El poeta y crítico de arte Antonio Gamoneda, colaborador de las revistas Espadaña y Claraboya, nació en Oviedo el 30 de mayo de 1931. A los tres años, tras la muerte de su padre, se trasladó con su madre a León, ciudad que ha dejado una huella profunda en su poesía. De formación autodidacta, aprendió a leer, en unos años en que las escuelas permanecían cerradas a causa de la guerra, con el único libro que había en su casa, Otra más alta vida (1919), escrito por su padre, poeta modernista de un solo libro. Sus primeros años en León transcurrieron en un barrio obrero, excepcional observatorio de la pobreza y represión durante la guerra y la posguerra. Entre 1941 y 1943 recibió instrucción gratuita en el colegio de los PP. Agustinos, donde causó baja voluntaria. Apenas cumplió los catorce años (edad mínima para trabajar) entró como recadero en el Banco Mercantil, en el que permaneció hasta 1969; mientras, terminó por libre el bachillerato. En 1969 entró a dirigir los servicios culturales de la Diputación Provincial de León y creó la colección Provincia de poesía, al tiempo que colaboraba en distintas publicaciones culturales. Desde 1979 será director-gerente de la Fundación Sierra-Pambley, fundada en 1887 por Francisco Giner de los Ríos.
Aunque pertenece por edad a la generación de los 50, su obra, que ha recibido tardíamente el merecido reconocimiento, se ha mantenido al margen de tendencias uniformadoras. En su producción poética, una constante consideración sobre la muerte, se distinguen tres etapas* (que algunos estudiosos limitan a dos, separadas por Descripción de la mentira).
En la primera (hasta principios de los 60), un periodo de idealismo proyectado hacia el futuro, se percibe la influencia de la tradición culta de la lírica española (especialmente de Blas de Otero y de García Lorca) así como de la poesía popular. Su tratamiento de la muerte es general e impersonal. Pertenecen a este periodo La tierra y los labios (1947-1952), Sublevación inmóvil (1953-1959) y Exentos I (1956-1960).
La segunda, centrada en el presente, se caracteriza por su compromiso ético. Su poesía, más pegada a la vida, relega a la muerte a un segundo plano para centrarse en lo cotidiano y en la emocionada contemplación de la naturaleza. En ella se aparta de la tradición castellana bajo el influjo de los espirituales negros y del poeta turco Nazim Hikmet**. Los metros clásicos son sustituidos por el endecasílabo blanco y el ritmo repetitivo de los blues. Blues castellano (1961-1966, inédito hasta 1982 por problemas con la censura) y Exentos II (Pasión de la mirada) (1963-1970) son las obras representativas.
Tras un silencio de varios años, su siguiente etapa se abre con Descripción de la mentira (1975-1976), a la que seguirán Lápidas (1977-1986), Libro del frío (1987-1992), Arden las pérdidas (1993-2003) y Cecilia (2000-2004). La muerte individual (bien sea la propia o la de los otros, ya desaparecidos) es el tema recurrente en unos poemarios caracterizados por la libertad formal, donde abundan el versículo mayor y los poemas en prosa.
Su producción poética, reunida en Edad (Poesía 1947-1986) y en Esta luz. Poesía reunida (1947-2004), ha sido galardonada con premios tan prestigiosos como el Nacional de Literatura 1988, el Cervantes 2006 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2006.
*Nos basamos en el estudio realizado por José Antonio Expósito Hernández.
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Me gusta cómo el sueño del padre, poeta interrumpido no sé si por la vulgaridad de la vida o la muerte, se mantuvo y cobró vida y energía en el hijo.
ResponderEliminarLa de poetas y escritores que han nacido y han tenido una existencia así de efímera...yo flipo con la cantidad de nombres que leo por aquí. ¡Y todos los que no lograrían publicar nada.
Asombroso también el salto cualitativo que dio en su vida laboral el autor en el año 69: del banco a dirigir una institución cultural del gobierno regional.
Carlos San Miguel