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miércoles, 9 de enero de 2019

'Al faro', de Virginia Woolf


Grupo de lectura "Leer juntos Hoy" del IES “Goya”
Sesión del 5 de noviembre de 2018
Obra comentada: Al faro.
Autora: Virginia Woolf






44 años tenía la Sra. Woolf cuando le confesó a su Diario que estaba escribiendo Al Faro con suma “rapidez y libertad”, de modo que el subrayado daría pie a cuestionar posteriormente tanto la distancia emocional necesaria para la revisión autobiográfica basada en aquel último veraneo de 1894 con su familia de clase media-alta en St. Ives, como el compromiso de búsqueda artística del “camino correcto” previo a su reconocimiento institucional definitivo. En todo caso, podrían aceptarse, tal vez, estas dos líneas directrices de la interpretación de su obra: por un lado, la de la recreación meditativa a partir del reflejo de su propia relación con padres y familia, donde el propósito terapéutico de liberarse de la obsesión con la madre se logra gracias al reconocimiento armonizador de la figura central en un contexto condicionado socialmente, pero también particularizado, e infinitamente enriquecido, en su devenir existencial; por otro lado, no sólo el propósito artístico, filosófico de cuestionar el modo de representación clásico, en su caso victoriano, de la realidad, sino también la ejercitación misma de la imposibilidad de acceder al conocimiento de la verdad, de la existencia misma de una verdad inamovible, común.
En el primer acercamiento, el conjunto de personajes ofrece un desarrollo poliédrico. Todos se definen a partir de su relación con Mrs. Ramsey, trasunto de la propia madre, cuya proyección sigue siendo completa en las secciones tras su muerte. Su configuración como emblema de la mujer victoriana, cohesionadora familiar y social, protectora de todos sin ser de todos querida, moderadamente cultivada, desinteresada intelectualmente, sacrificada en su intimidad, apegada a la complacencia social, convencional y normativa (el triunfo de la cena), no le impide asumir ese velo del misterio (se movía en el indescriptible aire de esperar algo) que la encarece como personaje y tal vez la engrandece, a ojos de la autora, como trasunto terapéutico. Bajo ese velo, en su intimidad conocida por el lector e intuida por los personajes, se identifica con la luz esperanzada, ordenadora del faro (hasta que se convertía en aquello que miraba: aquella luz) sobre el que, independientemente de los valores simbólicos inconcretos, más sugeridos que determinados, han de converger todas las líneas compositivas y significativas de la novela. El marido-padre se ubica en una capa secundaria del conjunto (por delante del cientificista Bamkers, del más neutro y potencial reflejo de la expectativa del lector, Carmichael, y de los ocho hijos), con su impostura, más ridiculizada amablemente que amargamente criticada, de erudito de bajo vuelo y escaso fondo, compilador fracasado de biografías que, en su enajenamiento, se pierde la vida de su entorno, y en la amalgama de sus exabruptos iracundos, de la exhibición caprichosa y a veces cruel de su egotismo y de su dependencia infantil, desmiente el único principio por el que se le respeta, el del incorruptible defensor victoriano de la verdad (y de su mano, la sinceridad, la honradez: no sabía mentir, nunca desfiguraba la naturaleza de un hecho cierto… con la realidad no se puede jugar), con el engaño disimulado de los inexistentes amor de su mujer y reconocimiento debido de su hijos. Este, en cierto modo, bufón del patriarcado clásico queda reforzado, finalmente, con la contrafigura exacerbada de Charles Tamsley, como representantes del grillete conservador a lo femenino (como también el padre de Virginia pretendía inhibir sus impulsos artísticos). 

Pintura de Inmaculada Martín

Frente a estos últimos y en cierto modo frente a todos, se levanta y también se construye, a través de la evolución que le permite la maduración en el tiempo (evolución como artista, rechazo del matrimonio, cuestionamiento de los Ramsey), la figura que, como alter ego de la otra autora, está en una esfera superior porque ofrece la base de comprensión final de la obra a través de la analogía entre su cuadro y la configuración de la novela, que acaban en el mismo momento tras un rapto enumerativo de la pintora que podría estar en boca de la escritora: había perdido el conocimiento del mundo exterior, y se olvidaba de su nombre y personalidad y aspecto…, su nombre continuaba arrojando, desde lo más hondo, escenas, nombres, dichos, recuerdos e ideas. Lily Briscoe puede completar su lienzo después de haber resuelto los problemas de representación en relación a los volúmenes y las manchas de color que se plantean en la primera sección: la búsqueda de la verdad psicológica desde la perspectiva de individuo es superior a la presunta fidelidad al objeto referido, a la apariencia real. Consigue terminar el cuadro precisamente a través del filtro personal de la rememoración, cuando los objetos referidos ya no existen con su confusa apariencia de realidad: ya desaparecida Mrs. Ramsley y ausente el sobreprotegido James, de excursión con su antagonista padre precisamente al faro con cuyo tercer destello luminoso se identificaba la madre, la artista puede pintar su representación reducida a líneas (quienquiera que fuese se había quedado en su interior, y se había acomodado de forma que por una verdadera suerte proyectaba una sombre en forma de triángulo irregular sobre el escalón) y ubicar en una compensación estética e instintiva los volúmenes (no había razón alguna, excepto que si allí, en aquel rincón había luz, aquí, en este otro, ella sentía la necesidad de oscuridad), descubriendo así, para sí misma, como superación del realismo representativo, las tendencias del arte abstracto y expresionista.
Por su lado, la escritora se apoya en los esfuerzos evolutivos de Briscoe (esta ha sido mi visión es la frase que cierra el libro) como soporte teórico de su filosofía y práctica literaria: en Al faro cada personaje ofrece una imagen particular de cada uno de los demás a través de sus monólogos interiores, de modo que a veces resulta difícil saber quién está hablando porque lo relevante es que se hace desde la perspectiva de alguien, y a veces se alcanza un conjunto de voces que parecen apuntar hacia la existencia de un coro indeterminado en el que también, a veces, está presente indudablemente la voz de la autora disimulada como un personaje más. El hecho de que cada elemento del libro esté ligado al observador que lo presenta en su íntima reflexión dificulta evidentemente la lectura, sobre todo para quien aún mantiene la aspiración de una verdad inamovible transmitida por un narrador incuestionado, pero denuncia la imposibilidad del conocimiento humano objetivo, que necesariamente se presenta fraccionado e incompleto.

Carlos Salvador Martín

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