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miércoles, 23 de septiembre de 2015

"Ciudad abierta", de Teju Cole


TEJU COLE: Ciudad abierta, Acantilado, 2012, 292 páginas.
   Teju Cole (1975) es el seudónimo de un estadounidense de origen nigeriano, que se define en su propia web como fotógrafo, experto en Historia del Arte y escritor.
   En sus fotografías urbanas y en su primera novela larga, Ciudad abierta, se aprecia una mirada curiosa y refinada en la que lo objetivo y lo subjetivo se unen para construir un mensaje artístico lleno de alusiones a una vasta formación cultural, al tiempo que un juego de perspectivas invita a pensar sobre lo limitado de nuestras percepciones habituales y sobre la complejidad de cuanto nos rodea. Dos ejemplos de sus fotografías que coinciden con asuntos y enfoques presentes en la novela: los elementos de la naturaleza que conviven con el hombre en la ciudad, vistos en el reflejo de un espejo retrovisor; o un primer plano de un coche a través de cuyas ventanillas se ve otro coche conducido y ocupado por hombres de raza distinta a la del observador, que a su vez ocupa el asiento trasero de otro vehículo.

  


    Las dos claves que mejor explican Ciudad abierta son: una novela-reportaje sobre Nueva York (que incluye una “tranche de vie”) y un palimpsesto. Veamos:
   El protagonista, Julius, siquiatra de un hospital, ocupa sus horas de ocio en caminar por Manhattan observando con mirada “no usada”, con la sensibilidad de sus genes africanos y de su formación histórico-artística, por lo que relaciona e interpreta objetos, lugares, personajes, situaciones con referentes de la Historia mundial, la Pintura, la Arquitectura, la Música, el Cine, la Literatura… De su trabajo con los pacientes poco se muestra, pero desde su ojo clínico hay un magnífico diagnóstico de la situación actual de Nueva York: una ciudad que desde 2001 no ha experimentado el necesario proceso de duelo, por lo que vive bajo un manto de angustia. También desde su privilegiada perspectiva de mestizo en África (su madre era alemana), de negro en EEUU y en Europa, de inmigrante y de ciudadano del mundo, da cuenta de lo difícil que es vivir en cualquier lugar conservando la singularidad, la diferencia.
   En la novela no hay argumento con nudo y desenlace, sino retazos de una vida que va encontrando a personajes variopintos que ayudan a definir dos posturas vitales: la de quienes no admiten al otro (al extranjero, al diferente) y la de quienes se mudan a sociedades que se abren y los acogen pero solo se quejan de su destino porque se toman el mundo como afrenta personal. Entre los dos polos hay algunos hombres que han superado las fricciones culturales por la vía de la acción (Pierre, un limpiabotas haitiano) o por la vía intelectual (el viejo profesor Saito).
   Nueva York es un palimpsesto, en el que se superponen civilizaciones (los indios, los esclavos africanos, los colonos europeos) que han escrito la historia y que han dejado conflictos sin resolver que condicionan el presente. También Bélgica (adonde Julius viaja en sus vacaciones de invierno) se presenta como paradigma de tensiones raciales, étnicas y lingüísticas de origen pretérito. O los países árabes, sobre los que ha caído la tinta del imperialismo de EEUU. Y siempre, los perseguidos y pobres del mundo, que van escribiendo en el mapa de los países desarrollados –a donde llegan en busca de la felicidad- las historias de su decepción.





   Nueva York es una ciudad abierta no solo por acoger sin resistencia, sino, como la Roma de Rossellini, una città aperta, donde hay vida y esperanza a pesar de las dificultades.

Concha Botaya Zumeta,
profesora de Lengua castellana y Literatura del IES Goya


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