dinero para vestidos lujosos, y un país donde las mujeres apenas tienen derechos. 

Su marido, un hombre que se debate entre la tradición y el deseo de modernidad, será ahora quien dicte las normas y Mathilde tendrá que acostumbrarse a oír con frecuencia de sus labios: "Aquí las cosas son así". Amín la ama y se siente orgulloso de ella, de su belleza, de su coraje, de su capacidad para hacer mucho con muy poco, pero se avergüenza cuando su comportamiento no se acomoda a la modestia y sumisión exigidas a las mujeres en la sociedad marroquí. A veces, desearía una esposa sumisa como su madre, otras veces, se siente superior a los demás y piensa que la modernidad tiene sus ventajas. Con frecuencia la acusa de manirrota y grita que todo lo paga él con su dinero.

Mathilde, que piensa seriamente en abandonarlo todo e iniciar una nueva vida en Europa, se da cuenta de que para poder ser una mujer independiente debería haber estudiado y de que está atada a esa tierra porque los niños son sus raíces, pero se siente amargada por la dependencia y sumisión a su marido, se avergüenza de su ropa y de su aspecto mientras sueña con la colección New Look de Dior. A todo ello se suma el aislamiento social en el que viven, que la condena a la soledad. 

Pero aunque Mathilde no lo advierta, ella no es la única mujer europea con una vida difícil.  Un día, cuando le habla a Corinne de su vida y de lo que significa en esa ciudad  estar casada con un marroquí, Corinne no responde pero piensa que "nunca fue fácil estar casada con un judío, un meteco, un apátrida, y ser una mujer sin hijos" (pág. 208). 

Al final, los largos años de resistencia de Matilde, de defensa de sus pequeñas parcelas de libertad, concluyen, tras el triunfo de los nacionalistas,  con el acatamiento resignado de las exigencias del nuevo orden, condición necesaria para salvar a su familia.

En cuanto a Selma,  representa el deseo de emancipación de la mujer marroquí de los años 50, que rompe las reglas establecidas y sufre las consecuencias. Es una joven alegre, divertida, de extraordinaria belleza y enormes deseos de disfrutar de la vida. Anhela exhibirse por la avenida como las chicas europeas, "lucirse ante los chicos y los fotógrafos", y sobre todo, sueña con un gran amor, porque "Los tiempos antiguos habían acabado; los matrimonios concertados, también. O al menos es lo que Mathilde le había dicho, y ella quería creérselo" (pág. 142). Crece mimada por su madre y estrechamente vigilada por su hermano Omar, pues como ha explicado la autora, los nacionalistas marroquíes querían la libertad para todos excepto para sus hermanas. La desaparición de Omar, absorbido por la  revolución, y la falta de atención de Amín, dedicado al cultivo de sus tierras, le brinda la oportunidad de faltar a clase, reunirse en los cafés con otros jóvenes rebeldes e incluso de enamorarse de un aviador francés que la abandona al saber que está embarazada. Selma pagará un alto precio por tan breve libertad, por conocer un amor efímero y lucirse ante un fotógrafo, pues cuando Amín descubre su relación con el francés su única preocupación será salvar el honor de la familia, sin importarle la opinión de su hermana ni su felicidad, obligándola a contraer un matrimonio que horroriza a Mathilde.

El incremento de la violencia en  el país corre paralelo al de la violencia doméstica, cuyas víctimas son estas dos mujeres, que llegan a temer por su vida, igual que los colonos temen por la suya: la escena de violencia de género que se vive en casa de Amín y Mathilde, con peligro para la vida de las mujeres, parece un preludio de la explosión de odio desatada por los nacionalistas en el capítulo final de la novela, en que toda la familia se siente amenazada. 

Se da la paradoja de que la victoria nacionalista, con la inminente libertad del país, representa para estas dos mujeres la total pérdida de la suya, un mayor sometimiento. El país que están a punto de recuperar los marroquíes será para las mujeres, más que nunca,  el país de los otros. 

Meknés. Puerta de Bab El Mansur, en la plaza El Hedim. (Foto: Idtock)

A modo de conclusión

Cuando Mathilde escribe a su hermana, se inventa una vida que en nada se parece a la suya, una vida ficticia,  ideada a partir de lo que había leído en  las novelas de Karen Blixen, Pearl S. Buck o Alexandra David Néel. En sus cartas ella era la protagonista del relato, "en contacto con una población local ingenua y supersticiosa". Sin embargo, Leila Slimani ha compuesto una novela "anti Memorias de África", como ella misma ha manifestado; una novela  en la que no encontramos una visión idealizada de un país exótico, sino una narración muy verosímil sobre la dureza de la vida cotidiana de una familia mixta. De esta forma, Slimani, establece una doble relación de intertextualidad con las obras citadas, mediante una imitación próxima a la parodia en los resúmenes de las cartas de Mathilde, y transgrediendo su modelo en la propia novela.

La crítica no explícita del patriarcado se entreteje en la obra con la del colonialismo y con  la de la violencia  nacionalista, porque la autora ha sabido entrelazar con maestría el relato sobre la vida de los personajes con la narración de la historia marroquí en los años previos a su independencia, lo que añade valor a la novela, ya que este asunto ha sido poco tratado en la narrativa contemporánea.  

El ritmo sosegado de los primeros capítulos, en los que se reproduce el contenido de las cartas de Matilde,  y abundan las descripciones de personajes y lugares, así como de la vida diaria en la casa de la medina, en la finca de Amín o en el colegio de Aicha, se acelera a partir del capítulo V, cuando se precipitan los acontecimientos: aparición de Murad, viaje de Mathilde a Francia, desaparición de Omar, enfermedad de Muilala, ataques a los colonos... En consecuencia, el tiempo interno de los capítulos se va reduciendo considerablemente: de cuatro años que abarca el primero pasamos a la intensidad de una sola noche de violencia extrema en el capítulo final.

Otro de los aspectos notables de la novela es la capacidad de la autora para la creación de personajes. Mathilde, Amín y Aicha son seres complejos y contradictorios que evolucionan a lo largo de la novela. La Mathilde juvenil, caprichosa y ansiosa de disfrutar de la vida, da paso a una mujer madura preocupada por dejar huella, que encuentra su destino en ayudar a los demás y sacrifica su libertad por el bien de su familia.  Amín, el agricultor modernizador apegado a los usos sociales tradicionales, el padre que no sabía hablar a los niños, será el único capaz de responder con claridad a las incómodas preguntas que le formula su hija. Junto a ellos convive una enorme diversidad de personajes secundarios, dotados de rasgos individualizadores, que representan a la perfección esa mezcla multicultural del Marruecos de la época.

Dicha mezcla  se manifiesta, así mismo, en el lenguaje, con la inclusión de expresiones y términos del árabe y de la lengua bereber hablada en el aduar: Mathilde es para su suegra enfadada la nesranía, la cristiana; en ramadán rompen el ayuno con la harira; el padre de Amín consulta a una chuafa (hechicera); los judíos viven en la  mellah; benti ('hija mía') es el apelativo cariñoso con que se dirigen a Aicha en casa de Tamo, o con el burlón Bent Tayer, 'la hija del rico'. El léxico se enriquece también, como se señaló en la tertulia, con la inclusión de abundantes arabismos que, aunque incorporados al castellano, forman parte del caudal de palabras olvidadas (anafre) o de uso restrigido: adul (notario, escribano), ataifor (mesa redonda y pequeña donde se colocan los alimentos), regaifas (tortas, hornazos) o cabilas (tribus bereberes), entre otros.

La crítica ha destacado  el enorme poder de evocación de la prosa de Slimani. Con Mathilde recorremos la angostura de la callejuelas de la medina y  percibimos el olor del cuero, el de la leña quemada y el de la carne fresca, mezclados al del agua estancada y al de la fruta demasiado madura. Tumbados en la azotea de la casa de Muilala, escuchamos las conversaciones de la calle y las canciones de las mujeres de las casas próximas.  Con ella sentimos la explosión de colores, aromas y sonidos de un día de primavera:
"Cada día observaba la eclosión de los capullos en las ramas, aplastaba entre sus dedos las flores de azahar de los naranjos, se inclinaba sobre el frágil lilo. Ante ella veía los campos que no estaban cultivados cubiertos de amapolas de color rojo sangre, de flores silvestres de tonos anaranjados. [...] Desde que el buen tiempo había vuelto, oía el piar de cientos de pájaros invisibles, y las ramas de los árboles temblaban bajo el eco de sus cantos". (pág.179)
Una novela muy recomendable, en la que la autora recrea con habilidad la complejidad de las relaciones sociales en  una época decisiva en la historia de Marruecos y es capaz de mantener el interés de los lectores a lo largo de sus más de cuatrocientas páginas.

        Josefina López Granada

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