Obra comentada: Fruta podrida (Fondo de Cultura Económica, Chile,
2007)
Reeditado por
Eterna Cadencia Editora en 2015.
Novela de argumento sencillo que utiliza la autora para
tratar temas de nuestro tiempo de forma cruda, como el desarrollo de los
avances en Medicina y su aplicación, el poder masculino, la explotación
laboral, la maternidad, el modelo productivo capitalista y su repercusión en el
comportamiento humano. Exagerando el discurso con lenguaje hiperbólico y con un trasfondo de miseria, podredumbre,
suciedad.
La narración está estructurada en cuatro partes,
alternando entre ellas algunos enigmáticos poemas que solo al final de la
novela he conseguido comprender.
En la primera, el narrador presenta a dos medio hermanas.
La Mayor, María, que trabaja en una empresa exportadora de fruta muy
eficientemente, utiliza obsesivamente los productos químicos para eliminar
plagas de todo tipo que puedan perjudicar la producción de fruta en una zona
rural y aislada de Chile. Zoila, la Menor, es diabética y depende de su
hermana, es rebelde y no quiere seguir el tratamiento médico.
Zoila “era un bicho recién fumigado, una mosca enredada
en la tela de araña”. El ambiente en el que se mueven es asqueroso: olores,
bichos, suciedad, vómitos. María maldice la obligación de cuidar de Zoila y la
enfermedad dentro de su casa, sin poder erradicarla, como ella acostumbra en su
trabajo. El fin es aniquilar la enfermedad, no procurar el bienestar de la
hermana.
El Hospital y el
Médico les ofrecen la posibilidad de un futuro trasplante a cambio del fruto de
los sucesivos embarazos de la Mayor, “esas bolas de carne”. Los dos tienen la misma obsesión: salvar las
vidas al precio que sea, sin que la moral interfiera en sus objetivos.
En la segunda parte, habla Zoila en primera persona.
Devora los alimentos prohibidos a escondidas, engaña con las analíticas y,
durante los nueve días en que su hermana acaba el “ciclo de engordes”, va a
casa de diferentes viejos para que la cuiden. Se menciona a un Enfermero que
las lleva y las trae al Hospital y quizá sea el autor de los embarazos, pero
eso es lo de menos. El cuerpo de la mujer como planta procesadora eficiente, el
producto/hijo aprovechable para el mantenimiento de los vivos y para que el
Hospital y el Médico puedan seguir con los avances científicos/ negocios. No
hay humanidad ni moral.
Los personajes masculinos son secundarios: el Médico, el
Viejo, el Enfermero, el Ingeniero, además del Padre de Zoila, del que solo
sabemos que tiene una empresa importadora frutícola en Estados Unidos y que las
abandonó, pero todos ellos influyen con la prepotencia masculina en la historia.
En la empresa hay un intento de huelga por parte de las
temporeras debido a las condiciones precarias de trabajo y una epidemia de
mosca negra, que María sabe atajar con eficiencia. Aun así no consigue
reconocimiento laboral y se venga inyectando cianuro en algunas piezas de fruta
que van a la exportación. Al ser detectado por las autoridades sanitarias, se
produce el EMBARGO, lo que provoca la desestabilización de la economía del
país. María es detenida y pide a su hermana que le entregue el veneno guardado
en un frasco. Zoila hace esta reflexión…”por qué concederle una libertad a la
que yo nunca tuve derecho”, “por qué no darle la posibilidad de una muerte que
yo misma he deseado siempre”. Le entrega el veneno. Dice Zoila: “Y vuelvo a pensar que debo irme. Como la
fruta de mi hermana, exportarme. Como los órganos del médico, trasplantarme.
Como las criaturas en el hospital, desaparecer misteriosamente”.
Detienen a María. Esta facilita la huida de Zoila
entregándole su pasaporte y una maleta con todo el dinero recibido del hospital por su “contribución”y que guardaba debajo
de la cama.
El concepto de tiempo está presente en el relato como
pinceladas. El reloj está retrasado o está adelantado, no se sabe si marca la
hora correcta. Tampoco se sabe si en determinadas situaciones han pasado días,
meses o años. Hay confusión. Al final hay preguntas.
“¿Y si el tiempo fuese la herida, una herida que con el
tiempo se infecta?”
“Cuánto tiempo queda” Cuánto, cuánto… El tiempo está
vencido, se está echando a perder en esta espera, no siente cómo huele.”
“Se ha perdido el tiempo mientras hablamos nuestra lengua
muerta.”
En la tercera parte, el narrador cuenta el viaje al
Hospital de Trasplantes del país del Padre. Zoila llega con una pierna
lesionada y que empieza a gangrenarse, arrastrando la maleta y con unas tijeras,
dispuesta a boicotear la curación de los allí hospitalizados, cortando las vías
de los aparatos que limpian o bombean artificialmente la sangre, que alientan el pulso, que alimentan a los
desnutridos… y así lo hace.
Llevando al extremo el lenguaje y de forma hiperbólica,
se pone de manifiesto la total equiparación de la materia orgánica: de la fruta
perecible con el cuerpo humano. Dice Zoila: “premiada por la ruleta perversa de
la medicina que alarga sin sentido mi inexorable deterioro”.
Epílogo. Diálogo de una enfermera del Hospital de
Trasplantes de Nueva York con Zoila o Monólogo de un personaje en el que
confluyen las dos identidades. También puede considerarse como la continuación
de los poemas que Zoila escribe en su cuaderno (Cuaderno deScomposición) y que
va arrastrando por la historia, ya que
está escrito con el mismo tipo de letra.
La escena se desarrolla en una plaza delante del Hospital
un frío y nevado día de invierno. Hay dos personajes: la Enfermera que sale de
su turno de trabajo y ve en un banco “algo”, “esa excéntrica mendiga cubierta
ahora por la nevada”.
Reflexionan sobre la necesidad de prevenir las
enfermedades, pero también que haya suficientes lesionados para que el hospital
pueda pagar los sueldos, dada su precaria situación laboral –piensa y “dice” la Enfermera, porque “mientras hable
no estaré sola”.
Con la cantidad de periódicos que han leído las dos y los
recortes que guarda referentes a enfermedades y hospitales, no se dice toda la
verdad. Los que saltan de los rascacielos en llamas no vienen al Hospital. Por
qué hablar de enfermedades degenerativas si la existencia es una degeneración
interna y externa. Además, para qué hablar de hospitales… Lo que realmente le
interesa es conocer la identidad de esa mujer, su nombre.
El mal olor se hace insoportable. ¿Viene, por fin, el
camión de la basura a llevarse el cadáver de nuestro tiempo?
Lina Meruane ha escrito también Sangre en el ojo,
tratando el mismo tema, y varios ensayos donde expone su punto de vista sobre
el deterioro de asuntos que nos interesan para la vida actual, siempre muy
crítica y muchas veces llevando al extremo su idea de sociedad sin valores
éticos y carente de sentimientos humanos.
En la última edición de Patas de perro del también
chileno Carlos Droguett, novela de un
patetismo difícil de soportar, Lina Meruane escribe un soberbio prólogo sobre
la marginación y la discriminación de los seres diferentes.
Muy diferente es el enfoque que Maylis de Kerangal
utiliza en su novela Reparar a los vivos tratando con delicadeza y maestría el
trasplante de corazón dentro de una historia muy humana. Pero esa es otra historia...
Victoria Aragüés
OTRA MIRADA
Fruta podrida, la tercera novela de Lina
Meruane, forma con Sangre en el ojo y el ensayo Viajes
virales una “trilogía involuntaria” (el término procede de Mario Levrero)
sobre la enfermedad.
Las
dos novelas –en las que aborda la diabetes, padecida por la autora desde los seis años, o sus consecuencias, como
la ceguera- parten, según Meruane, de la misma pregunta: "¿Qué hacer ante el
discurso imperante de la salud a cualquier precio?". Fruta podrida es un libro sobre la resistencia a ese discurso,
mientras que Sangre en el ojo representa
la respuesta antitética. En Viajes virales se ocupa de la relación
enfermedad-literatura y rastrea la presencia del sida en la literatura
hispanoamericana, desde la aparición del virus en los años 80 hasta la época de
internet y las redes sociales.
Simone
Fenna Walst (“Ficciones patológicas…”) inscribe la novela en la tradición de
escrituras sobre la enfermedad en la literatura hispanoamericana, que concibe
el cuerpo enfermo como una alegoría de
los problemas socio-políticos de América Latina y de la voracidad del
capitalismo:
Funciona también como una metáfora de la situación social chilena podrida, es decir, de los sueldos muy bajos y de la explotación de los temporeros en plantaciones, todo a favor del capitalismo… Así mismo, la putrefacción de las frutas es una metáfora de la mala situación económica del país, al igual que de la medicina chilena. (pág. 8)
La fruta podrida
El
título de la novela alude a las piezas dañadas por las plagas, no aptas para la exportación, y a las
envenenadas por María cuando atenta
contra el sistema, rompe la cadena
mercantil y siembra el terror en la alimentaria. Es la fruta devuelta desde
supermercados de distintos puntos del
mundo y desparramada por todos los caminos del país, un país que “empieza a
oler a podrido” (pág. 122).
En
sentido figurado, se refiere al cuerpo de la hermana menor, Zoila, quien, como
indica Lina Meruane, por su enfermedad
se considera a sí misma como la “fruta podrida” del campo de producción en el
que vive, “como fruta dañada y descartada para la exportación”, que no obstante conseguirá burlar el sistema y
se exportará hacia el Norte como fruta contaminada: “Tú serás la fruta que pase
inadvertida” (pág. 139).
Además,
según explica Marta Ferrús (“Fruta
podrida: La escritura descompuesta de Lina Meruane”), ambas hermanas, por
subversivas, son “fruta podrida” para el sistema pues se oponen al discurso
imperante: Zoila por su rebeldía, por su resistencia a la curación, y
María cuando envenena la fruta para vengarse de quienes han incumplido sus promesas. La primera
ocasiona el fracaso de la medicina, la segunda pone en jaque la economía del
país.
Una novela
experimental
Por
su tendencia a la experimentación, Lina Meruane ha escrito una novela que no
aspira a la verosimilitud ni al realismo, una novela de tintes surrealistas e
hiperbólicos en la que el lenguaje experimental no impide su legibilidad, su
comprensión.
La
ausencia de referencias espacio-temporales es coherente con el propósito de la
autora de no escribir una novela realista. No existen indicaciones sobre el
tiempo histórico en que transcurre la acción, todo lo más que encontramos son
indicaciones sobre el mes o la estación del año en que suceden los
acontecimientos, de forma que resulta difícil determinar el tiempo de la historia relatada, como si este se
hubiera descompuesto igual que los relojes de la casa. Y respecto al espacio,
el único topónimo del libro es el “Ojo Seco”, donde viven las hermanas, la
ciudad del hospital no tiene nombre, y se alude al país del Padre con el vago
término de “Norte”.
La
combinación de distintas voces narrativas
(tercera persona focalizada en la conciencia de María en la primera
parte; la primera persona de la narradora protagonista, en la segunda; la
segunda persona narrativa en la tercera parte, y la primera en el monólogo de
la enfermera) es un rasgo propio de la novela experimental, y, en este caso
además, el predominio de la primera y la segunda persona pone de manifiesto la predilección de Lina
Meruane por narrar sus historias desde dentro.
Emplea
diferentes recursos para deshumanizar a los personajes, desde la falta de
identificación mediante un nombre propio que los individualice -como ocurre con
los personajes masculinos (Padre, Médico, Enfermero, Viejo)- hasta el uso de la
hipérbole (pensemos en la figura esperpéntica del Médico, por ejemplo), la
animalización (Zoila, “despatarrada y chueca” bajo la mesa, es “un bicho recién
fumigado”, “una mosca enredada en la alfombra de la araña, el puro armazón de
un insecto recién vaciado”) o la cosificación (el Viejo es “un saco de años
deshidratados”). De esta forma se produce un distanciamiento que evita que los
lectores se sientan identificados con ellos y permite que puedan contemplarlos críticamente, lo que no impide
que percibamos lo angustioso de su situación.
El
recurso a la intertextualidad lo encontramos en los poemas intercalados en la
narración, los poemas del “cuaderno de deScomposición” que abren y cierran los
capítulos de la segunda parte, en los que con un lenguaje sencillo y
comprensible se expresa lo que la sociedad calla, lo que no se dice; poemas
que, como escribe Ana Prieto Nadal (“Fruta subversiva”, en
revistadeletras.net), funcionan
“como contrapunto contestatario al imperativo […] de llevar un control
de los autoanálisis y la dosis de insulina”.
En
la última parte, recurre al monólogo interior como técnica para adentrarse en la conciencia del personaje.
La complejidad del monólogo ha dado pie a distintas interpretaciones. Teresa
Fallas Arias (“Fruta podrida: La
reivindicación de la vida y de la muerte desde un cuerpo enfermo, desechado”) sospecha
que la enfermera es una invención de Zoila, que “con la conciencia alterada por
un coma diabético, imagina a la enfermera que intenta sacarla del letargo en
funciones que ratifican el éxito de su complot contra el viejo hospital.”
Los
diálogos se insertan en la narración sin marca alguna que los identifique,
aparte del salto de línea y el sangrado, usados en la mayor parte de los
diálogos, pero no en todos: “Pero mi hermana vuelve a ponerle llave a su bodega
y me mira con sospecha. Sale de inmediato, ordena. Y agarra tu bolsa con todas
tus cosas, que nos vamos” (pág. 51).
Recurre asimismo a artificios tipográficos como la disminución progresiva del tamaño de la letra
para expresar la paulatina pérdida de consciencia de Zoila (pág. 38) o el
empleo de la cursiva en los poemas del “cuaderno de deScomposición” y en el
monólogo de la enfermera.
Respecto
al lenguaje, en el que se incluyen abundantes chilenismos y se combinan
distintos registros, Beatriz Ferrús destaca la poetización de la prosa y señala
que “El párrafo en prosa alterna con la prosa poética, desdibujando los
límites, descomponiéndose”.
Dos mujeres en
trincheras opuestas
Dos
mujeres protagonizan la novela: María del Campo y su media hermana Zoila, unidas por una
relación de parentesco de la que está excluido cualquier afecto. Son dos mujeres solas que, al igual
que las temporeras, se encuentran sin el amparo, protección o apoyo de ningún
varón, ya sea padre, hermano o compañero.
Solo se tienen la una a la otra. Nada sabemos de la madre de ambas, que parece
haber muerto, ni del padre de María,
quien lleva el apellido materno. En cuanto al padre de Zoila, es una “sombra ausente”, pues regresó a su país con la
promesa de volver a buscarla:
Y yo continúo pensando en países lejanos, en cómo será la ciudad iluminada donde vive mi Padre desde que me abandonó: un avión lo había traído desde lejos, por trabajo, a negociar las instalaciones de la empresa de la fruta, por una breve temporada; otro avión aún más grande lo devolvió a sus tierras para hacerse cargo de la empresa importadora de su familia. Ningún avión lo trajo nunca de vuelta, solo acarreó alguna carta de trabajo destinada a ayudar a mi hermana a conseguir un puesto de trabajo. A mí no me mandó más que algún saludo frío. (pág. 49)
María,
la Mayor, una joven de veintisiete años, había entrado a trabajar como secretaria bilingüe de día,
mientras estudiaba agroquímica de noche, en la empresa dedicada a la producción de fruta para la exportación fundada
por su padrastro y padre de Zoila, quien antes de regresar a su país, en el
Norte, le encomienda el cuidado de la Menor. María ha ido escalando peldaños en
la empresa hasta ser contratada como pesticida a prueba al acabar sus estudios. Cuando comienza la acción de la novela,
se inicia su tercer año en el puesto. Es una mujer responsable y
eficiente, pero también llena de miedos: a fallarle al Ingeniero si no es capaz
de controlar las plagas, a fallarle a su padrastro si algo le ocurriera a
Zoila, a perder su trabajo… Quizá porque tiene muy presente una infancia llena
de privaciones: “¿Qué va a decirle a mi Padre si algo me sucede? ¿Cómo va a
justificar su fracaso ante el Ingeniero si arrecia la mosca? ¿Cómo va a
explicarles que ha fracasado?” (pág. 82).
Paradójicamente,
mientras lucha con eficacia contra las plagas de los frutales, la enfermedad se le ha colado en casa, una enfermedad incurable que no es posible erradicar: “iba
a tener una enfermedad metida dentro de su propia casa, la enfermedad se le
había colado y no había manera de erradicarla. ¿Solo mantenerla a raya?, gruñó,
¿solo controlarla hasta que llegara el momento y la tecnología del trasplante
hiciera posible la cura?” (pág. 29). “Tanto laborar eliminando pestes ajenas y
ahora tener que convivir para siempre con un mal incurable en mi propia casa
[…]” (pág. 30).
María,
embarazada de diecinueve semanas cuando le diagnostican la enfermedad a Zoila, se propone inmediatamente mantener a raya la
enfermedad de su hermana Menor mientras se plantea la forma de conseguir el
dinero necesario para pagar el prometido trasplante de páncreas que quizá algún
día mejore a Zoila. El Médico le sugiere
la posibilidad de ir pagando cuotas y también “podría compensar los gastos que
vendrían mediante donaciones anuales a la ciencia…” (pág. 30), dice mientras
fija su mirada metálica en la panza de la embarazada. Así, María convertirá su cuerpo en una eficiente planta
de producción que entregará a la ciencia los sucesivos frutos de su vientre.
Pero
la Mayor no actúa así movida por el
afecto hacia su hermana, convertida para
ella en una carga, sino por la palabra dada al padre de esta, con quien se
siente en deuda: “En qué momento dejé que su padre se largara. En qué momento
acepté hacerme cargo” (pág. 15). Así, cuando encuentra a Zoila desmayada, la
Mayor la contempla con “la repentina frialdad de su ojo entomólogo” (pág. 15).
Y mientras la mira de pie y sonriendo, piensa que “Debía comportarse como una
madre, dejar de sonreír y acuclillarse y levantar el peso muerto de la
desmayada […]” (pág. 16).
En
su lucha contra la enfermedad su principal enemigo será la adolescente Zoila,
que boicotea sistemáticamente todas las medidas encaminadas a controlar la enfermedad,
mintiendo a su hermana u oponiendo una resistencia silenciosa: “No podrá
controlarme aunque lo intente. Mientras ella produce fruta perfecta en el campo
yo produzco azúcar en mi cuerpo: en esta casa yo soy la encargada de mí, pero
no como una madre abnegada ni como una laboriosa hermana rodeada de venenos”
(pág. 42). “Mi empresa es la del descuido y la mentira” (pág. 43).
Zoila, rebelándose contra la tiranía de la medicina
y contra la tutela y el control de su hermana, decide, en un ejercicio de
libertad, no luchar contra la enfermedad incurable que genera su cuerpo,
incluso colaborar con ella en un acto consciente de autodestrucción que la
lleva al consumo descontrolado de alimentos prohibidos para su organismo,
pues se opone a mantener la vida a cualquier precio. Sintiéndose dueña de su
cuerpo, ha elegido, en palabras de María, “un suicidio lento y largo”.
Como dice la pequeña, en esa guerra contra las
plagas las hermanas se encuentran en trincheras opuestas:
Mi hermana y yo vivimos en trincheras opuestas de este campo de infinita producción y reproducción. Ella concentra sus esfuerzos en el plan aéreo contra la peste; yo intento boicotearla. Industriosamente ella siembra, fertiliza, cosecha, pare y negocia; yo me planteo cómo desarticular su proyecto. Se ha empeñado en mandar fruta sana a la empresa importadora dirigida en el Norte por mi Padre, y yo sueño que me infiltro, gangrenada, en esa tierra suya siempre prometida. (pág. 82)
La
distancia entre ellas parece insalvable. Zoila, una vez alcanzada la mayoría de
edad, planea volar a la ciudad del Norte donde vive su padre, y para alcanzar
su objetivo no duda en robar a María el dinero ahorrado para el trasplante:
“Todavía no comprende que no la necesito, que nunca la necesité. María no es
parte de mis planes” (pág. 125).
Sin
embargo, el personaje de María experimenta una transformación cuando, tras la
huelga de las temporeras que ella consigue romper, se da cuenta de que su
dedicación al trabajo y su fidelidad a
la empresa no han sido recompensados: “una vez más le negaron la firma del
contrato prometido, le objetaron los beneficios, se olvidaron incluso de darle
un aguinaldo… Ni un solo peso extra le ofrecieron, le cuestionaron una vez más
las horas extraordinarias: dijeron que se tomaba demasiados días libres al año”
(pág. 119).
Pensando
en la venganza, la Mayor comienza a reírse y su risa se contagia a su hermana.
Tiradas ambas en el sillón, se produce
por primera vez una muestra de afecto de la Mayor hacia Zoila: “y de pronto
ella me abraza, por primera vez me estruja entre sus brazos. Es solo un
momento, un instante sorprendente que yo rechazo: me arranco de sus manos y de
su risa adherente pero ella no parece percatarse de mi huida […]” (pág. 119).
María
ha cambiado de trinchera y, a la espera de ser detenida, entrega a Zoila su
propio pasaporte y el dinero necesario
para que la Menor pueda cumplir su sueño: “Debajo de la cama están todos mis
ahorros y en el cajón encontrarás un pasaporte azul, con mi visado. Si sales
pronto todavía podrás usarlo. Nadie notará que no somos la misma. Nadie se dará
cuenta por la foto” (pág. 126). Y mientras la Mayor llora amargamente “deja que
la recueste sobre mis piernas y acaricie su oreja, su mejilla húmeda y
estragada” (pág. 126).
Como
indica Beatriz Ferrús, el pasaporte azul
es el símbolo de la solidaridad entre las dos mujeres, pero también lo es la botella verde del veneno
que Zoila entrega a su hermana mientras las fuerzas del orden aporrean la
puerta, pues María, que no quiere “pudrirse” en la cárcel, ha optado por
suicidarse, y su hermana pequeña acepta “concederle
una libertad a la que yo nunca tuve derecho”, “darle la posibilidad de una
muerte que yo misma he deseado siempre” (pág. 127). Así, la solidaridad entre
ellas les permite escapar de los engranajes del sistema, les abre la puerta
hacia la liberación.
A modo de conclusión
Lina
Meruane ha escrito una novela compleja que admite dos lecturas distintas y
complementarias: la primera y más evidente, el drama protagonizado por las dos
hermanas; la segunda, en clave política, como muestra de la enfermedad que
padece Chile –la casa invadida por la enfermedad-, a consecuencia de la dictadura. La novela es una denuncia de las políticas
neoliberales practicadas por el régimen de Pinochet en beneficio de las corporaciones extranjeras,
que supuso el cierre de las empresas
nacionales y la destrucción de los sindicatos (representada en la novela por el
Viejo); la precarización y feminización del empleo, especialmente en las
empresas frutícolas (conflicto de las temporeras); el desmantelamiento del
sistema público de salud para sustituirlo por la medicina privada. La crítica
se extiende a la sociedad chilena, ciega ante los atropellos del régimen, simbolizada por la manifestación de ciegos que aporrean sus tarros de
aluminio, a los que nadie impide manifestarse, a los que nadie teme, salvo
Zoila (pp. 110-111).
Pero
es también una crítica del capitalismo voraz y de la relaciones Norte-Sur, como
ha señalado Lina Meruane en la entrevista publicada por la revista Temporales: “el sur como espacio
agrícola, del que se extrae históricamente la materia prima, ese sur sometido (a
veces voluntariamente) a las normas impuestas por el capitalismo, y el norte
vampiro que en este caso remite a Nueva York, a su voraz bolsa de comercio
[…]”.
Fruta podrida es, sobre todo, un alegato
a favor del derecho a morir sin interferencia médica y una denuncia de las
prácticas médicas que buscan prolongar la vida de los enfermos sin importarles
la calidad de la misma, de lo que es un magnífico ejemplo la Anciana de la
Tercera Sala, que suplica que la dejen morir, una anciana a quien el médico
“Amputó todo, menos la voluntad” (pág. 68).
En Fruta podrida no nos enfrentamos a una
lectura fácil y placentera, sino a una novela muy dura, tanto por los temas
tratados como por la crudeza con que se exponen los síntomas de la enfermedad y
el deterioro, la “podredumbre”, del cuerpo afectado por ella. Una novela lúcida
y valiente que nos obliga a mirar de frente ciertas realidades que con frecuencia evitamos.
Josefina López Granada
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