Sesión del 14 de enero de 2019
Obra comentada: Vestidas para un baile en la nieve, Galaxia Gutenberg, 2017
Autora: Monika Zgustova
I. Acerca de la autora
Monika Zgustova nació en Praga (actual República Checa) el 22 de marzo de 1957. Cuando tenía dieciséis años abandonó con su familia la Checoslovaquia comunista y se exilió en Estados Unidos, donde se doctoró en literatura comparada por la Universidad de Illinois. En 1983 fijó su residencia en Barcelona y más tarde obtuvo la nacionalidad española.
La escritora Monika Zgustova./Oliver Duch [heraldo.es] |
Es autora de varias novelas traducidas a nueve idiomas -La mujer de las cien sonrisas (2000), Menta fresca con limón (2002), La mujer silenciosa (2005, finalista del Premio Nacional de Narrativa), Jardín de invierno (2009), La noche de Valia (basada en el testimonio de Valentina Íevleva, Premio Amat-Piniella 2014 a la mejor novela del año) y Las rosas de Stalin (2016, sobre Svetlana Alilúyeva, la única hija de Stalin)-; un libro de cuentos en catalán, Contes de la lluna absent (2009, Premio Mercè Rodoreda); la biografía novelada del escritor checo Bohumil Hrabal, Los frutos amargos del jardín de las delicias (1997); el libro de testimonios Vestidas para un baile en la nieve (2017, Premio Cálamo 2018), y la biografía íntima de Gala Dalí, La intrusa (2018). Ha estrenado dos obras de teatro y es coautora de un diccionario ruso-catalán. Sus obras literarias abordan los temas del exilio, la pérdida de identidad y la vida íntima de las personas en regímenes totalitarios.
Mujeres en el gulag
Vestidas para un baile en la nieve se inscribe dentro de la tendencia de la literatura actual a rescatar del olvido, a dar voz y visibilidad a mujeres que han protagonizado momentos excepcionales de la Historia o han destacado en cualquier ámbito.
Como se explica en la Presentación de la obra, la génesis del libro está en un viaje de la autora a Moscú en septiembre de 2008, durante el cual asistió a una reunión de antiguos presos del gulag (acrónimo formado por la designación soviética oficial de su sistema de prisiones y campos de trabajo). Zgustova se sorprendió al ver a numerosas mujeres y al observar su extraordinaria vitalidad. Así descubrió que, aunque la literatura sobre el gulag hacía pensar en un papel marginal de las mujeres, estas habían tenido una importante presencia en las cárceles y campos de trabajos forzados soviéticos. La autora se pregunta cómo habrían conseguido sobrevivir y decide entrevistarlas antes de marcharse de Moscú. Vestidas para un baile en la nieve es fruto de las conversaciones con nueve mujeres, ancianas todas ellas (algunas fallecieron antes de que se publicara el libro), sobre su experiencia en el gulag.
Cada capítulo del libro recoge el testimonio de una de estas mujeres, cuyos relatos, con frecuencia, se ramifican para dar cabida a las historias de otras mujeres, incluso de hombres, con los que compartieron encierro en la cárcel o en los campos de trabajo. Con frecuencia, la entrevistada es también narradora de esas otras historias; en otros casos, sin embargo, se recurre a la intertextualidad, incluyendo cartas u otros documentos que las mujeres habían conservado. Así, en el primer capítulo, Zayara Vesiólaya cuenta la historia del pintor Nikolái Bilétov, que prefirió llevarse a Siberia un violín en lugar de un abrigo de invierno, pero también conocemos la vida de la joven Natasha, detenida cuando estaba embarazada, por medio de una carta, escrita en pequeñas hojas de papel, que una presa le hace llegar clandestinamente a Zayara. La confesión de Susanna Pechuro incluye detalles de la estancia en el campo y posterior liberación de la española Lina, esposa de Serguei Prokófiev, y gracias a Elsa Markman tendremos acceso a las cartas que Ariadna Efrón-Tsvetáieva, la hija de la poeta Marina Tsvetáieva, escribió a Borís Pasternak desde su reclusión en Siberia. El testimonio de Valentina Íevleva contiene la historia de Tatiana Okunévskaya, famosa actriz a la que el mariscal Tito había pedido matrimonio. Finalmente, la historia de Irina Emeliánova se entrelaza con la de Olga, su madre, y la del autor de Doctor Zhivago, amante de Olga, en quien se inspiró para crear el personaje de Lara.
Incluso se intercalan relatos que pueden parecer ajenos a la experiencia narrada, pero que, en realidad, guardan una estrecha relación con la misma: la anécdota de los niños y el oso referida por Nikolái a Zayara o la leyenda del Ulises siberiano, con quien se identifica la joven, vienen a demostrar que hay que tener esperanza, que es posible sobrevivir en las condiciones más duras. De esta forma, el libro se enriquece y abarca fragmentos de vida de un grupo más numeroso, representativo y variado de personas, que ofrecen diferentes puntos de vista sobre la experiencia vivida.
Vestidas para un baile
El título del libro hace referencia a las circunstancias en que tenían lugar las detenciones, siempre de noche y por sorpresa, sin que a las detenidas les dieran tiempo a cambiarse de ropa o a llevar con ellas prendas de repuesto. Procede, más en concreto, del relato de Zayara Vesiólaya, quien al recordar su arresto, un viernes de 1949, a las dos y cuarto de la madrugada, mientras celebran una fiesta por la defensa de la tesis de su hermana Gaira, explica:
Recordar para contarlo
Vestidas para un baile en la nieve puede parecer un libro de difícil clasificación. Es el resultado de una investigación periodística, un reportaje para algunos, que incluye relatos autobiográficos y también biografías, además de cartas, fragmentos de diarios y numerosos poemas intercalados compuestos por las mujeres durante su reclusión. En nuestra opinión, es, sobre todo y fundamentalmente, una obra testimonial pues es expresión de las experiencias, narradas en primera persona, de nueve mujeres que vivieron el horror de la represión estalinista, cuya memoria han preservado durante muchos años con el fin de que se conozca, de compartirla con los demás, como expresa claramente Elena Korybut-Daszkiewicz:
Como se explica en la Presentación de la obra, la génesis del libro está en un viaje de la autora a Moscú en septiembre de 2008, durante el cual asistió a una reunión de antiguos presos del gulag (acrónimo formado por la designación soviética oficial de su sistema de prisiones y campos de trabajo). Zgustova se sorprendió al ver a numerosas mujeres y al observar su extraordinaria vitalidad. Así descubrió que, aunque la literatura sobre el gulag hacía pensar en un papel marginal de las mujeres, estas habían tenido una importante presencia en las cárceles y campos de trabajos forzados soviéticos. La autora se pregunta cómo habrían conseguido sobrevivir y decide entrevistarlas antes de marcharse de Moscú. Vestidas para un baile en la nieve es fruto de las conversaciones con nueve mujeres, ancianas todas ellas (algunas fallecieron antes de que se publicara el libro), sobre su experiencia en el gulag.
Cada capítulo del libro recoge el testimonio de una de estas mujeres, cuyos relatos, con frecuencia, se ramifican para dar cabida a las historias de otras mujeres, incluso de hombres, con los que compartieron encierro en la cárcel o en los campos de trabajo. Con frecuencia, la entrevistada es también narradora de esas otras historias; en otros casos, sin embargo, se recurre a la intertextualidad, incluyendo cartas u otros documentos que las mujeres habían conservado. Así, en el primer capítulo, Zayara Vesiólaya cuenta la historia del pintor Nikolái Bilétov, que prefirió llevarse a Siberia un violín en lugar de un abrigo de invierno, pero también conocemos la vida de la joven Natasha, detenida cuando estaba embarazada, por medio de una carta, escrita en pequeñas hojas de papel, que una presa le hace llegar clandestinamente a Zayara. La confesión de Susanna Pechuro incluye detalles de la estancia en el campo y posterior liberación de la española Lina, esposa de Serguei Prokófiev, y gracias a Elsa Markman tendremos acceso a las cartas que Ariadna Efrón-Tsvetáieva, la hija de la poeta Marina Tsvetáieva, escribió a Borís Pasternak desde su reclusión en Siberia. El testimonio de Valentina Íevleva contiene la historia de Tatiana Okunévskaya, famosa actriz a la que el mariscal Tito había pedido matrimonio. Finalmente, la historia de Irina Emeliánova se entrelaza con la de Olga, su madre, y la del autor de Doctor Zhivago, amante de Olga, en quien se inspiró para crear el personaje de Lara.
Mujeres y hombres en un campo del gulag soviético. elperiodico.com |
Vestidas para un baile
El título del libro hace referencia a las circunstancias en que tenían lugar las detenciones, siempre de noche y por sorpresa, sin que a las detenidas les dieran tiempo a cambiarse de ropa o a llevar con ellas prendas de repuesto. Procede, más en concreto, del relato de Zayara Vesiólaya, quien al recordar su arresto, un viernes de 1949, a las dos y cuarto de la madrugada, mientras celebran una fiesta por la defensa de la tesis de su hermana Gaira, explica:
Me fui de casa vestida como para un baile. Llevaba una falda estrecha negra hasta las rodillas, una elegante blusa roja con muchos botoncitos y zapatos de tacón. (pág. 20)Para un baile... "en la nieve", añade la autora, en clara alusión al pueblo de la taiga siberiana donde acaba deportada Zayara, quien al ir a buscar trabajo cae en la cuenta de que todavía lleva puesta la misma ropa que en el momento de su detención. Y en la fría Siberia, plagada de campos de trabajos forzados, con nieve que en ocasiones les llegaba hasta la cintura, cumplieron condena también el resto de las mujeres entrevistadas.
Diario de uno de los presos |
Recordar para contarlo
Vestidas para un baile en la nieve puede parecer un libro de difícil clasificación. Es el resultado de una investigación periodística, un reportaje para algunos, que incluye relatos autobiográficos y también biografías, además de cartas, fragmentos de diarios y numerosos poemas intercalados compuestos por las mujeres durante su reclusión. En nuestra opinión, es, sobre todo y fundamentalmente, una obra testimonial pues es expresión de las experiencias, narradas en primera persona, de nueve mujeres que vivieron el horror de la represión estalinista, cuya memoria han preservado durante muchos años con el fin de que se conozca, de compartirla con los demás, como expresa claramente Elena Korybut-Daszkiewicz:
—Quiero que se sepa todo, aquí y en Occidente. Pregúnteme lo que quiera, se lo diré todo. Soy un compendio, una enciclopedia del gulag. (pág. 109)
Por ello, la voluntad de no olvidar lo sucedido se expresa en el libro de forma reiterada, desde la cita inicial, un fragmento del "Réquiem" de Anna Ajmátova en el que evoca la detención de su hijo -"De madrugada vinieron a buscarte."-, que termina: "No olvidaré".
A pesar de que la escritura estaba prohibida, estas mujeres conservaron textos manuscritos en pequeños pedazos de papel que circulaban de manera oculta, como los cuentos que las presas escribieron para Galia Safónova, nacida en un campo del norte de Rusia; publicaciones caseras clandestinas (samizdat, 'autopublicación´) de obras literarias, como el cuaderno mecanografiado de Elsa con copia de las cartas de Ariadna a Pasternak, dibujos, fotografías e incluso algún libro, como el poemario de Pushkin que había pasado por cientos de manos en el campo y que Elena le muestra a la autora junto con un archivo de cartas:
A pesar de que la escritura estaba prohibida, estas mujeres conservaron textos manuscritos en pequeños pedazos de papel que circulaban de manera oculta, como los cuentos que las presas escribieron para Galia Safónova, nacida en un campo del norte de Rusia; publicaciones caseras clandestinas (samizdat, 'autopublicación´) de obras literarias, como el cuaderno mecanografiado de Elsa con copia de las cartas de Ariadna a Pasternak, dibujos, fotografías e incluso algún libro, como el poemario de Pushkin que había pasado por cientos de manos en el campo y que Elena le muestra a la autora junto con un archivo de cartas:
Entonces me muestra un archivo de cartas que le mandaron a escondidas, de un barracón a otro, algunos presos: filósofos y escritores. Con sumo cuidado toco esos pedacitos de papel llenos de una letra minúscula medio borrada y constato que hablan de Kierkegaard, Goethe, Beethoven, Gógol... (pág. 128)Sin embargo, el gran archivo, el gran compendio sobre el gulag, son las propias mujeres, tal como dice Elena, convertidas por voluntad propia en memoria viva de lo vivido, de lo visto y oído en su reclusión. Así lo expresa Ariadna cuando le habla a Pasternak de sus deseos de escribir sobre la belleza de Siberia:
No tengo ni tiempo ni papel para ello, de modo que lo llevo todo guardado en el corazón. Y está a punto de reventar. (pág. 74)
Heroínas del siglo xx
Las mujeres entrevistadas fueron condenadas por motivos políticos y no han sido totalmente rehabilitadas. Los años de encierro dejaron en ellas secuelas físicas que afectan a su movilidad, consecuencia de la malnutrición continuada. Cuando hablaron con la autora, seis de ellas vivían muy modestamente en arrabales moscovitas, en pisos construidos con paneles prefabricados durante la época de Jruschov, los llamados jruschovki; mientras que Irina Emeliánova y la periodista Natalia Gorbanévskaia residían en París, y la polaca Janina Misik, en Londres. Todas ellas soportaron con dignidad el hambre y las jornadas de trabajo agotadoras durante años de encierro en la helada Siberia, y al quedar en libertad retomaron sus estudios y trataron de rehacer sus vidas, a veces casándose con hombres que habían pasado por el gulag, pues creían que solo alguien que había compartido su experiencia podía comprenderlas.
Se trata de mujeres excepcionales, verdaderas heroínas del siglo XX, a las que la autora quiere "insuflarles la inmortalidad de los mitos" equiparándolas con personajes de la mitología griega o del Antiguo Testamento. Por ello en el título de cada capítulo, además del nombre y apellido de la entrevistada, figura un sintagma que, a modo de epíteto épico, condensa su historia y expresa el paralelismo con el mito. Así, Zayara, cuando muy a su pesar abandona el pueblo donde ha conocido a Nikolái para reunirse con su hermana en Kazajistán, vuelve la cabeza "como lo había hecho la mujer de Lot"(pág. 40). Susanna Pechuro, que pasa toda su reclusión esperando noticias de su amado Borís, es "Penélope encarcelada". La georgiana Ela Markan, una nueva Judith pues se propone seducir y dar muerte al ministro Beria, como Judith a Holofernes. Elena Korybut-Daszkiewicz, que eligió trabajar en una mina siberiana antes que acceder a las proposiciones del director del ambulatorio del campo, y se convirtió después en una especialista en cibernética, es vista como una nueva Minerva, la diosa de la sabiduría. Valentina Íevleva, condenada por amar a un marine estadounidense, es "Psique encarcelada". La disidente Natalia Gorbanévskaya (que inspiró la canción "Natalia" de Joan Baez), enfrentándose al tirano cuando las tropas del Pacto de Varsovia invadieron la república hermana de Checoslovaquia en 1968, se convierte en "Antígona frente al Kremlin". Janina Misik, arrancada de su tierra por las tropas soviéticas y trasladada con su familia a un campo siberiano antes de emprender un largo peregrinaje por campos de refugiados de diferentes países, es la versión femenina de Ulises que encuentra su Ítaca en Londres. Galia Safónova, nacida en el campo donde cumplía condena su madre, ferviente comunista que envía a su hija al funeral de Stalin, es "Ariadna, hija del laberinto", recluida después "en la cárcel que era la URSS". Finalmente Irina Emeliánova, separada de su novio francés, es Eurídice en los infiernos del gulag.
La experiencia del gulag
Los estremecedores testimonios de estas mujeres versan, fundamentalmente, sobre las circunstancias de su detención, su paso por la cárcel, el penoso viaje hasta Siberia, las condiciones de vida en los campos, su vida tras la liberación y su valoración sobre la experiencia en el campo.
Las detenciones, inesperadas y arbitrarias, podían deberse a meras sospechas, delaciones o denuncias que no se comprobaban, a la negativa a denunciar a inocentes, al deseo de castigar a alguien intocable como Borís Pasternak o a otros motivos como los que explica Elena Korybut-Daszkiewicz:
De la dificultad para adaptarse a la vida en libertad, que quizá explique en parte algunas opiniones sobre el gulag, habla con claridad Susanna, para quien fue "increíblemente duro", pues todo le resultaba trivial y se sentía sola e incomprendida. También Elena confiesa que nunca se adaptó al comportamiento despreocupado y superficial de los moscovitas. Pero quizá el testimonio más doloroso en este aspecto sea el de Valentina, que encontró su refugio en la lectura:
Salvadas por la belleza
"Lo que me salvó fue, en gran parte, la belleza", afirma Elena recordando los sufrimientos de su encierro. Y creo que debemos entender el término "belleza", en un sentido amplio, referido en primer lugar a la naturaleza siberiana, pero también a la literatura, especialmente a la poesía, a la música o cualquier otra manifestación artística, porque como sostiene Susanna "las mujeres educadas y cultas vivían más que las otras chicas" (pág. 61), opinión compartida por Semión Vílenski, otro superviviente:
Son mujeres que durante su reclusión le roban horas al sueño para juntarse a recitar poemas de autores famosos o compuestos por ellas mismas, poemas que se repiten para no desfallecer ante la adversidad. Mujeres como Valentina, capaz de leer cuatro veces Guerra y paz, el único libro que veía en muchos años. Mujeres con sensibilidad suficiente para apreciar la belleza, como Lina Prokófiev, de la que se cuenta que, durante el invierno,
Para concluir
Monika Zgustova recupera en este libro las historias de nueve mujeres que fueron víctimas del mayor sistema de campos de trabajos forzados. Desgraciadamente los relatos de estas mujeres no pertenecen a la ficción, tampoco constituyen un ensayo neutral sobre la represión estalinista, son la expresión subjetiva de unas experiencias reales que han querido compartir con los lectores.
La autora se limita a dar fe de lo que ellas cuentan, pero no valora o comenta sus testimonios, simplemente, como en cualquier entrevista, nos proporciona algunos rasgos de la entrevistada y de su entorno. El texto va acompañado de fotografías de estas nueve mujeres, de las casas donde viven, y de otras personas cuya historia conocemos a través de sus narraciones, así como de algunos objetos o dibujos conservados.
Con Vestidas para un baile en la nieve, dedicado a su madre, que le empujó a escribirlo, la autora viene a llenar un vacío existente en la literatura sobre el gulag, que apenas había prestado atención a las mujeres reclusas, a quienes se hace justicia y se rinde homenaje por medio del testimonio de estas nueve mujeres supervivientes. Nueve hábiles narradoras capaces de desgranar, con la entereza y serenidad que proporciona el tiempo transcurrido, historias terribles, pero llenas de humanidad y de belleza.
[Si no se indica otra cosa, las imágenes proceden del libro comentado]
Las mujeres entrevistadas fueron condenadas por motivos políticos y no han sido totalmente rehabilitadas. Los años de encierro dejaron en ellas secuelas físicas que afectan a su movilidad, consecuencia de la malnutrición continuada. Cuando hablaron con la autora, seis de ellas vivían muy modestamente en arrabales moscovitas, en pisos construidos con paneles prefabricados durante la época de Jruschov, los llamados jruschovki; mientras que Irina Emeliánova y la periodista Natalia Gorbanévskaia residían en París, y la polaca Janina Misik, en Londres. Todas ellas soportaron con dignidad el hambre y las jornadas de trabajo agotadoras durante años de encierro en la helada Siberia, y al quedar en libertad retomaron sus estudios y trataron de rehacer sus vidas, a veces casándose con hombres que habían pasado por el gulag, pues creían que solo alguien que había compartido su experiencia podía comprenderlas.
Se trata de mujeres excepcionales, verdaderas heroínas del siglo XX, a las que la autora quiere "insuflarles la inmortalidad de los mitos" equiparándolas con personajes de la mitología griega o del Antiguo Testamento. Por ello en el título de cada capítulo, además del nombre y apellido de la entrevistada, figura un sintagma que, a modo de epíteto épico, condensa su historia y expresa el paralelismo con el mito. Así, Zayara, cuando muy a su pesar abandona el pueblo donde ha conocido a Nikolái para reunirse con su hermana en Kazajistán, vuelve la cabeza "como lo había hecho la mujer de Lot"(pág. 40). Susanna Pechuro, que pasa toda su reclusión esperando noticias de su amado Borís, es "Penélope encarcelada". La georgiana Ela Markan, una nueva Judith pues se propone seducir y dar muerte al ministro Beria, como Judith a Holofernes. Elena Korybut-Daszkiewicz, que eligió trabajar en una mina siberiana antes que acceder a las proposiciones del director del ambulatorio del campo, y se convirtió después en una especialista en cibernética, es vista como una nueva Minerva, la diosa de la sabiduría. Valentina Íevleva, condenada por amar a un marine estadounidense, es "Psique encarcelada". La disidente Natalia Gorbanévskaya (que inspiró la canción "Natalia" de Joan Baez), enfrentándose al tirano cuando las tropas del Pacto de Varsovia invadieron la república hermana de Checoslovaquia en 1968, se convierte en "Antígona frente al Kremlin". Janina Misik, arrancada de su tierra por las tropas soviéticas y trasladada con su familia a un campo siberiano antes de emprender un largo peregrinaje por campos de refugiados de diferentes países, es la versión femenina de Ulises que encuentra su Ítaca en Londres. Galia Safónova, nacida en el campo donde cumplía condena su madre, ferviente comunista que envía a su hija al funeral de Stalin, es "Ariadna, hija del laberinto", recluida después "en la cárcel que era la URSS". Finalmente Irina Emeliánova, separada de su novio francés, es Eurídice en los infiernos del gulag.
De izquierda a derecha: Olga Ivínskaya, Borís Pasternak e Irina Emeliánova en 1959 |
La experiencia del gulag
Los estremecedores testimonios de estas mujeres versan, fundamentalmente, sobre las circunstancias de su detención, su paso por la cárcel, el penoso viaje hasta Siberia, las condiciones de vida en los campos, su vida tras la liberación y su valoración sobre la experiencia en el campo.
Las detenciones, inesperadas y arbitrarias, podían deberse a meras sospechas, delaciones o denuncias que no se comprobaban, a la negativa a denunciar a inocentes, al deseo de castigar a alguien intocable como Borís Pasternak o a otros motivos como los que explica Elena Korybut-Daszkiewicz:
—Me detuvieron los liberadores, o sea los soviéticos, durante la Segunda Guerra Mundial, después de la batalla de Stalingrado, en 1943. Consideraron que la población entera de los territorios ocupados por los nazis durante la guerra se componían de colaboracionistas y traidores a la patria. Muchos de los que fuimos a parar al gulag proveníamos de Ucrania, otros de las repúblicas bálticas, del este de Polonia y de Bielorrusia, además de numerosos judíos rusos víctimas del antisemitismo de Stalin. (pág. 110)Tras el paso por la temida cárcel de Lubianka, casi todas ellas fueron condenadas a muchos años de reclusión en campos de trabajo diseminados por Siberia. Allí se esforzaban "en rebajarnos a gusanos", explica Valentina Íevleva, que resume así las duras condiciones de vida en uno de los campos donde estuvo recluida, ocupado casi exclusivamente por mujeres:
Lo primero que comprobé fue el frío que hacía en los barracones. Durante el día íbamos al bosque a trabajar de leñadoras, incluidas las embarazadas. A cada paso nos hundíamos en la nieve hasta más arriba de las rodillas, hasta la mitad de los muslos, a menudo hasta la cintura o más. A cada momento nos teníamos que rescatar mutuamente de la nieve. Por la mañana, en lugar de los preceptivos, e insuficientes, cuatrocientos gramos de pan, recibíamos doscientos. No había sopa sino agua recalentada. (pág. 161)La crueldad podía llegar hasta el extremo de obligarlas a realizar un trabajo para destruirlo a continuación, ante la desesperación de estas mujeres sometidas al tormento de Sísifo, como confiesa Elena, que previamente había sufrido el penoso trabajo en una mina de carbón:
Experimenté algo más cruel, más refinadamente cruel. En pleno invierno, cuando no hay luz nunca y el sol no aparece ni por asomo, me enviaron junto con otros presos a construir un muro con piedras tan pesadas que costaba levantarlas. Un día nos obligaban a construirlo y al día siguiente nos ordenaban que destruyéramos lo erigido; y así una y otra vez. La mayor tortura de todas las que he vivido consistía en la inutilidad de un trabajo sobrehumano. (pág. 126)Existe, sin embargo, un tema tabú del que las mujeres no hablan en sus entrevistas: el del sexo y las frecuentes violaciones, algo demasiado doloroso y vergonzante para ellas. Las únicas referencias las hacen la autora y Elena, pero siempre se habla en general, nadie confiesa haberlas sufrido. La autora alude a ello para aclarar lo que Irina dice de la reacción de las presas cuando van a buscar a su madre en plena noche (en este caso, por otro motivo): "era así como los guardias iban a buscar a las mujeres para luego violarlas" (pág. 237). Pero es Elena quien expone más claramente la indefensión de las mujeres al recordar los consejos de otra presa para que acepte los requerimientos del director del ambulatorio:
—Parece que no sabes adónde has ido a parar, bonita. Aquí no eres nadie y no estás en condiciones de elegir.[...] Hay otros campos que son solo de mujeres, pero aquí te tienes que acostumbrar a las miradas masculinas. Y la cosa no se quedará en miradas furtivas ni proposiciones caballerescas. Nosotras no tenemos ningún derecho, nadie nos hará caso. (pág. 115)Por todo ello sorprende que algunas entrevistadas juzguen su paso por el gulag como una experiencia a la que no renunciarían. Para Zayara, deportada a Siberia pero no encerrada en un campo de trabajo, su estancia fue muy enriquecedora, una experiencia a la que no renunciaría, pues a pesar del hambre y las incomodidades, encontró "amigos de verdad en los que podía confíar" (pág. 45), algo en lo que coincide con Susanna, para quien el campo de trabajo fue "la lección vital más importante", "la mejor escuela" (pág. 66); opinión similar a la de Ela, agradecida por lo mucho que allí aprendió. A Elena, por el contrario, estas afirmaciones de algunas de sus compañeras le parecen perversas, aunque entiende que se deben a que echan de menos las amistades que forjaron en los campos (pág. 128). Con todo, admite que el gulag le ayudó "a conocer los verdaderos valores de la vida, a saber distinguir lo sustancial de lo trivial" (pág. 130). Valentina, por su parte, reconoce haber conocido "la mayor bondad posible [...] pero también el mal que todo lo destruye", lo que le ha permitido "comprender a las personas y a mí misma" (pág. 169).
De la dificultad para adaptarse a la vida en libertad, que quizá explique en parte algunas opiniones sobre el gulag, habla con claridad Susanna, para quien fue "increíblemente duro", pues todo le resultaba trivial y se sentía sola e incomprendida. También Elena confiesa que nunca se adaptó al comportamiento despreocupado y superficial de los moscovitas. Pero quizá el testimonio más doloroso en este aspecto sea el de Valentina, que encontró su refugio en la lectura:
Leyendo me olvidaba de mi vida malgastada, de mi compleja identidad, del rechazo que mi persona inspiraba a la gente, como si fuera una apestada. (pág. 169)
Bloque de viviendas prefabricadas donde vivía Susanna Pechuro |
Salvadas por la belleza
"Lo que me salvó fue, en gran parte, la belleza", afirma Elena recordando los sufrimientos de su encierro. Y creo que debemos entender el término "belleza", en un sentido amplio, referido en primer lugar a la naturaleza siberiana, pero también a la literatura, especialmente a la poesía, a la música o cualquier otra manifestación artística, porque como sostiene Susanna "las mujeres educadas y cultas vivían más que las otras chicas" (pág. 61), opinión compartida por Semión Vílenski, otro superviviente:
La mayoría de las personas que sobrevivieron eran personas con cultura. O dicho de otra manera: la cultura ayudó a la gente a sobrevivir. (pág. 12)Tal como le anuncia Semión Vílenski al proporcionarle nombres y teléfonos de mujeres supervivientes, Zgustova se encuentra en sus visitas con mujeres cultas, amantes de la música, que viven rodeadas de libros y obras de arte. El bloque de pisos en el que vive Zayara "se halla en mal estado, la entrada está muy sucia y maloliente, y el ascensor me parece de cartón", observa la autora, pero en la vivienda de la anciana hay libros hasta "donde me alcanza la vista" y "en las paredes cuelgan obras gráficas y pinturas originales enmarcadas". Su marido escucha La muerte y la doncella, y en la ventana hay geranios estratégicamente colocados para ocultar la fealdad de los bloques cercanos.
Son mujeres que durante su reclusión le roban horas al sueño para juntarse a recitar poemas de autores famosos o compuestos por ellas mismas, poemas que se repiten para no desfallecer ante la adversidad. Mujeres como Valentina, capaz de leer cuatro veces Guerra y paz, el único libro que veía en muchos años. Mujeres con sensibilidad suficiente para apreciar la belleza, como Lina Prokófiev, de la que se cuenta que, durante el invierno,
Lina se detenía y contemplaba el cielo: si este estaba despejado, la aurora boreal se revolcaba perezosa en él cual animal salvaje y les restaba brillo a las estrellas. Cuando se acercaba la primavera y un par de horas al día nos alumbraba un cielo rojo oscuro, Lina se embebía de él como el sediento en el desierto al que le dieran de beber. (pp. 61-62)Las referencias a la belleza de la naturaleza siberiana, esa que Ariadna Efrón guardaba en su corazón, son una constante en los testimonios de las mujeres, porque, como ha explicado la autora, la belleza humaniza y alimenta. Por este motivo, los hombres sabios, los chamanes presos en los campos, aconsejaban a la mujeres que se empaparan de esa belleza, una belleza cuyo recuerdo, confiesa Irina, la acompaña siempre:
Toda mi vida me he echado a temblar al recordar el largo camino que tuvimos que recorrer a pie sobre la nieve para llegar al campo de Taishet, de noche, cuando la temperatura descendía aún más. Pero también recuerdo que la noche era inmóvil, plateada, con luna llena, una noche que proyectaba sobre la nieve las sombras celestes de los pinos bajos y los tonos azules oscuros de las sombras de los altísimos abetos siberianos, que parecían cultivados en un jardín. (pág. 260)
Pueblo de Pijtovka, dibujado por Nikolái Bilétov |
Para concluir
Monika Zgustova recupera en este libro las historias de nueve mujeres que fueron víctimas del mayor sistema de campos de trabajos forzados. Desgraciadamente los relatos de estas mujeres no pertenecen a la ficción, tampoco constituyen un ensayo neutral sobre la represión estalinista, son la expresión subjetiva de unas experiencias reales que han querido compartir con los lectores.
La autora se limita a dar fe de lo que ellas cuentan, pero no valora o comenta sus testimonios, simplemente, como en cualquier entrevista, nos proporciona algunos rasgos de la entrevistada y de su entorno. El texto va acompañado de fotografías de estas nueve mujeres, de las casas donde viven, y de otras personas cuya historia conocemos a través de sus narraciones, así como de algunos objetos o dibujos conservados.
Con Vestidas para un baile en la nieve, dedicado a su madre, que le empujó a escribirlo, la autora viene a llenar un vacío existente en la literatura sobre el gulag, que apenas había prestado atención a las mujeres reclusas, a quienes se hace justicia y se rinde homenaje por medio del testimonio de estas nueve mujeres supervivientes. Nueve hábiles narradoras capaces de desgranar, con la entereza y serenidad que proporciona el tiempo transcurrido, historias terribles, pero llenas de humanidad y de belleza.
Josefina López Granada
[Si no se indica otra cosa, las imágenes proceden del libro comentado]
¡Y que se perpetraran estos crímenes en nombre de un palabra tan hermosa como es "Comunismo"...
ResponderEliminarCarlos San Miguel
Fascinante el libro y los aportes del blog. Muchas gracias.
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