Grupo de
lectura "Leer juntos Hoy" del IES “Goya”
Sesión del 10
de diciembre de 2018
Obra
comentada: El orden del día,
Barcelona, Tusquets Editores, Colección “Andanzas”, 2018
Autor: Éric
Vuillard
Traducción: Javier Albiñana Serain
¿Quién es Éric Vuillard?
Éric
Vuillard (Lyon, 4/05/1968) es un escritor, cineasta y guionista francés, perteneciente
a la generación de los llamados “soixantehuitards”. Su biografía aparece ligada
a los acontecimientos de Mayo del 68, pues su madre se asomó al balcón con él
en brazos, para que viera a su padre tras una barricada. Estudió Derecho, pero
su vida está volcada en la Literatura y el Cine. Autor, pues, complejo que se
mueve indistintamente en la comunicación en varios códigos. Muy poco más se
sabe de su vida, salvo que actualmente vive en Rennes.
Es autor de una extensa obra:
Es autor de una extensa obra:
- Obra
narrativa: Le chasseur, 1999; Tohu, 2005; Conquistadors, 2009; Congo,
2012; La bataille d´Occident, 2013; Tristeza de la tierra, 2014; El orden del día, 2017;
-
Obra poética: Bois vert, 2002;
-
Obra cinematográfica: La vie nouvelle (guion), 2002; L´homme
qui marche, 2006 (Realización y guion); Matteo
Falcone (Realización y guion), 2008 (Adaptación de la novela de Merimé);
-
Álbum: Die
Tagesordnund (Ungekürtzte Lesung): Audio para MP3, Audiolibro y CD-Rom.
Ha
sido galardonado con los siguientes premios: Ignatius J. Reilly, 2010; Prix
Franz Hessel, 2012 (Premio franco-alemán); Prix Valéry Larbaud, 2013; Prix
Alexandre Vialatte, 2017; Prix Goncourt, 2017.
¿Qué es El orden del día?
Pintura original de Inmaculada Martín Catalán |
¿Qué es El orden del día?
(Dedicada
a Laurent Evrard, uno de los socios de la librería “Le livre”, de Tours, que
siempre le ha apoyado).
La
obra comentada es una novela dividida en dieciséis capítulos sin numeración, pero
precedidos de descriptivos títulos:
Una
reunión secreta. Las máscaras. Una visita de cortesía. Intimidaciones. La entrevista de Berghof. Cómo no decidir. Un
intento desesperado. Un día al teléfono. Almuerzo de despedida en Downing
Street. Blitzkrieg. Un atasco de Panzers. Escuchas telefónicas. La tienda de
utilería. Sonrisas y lágrimas. Los muertos. Pero ¿Quién es toda esa gente?
Se
trata de una narración que ha obtenido un éxito fulgurante en todo el planeta,
corroborado en su patria con la obtención del prestigioso premio Goncourt de novela.
Todo ello no ha impedido que la crítica francesa haya polemizado acerca del
género de El orden del día que, por
sus dimensiones (141 páginas), se encuadraría en el subgénero de la novela
corta. Más ardua resulta la tarea de encuadrarla como relato. Y es que si se
admite como novela, queda aún definirla o no como novela histórica. Si bien es
cierto que el argumento responde verazmente a hechos probados de la historia
europea del siglo XX, también lo es que no responde a los rasgos que la novela
histórica moderna ha acuñado para sí.
Desde
el siglo XIX se define este tipo de narraciones con rasgos nuevos muy
diferentes a los de la novela romántica de tema histórico. Sin buscar más allá de las letras hispanas,
Benito Pérez Galdós, a partir de 1868 admite que un nuevo género novelesco se
abre paso: el del relato de historias reales, bien documentadas y ayudadas por
toda clase de testimonios orales o escritos. Ahora bien, tal y como Galdós hizo
en sus Episodios Nacionales, a todo
ese material para historiadores, el escritor debe aportar el conveniente grado
de ficción para ser llamado novela. Así nacerá, por ejemplo, el personaje de
Gabriel Araceli, que será actor y testigo en los principales acontecimientos de
la Historia española de los episodios galdosianos.
En
una entrevista concedida a Álex Vicente en El País (8 de marzo de 2018) para el
suplemento Babelia, afirma Vuillard sobre El
orden del día: “El libro está compuesto por materiales distintos: un
diario, un vídeo de archivo, una imagen de época, una carta de Walter Benjamin.
Todo eso conforma, de manera heterogénea y a la vez ligada, la idea que puedo
hacerme de las premisas de la guerra.”
Vuillard,
aunque dedica íntegramente su novela a narrar acontecimientos históricos
veraces y comprobables, no inventa diálogos y elimina la creación de personajes
de ficción, aunque es cierto que se reserva al Narrador, omnisciente y
omnipresente, para mantener firme las riendas del argumento y escribir una
novela.
A
lo largo de sus páginas ofrece el autor constantemente un sinfín de recursos
literarios, magistralmente manejados. Destaca el tono irónico y, a veces,
cínico con que encara las situaciones: así cuando explica la anexión de Austria
porque “en Alemania estaban muy apretados” o el humor con que juzga el
interminable parloteo del matrimonio Ribbentrop con el ministro Chamberlain y
su esposa. Y en ningún momento cede Vuillard a la tentación de abandonar la
lengua literaria; ni siquiera al narrar momentos dramáticos. Una mezcla de
ironía y desgarro narrativo llena, por ejemplo, las páginas del capítulo “La
tienda de utilería” de Hollywood, que se convierte en metáfora de toda una época
que asistió adormecida, por el hábil uso de la propaganda, a los comienzos de
episodios terribles.
El
primer capítulo de la novela –en el que comienza a relatar la reunión que tuvo
lugar en febrero de 1933 entre Hitler y 24 grandes empresarios alemanes, al
objeto de recabar fondos destinados a su campaña electoral–sirve a Vuillard para
dejar claro, por boca del narrador, cómo piensa gobernar el relato de los
hechos:
“La
Literatura, según dicen, lo permite todo. Por lo tanto, yo podría hacerles dar
vueltas hasta el infinito en la escalera de Penrose, ellos jamás podrían volver
a bajar ni a subir, harían siempre ambas cosas a la vez. Y, en realidad, ese es
el efecto que nos producen los libros. El tiempo de las palabras, compacto o
líquido, impenetrable o espeso, denso, dilatado, granuloso, petrifica los
movimientos, hechiza y aturde”.
Es
decir, aunque respetando la realidad, se siente en tanto que escritor libre de
crear la estructura espacial y temporal de esta novela a su gusto. Y así lo
hace. De ese modo trata el tiempo: atrapa primero por sorpresa al lector con la
enumeración incontestable de los nombres más grandes de la economía alemana
(Opel, Siemens, Krupp, IG Farben, Telefunken, Bayer, Agfa, Varta, etc.) de
entonces y de hoy. Después, como hemos visto, juega con distintas posibilidades
literarias como si se tratase de un argumento inventado, pero regresa a
continuación bruscamente a los hechos y la reunión se lleva a cabo tal y como
ocurrió.
Los
“hechos” que anticipaban las intenciones del Führer fueron muchos, pero el
autor no se detiene en ellos, hace una rápida enumeración que pasma por las
evidencias que, al parecer, los grandes países no vieron o no entendieron. Es
el momento en que Lord Halifax va a acudir a Berlín para una entrevista y el
narrador opina en unas escuetas, pero densas, líneas:
“Por
supuesto aquella reunión se había mantenido en secreto, pero salta a la vista
cuál sería el ambiente que reinaba en Berlín poco antes de que llegara Halifax.
Y eso no es todo. El ocho de noviembre Goebbels, nueve días antes de su visita,
había inaugurado una gran exposición de arte en Múnich sobre el tema “El eterno
judío”. Tal era el panorama. Nadie podía ignorar los planes de los nazis, sus
brutales intenciones. El incendio del Reichstag el 27 de febrero de 1933; la
apertura de Dachau, el mismo año; la esterilización de los enfermos mentales,
el mismo año; La Noche de los cuchillos largos, al año siguiente; las Leyes
para la salvaguarda de la sangre y del honor alemán; el censo de las
características raciales, en 1935; son muchas cosas, la verdad”.
El resto de la novela gira en torno al
Anschluss, la anexión de Austria (que pasó de ser Österreich a ser denominada
Ostmark), tomada por el autor como prueba irrefutable de la ceguera mortal de
las potencias europeas. En ese mismo año de 1938 se produjo otro hecho similar,
la anexión de los Sudetes, región checa de habla alemana. Pero para ella Hitler
contó con la aceptación de los principales países de Europa. Todo fue consumado
en Múnich, durante una reunión, a instancias de Hermann Göring entre Benito
Mussolini, Arthur Chamberlain (Primer Ministro británico) y Éduard Daladier
(Primer Ministro francés). Este último afirma ufano que han conseguido en dicha
reunión salvar a Europa, pero en su interior sabe lo que ha ocurrido y, ante
una multitud que lo aclama, piensa “Ay, pobres gilipollas, si supieran la
verdad”.
Tropas alemanas entran en Viena el 14 de marzo de 1938 (wikipedia) |
Acuerdos de Múnich (30/ 09/ 1938). Chamberlain, Daladier, Hitler, Mussolini y Ciano (wikipedia) |
El
lector sabe de antemano cómo acabó todo aquello y el autor le ahorra un relato
premioso. Pero deja patentes la incompetencia de unos y otros, el antisemitismo
extendido, la destrucción social, el orgullo nacional, la inútil política de
apaciguamiento y las catastróficas consecuencias de todo ello.
El
último capítulo representa un salto temporal importante, ya que en él se cuenta
cómo aquellos empresarios que vimos al principio, que utilizaron mano de obra
procedente de Dachau, Auschwitz o Mathausen, hubieron de indemnizar a los
trabajadores al final de la guerra. Las compensaciones fueron exiguas. Se
centra el autor en la figura de Gustav Krupp, cuya imagen es la portada. Se
produce aquí un único momento de despegue de la realidad, ya que, en un momento
de alucinación, Krupp parece recibir la visita de los espectros de tantos
muertos a quienes no reconoce y se pregunta angustiado: “Pero ¿Quién es toda
esa gente?”
Pero
Vuillard no se deja escandalizar por la situación; al fin y al cabo esos mismos
hombres han financiado también a otros partidos de distinto signo político,
porque la política, toda la política, necesita dinero. Y son las empresas
quienes se lo proporcionan.
Con
el tono de quien ya ha visto muchas cosas, el narrador sentencia y desdramatiza:
“La
vida de las empresas perdura mucho más que la nuestra. […] Y es que la compañía
Opel es más vieja que gran número de Estados, más vieja que el Líbano, que la
misma Alemania, más vieja que la mayoría de los Estados de África, más vieja
que Bután, donde sin embargo los dioses fueron a perderse entre las nubes.”
Una
lectura imprescindible.
Francisca Soria
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