Congo. Río Onbangui. Getti Images/TCRC/Jonathan Torgovnit |
LEYENDAS LITERARIAS
JAVIER REVERTE 02/01/2010
Los
ríos han sido siempre los amables compañeros de viaje de los hombres en esta
tierra hostil y la literatura ha crecido en sus orillas como crecen, pongamos
por caso, los huertos y los palmerales en las riberas del Nilo. Más aún: la
literatura ha cobrado tanto peso en algunos escenarios fluviales que, a estas
alturas, es inconcebible nombrar, por ejemplo, el Misisipi sin hablar de Mark
Twain, o el Drina sin mentar a Ivo Andric. Algunos escritores han despojado
casi de su carácter de accidente geográfico a los ríos para transformarlos en
leyenda literaria. Cuando llegué al río Congo, en 1998, en mi bolsa viajaba Corazón
de Tinieblas, de Joseph Conrad (la traducción del título, más exacta que
las que se suelen usar, se la debo a Mario Muchnik). No hubo mejor compañero de
navegación que la inquietante novela del escritor anglopolaco, una narración en
la que los recovecos insondables del alma humana se enredan con las lianas de
la selva, sobre el paisaje de un río atroz en donde la civilización ha sido
capaz de imponerse al primitivismo y la barbarie. Marlow, el narrador vagabundo
álter ego de Conrad, describía así el escenario: "Una corriente
vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. No había ninguna alegría en la
luz del sol. Sentí un peso intolerable, la presencia invisible de la corrupción
victoriosa, las tinieblas... Y hay en todo ello una fascinación, la fascinación
de lo terrible". En ese paisaje abominable, un personaje antes civilizado,
Kurtz, sufre la destrucción de sus principios y de su propia naturaleza de hombre inteligente. "¡El horror!", es su grito final, poco antes de
morir. Y Marlow lo juzga así: "Su mente seguía siendo perfectamente
lúcida, pero su alma estaba loca...".
Recuerdo mis días a bordo de Akongo-Mohela, el transbordador en el que remontaba las aguas del río entre Kinshasa y Kisangani, como una mezcla de pesadilla y fascinación, tal era el grado de peligro que los pasajeros corríamos, con partidas de soldados incontroladas en las selvas y el río, y tanta la belleza que nos rodeaba. En el río Congo percibí esa extraña e inexplicable comunión entre el horror y la belleza que ha fascinado a tantos escritores, entre ellos al propio Conrad, y que resume muy bien en sus Elegías del Duino el poeta Rilke: "Todo ángel es terrible". Nunca hubo un río tan literario como el Congo de Conrad. Navegar el Congo casi me cuesta perder la vida, a manos de un grupo de soldados drogados y borrachos. Pero no olvidaré nunca una naturaleza que hoy sigue tal cual la describía Marlow: "Remontar aquel río era como volver a los inicios de la Creación, cuando la vegetación estalló sobre la faz de la Tierra y los árboles se convirtieron en reyes".
Casi
me mata también, a causa de una grave malaria, otro río hermoso y perverso: el
Amazonas. Aquí la belleza se humilla ante la atrocidad: estremecen la miseria
de los habitantes de sus orillas, el genocidio disfrazado de avance de
civilización que sufren sus etnias indígenas, la codiciosa y pertinaz agresión
sobre su naturaleza, la historia de una explotación que pesa sobre sus gentes
desde los días en que comenzó a extenderse la recolección del caucho y la
malignidad de un "hábitat" fecundo en la propagación de temibles
enfermedades letales para el hombre. El Amazonas no es un río para disfrutar ni
la Amazonía un marco apropiado para una literatura amable. La mejor novela que,
en mi opinión, se ha escrito sobre el universo amazónico es, por el contrario, de
signo trágico: La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera. Cuando
yo recorrí el río recordaba, casi como si las llevara clavadas en la memoria,
las palabras con que Arturo Cova, protagonista de la narración, comienza su
relato: "Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi
corazón al azar y me lo ganó la Violencia". Y es cierto que allí sientes
la Violencia -con mayúscula- como si fuera la esencia singular de la vida
amazónica. El Amazonas me dictó un libro cargado de melancolía y miedo que no
pude titular de otra manera que El río de la desolación.
¡Qué
distintos el Congo y el Amazonas a ese Yukón que corre entre Canadá y Alaska
para desembocar en el mar de Bering! En el verano, el aire es limpio, los días
luminosos y las noches frescas. Remar sobre sus aguas supone una inyección de
entusiasmo, un chute de vitalidad. Pero ¡ojo con sus terribles inviernos! Jack
London recorrió aquellas latitudes cuando era casi un chaval, un jovencísimo
minero en busca de fortuna, a finales del siglo XIX. Años después, dedicó sus
mejores narraciones a recrear el universo del Yukón de los días del Gold
Rush, la
carrera del oro. En una de ellas escribía: "La Naturaleza tiene muchas
artimañas para convencer al hombre de su finitud: el incesante fluir de las mareas, la furia de la tormenta, la sacudida del terremoto, el largo retumbar de la artillería del cielo... Pero la más estremecedora y terrible de todas es la pasividad del silencio blanco. Cesa todo movimiento, el aire se despeja, los cielos se vuelven de latón; el más pequeño susurro parece un sacrilegio y el hombre se torna tímido, asustado del sonido de su propia voz. El temor a la muerte, a Dios y al Universo se apodera de él; y también su esperanza en la resurrección y la vida". De nuevo la literatura... Y así, cuando recorres aquellos espacios de naturaleza virgen, puedes evocar el verbo vigoroso de London mezclando en tu corazón y en tus oídos el aullido del lobo con los ladridos eufóricos del perro Buck, o el sonido de los pasos de Malemute Kid en los bosques primigenios con el grito agudo del águila de cabeza blanca. Escuchas la llamada de lo salvaje en territorios en los que, todavía hoy, un hombre puede disfrutar de la soledad sin otra presencia humana que la suya en más de cien kilómetros a la redonda.
artimañas para convencer al hombre de su finitud: el incesante fluir de las mareas, la furia de la tormenta, la sacudida del terremoto, el largo retumbar de la artillería del cielo... Pero la más estremecedora y terrible de todas es la pasividad del silencio blanco. Cesa todo movimiento, el aire se despeja, los cielos se vuelven de latón; el más pequeño susurro parece un sacrilegio y el hombre se torna tímido, asustado del sonido de su propia voz. El temor a la muerte, a Dios y al Universo se apodera de él; y también su esperanza en la resurrección y la vida". De nuevo la literatura... Y así, cuando recorres aquellos espacios de naturaleza virgen, puedes evocar el verbo vigoroso de London mezclando en tu corazón y en tus oídos el aullido del lobo con los ladridos eufóricos del perro Buck, o el sonido de los pasos de Malemute Kid en los bosques primigenios con el grito agudo del águila de cabeza blanca. Escuchas la llamada de lo salvaje en territorios en los que, todavía hoy, un hombre puede disfrutar de la soledad sin otra presencia humana que la suya en más de cien kilómetros a la redonda.
Hace
unos años escribí en uno de mis libros: "Yo creo en el alma singular de
los ríos. En cierto modo, nos hablan, y no siempre lo que nos dicen posee un
significado benigno. Lo he sentido en todo momento cuando los he navegado. Los
ríos han estado, en un par de ocasiones, a punto de matarme y luego, con cierto
desdén o algo de generosidad, me han perdonado la vida. Pero también me han
enseñado mucho sobre los hombres y sobre mí mismo". Recorrerlos es una
buena razón para escribir y, al tiempo, no es una mala manera de disfrutar de
la vida mientras vamos a dar a ese mar de Jorge Manrique "que es el
morir".
Publicado en EL PAÍS
* Sin la negrita y sin las imágenes en el original.
Javier Reverte (Madrid, 1944) es periodista, escritor y viajero que ha recorrido los cinco continentes, ha navegado el Índico, el Pacífico y el Atlántico; ha cruzado el Ártico de este a oeste y pisado el cabo de Hornos. Ha descendido el Amazonas desde su nacimiento hasta su desembocadura, recorrido el curso del Nilo, del Misisipi y del Yangtsé, y se ha embarcado en el Congo, en la misma ruta que hizo Joseph Conrad a finales del siglo XIX. Ha seguido los caminos de escritores como Homero -en la Grecia clásica- o Jack London -en el río Yukón- y se ha internado en las sabanas del este de África. Ha cruzado el lago Victoria, el Tanganika y el Tana, y se ha acercado a pie hasta las orillas del Turkana. Ha vivido en Londres, París, Lisboa, Nueva York, Roma e Irlanda. Y todas sus experiencias las ha contado en sus libros de viajes, género literario que lo ha convertido en
uno de los autores más leídos en España. Entre sus libros de viajes se
encuentran obras que son ya verdaderos clásicos: El sueño de África, Vagabundo
en África o Corazón de Ulises.
Actualización (31-10-2020):
Javier Reverte ha fallecido hoy en Madrid a los 76 años.
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* * *
Mark Twain, seudónimo del escritor estadounidense Samuel L. Clemens
(1835-1910), ambientó en la región del Misisipi
sus dos novelas más conocidas. La primera, Las
aventuras de Tom Sawyer, narra las
vivencias del niño protagonista en la pequeña población de Saint Petersburg, en las orillas del río Misisipi, al sureste de Estados Unidos. La vida en la
localidad discurre de manera tranquila, incluso aburrida, pero Tom, un chico
travieso de enorme curiosidad, es capaz de disfrutar tanto de los sucesos cotidianos
como de otros extraordinarios: la persecución de un malvado asesino o la búsqueda
de un tesoro escondido en una cueva, siempre acompañado de su inseparable Huckleberry
Finn, un chico rebelde que, abandonado por su familia, vaga por las calles y es mirado con recelo por los mayores pero admirado por los niños, que ven en él la
encarnación de la libertad. En la segunda, Las
aventuras de Huckleberry Finn, Huck
es capturado por su malvado padre, que lo lleva a vivir en una choza río abajo;
sin embargo, el joven, que consigue fugarse en una balsa, se encuentra con su
amigo Jim, un esclavo prófugo. Escapando de su pasado y en busca de la libertad,
ambos emprenden la huida a lo largo del río hasta que en un inesperado final
reciben la ayuda del valiente Tom Sawyer. Vida en
el Misisipi (1883) recoge sus memorias sobre sus días como piloto de un
vapor de ruedas en el Misisipi.
El escritor yugoslavo Ivo Andric
(1892-1975), Premio Nobel de Literatura en 1961, es conocido sobre todo por su
novela Un puente sobre el Drina (1945). Ambientada en la ciudad de Visegrad (en Bosnia, a orillas del río Drina, frontera natural entre Bosnia-Herzegovina y Serbia),
que alcanzó su máximo esplendor en la Edad Media por ser un lugar de tránsito
entre el mundo musulmán y el cristiano, narra la historia de una comunidad diversa y conflictiva tomando como pretexto
narrativo el gran puente otomano sobre el río, lugar de tránsito y encuentro
para sus habitantes. La historia, suma de pequeñas historias particulares,
abarca desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX y da cuenta de las tensiones
y enfrentamientos que se suceden de
generación en generación.
En Corazón de Tinieblas (El
corazón de las tinieblas), una novela que puede leerse como una reflexión
sobre la colonización del continente africano, Charles Marlow narra su peligroso viaje a
bordo de un vapor que remonta el río Congo en busca del misterioso señor Kurtz,
un agente comercial convertido en leyenda que había logrado desentrañar los
misterios del la selva africana y enviar grandes cantidades de marfil a la
Compañía. Finalmente, lo encontrará enfermo en una choza, rodeado de cabezas
humanas empaladas, adorado por los indígenas a los que domina por medio del
terror. El superhombre se convierte así
en símbolo de la corrupción y personificación de los efectos depredadores del
colonialismo.
La vorágine, la gran novela de la selva, relata en primera persona la aventura del
poeta Arturo Cova que, huyendo de las convenciones sociales de la sociedad
colombiana, llega a los llanos
orientales (extensa región de ríos caudalosos) en compañía de su amante Alicia.
La búsqueda de Alicia, de quien se ve separado, lleva a Cova a la amazonía
colombiana, donde será testigo de las
duras condiciones de vida de los colonos e indígenas esclavizados durante la
fiebre del caucho. La selva, sus ritos ancestrales y sus alucinaciones, así
como la lucha del ser humano para sobrevivir en medio de una naturaleza
grandiosa son los verdaderos protagonistas de esta novela que narra, además, la
tragedia social de Colombia.
Se hace aquí referencia a dos de
las narraciones de London ambientadas en la región ártica próxima al río Yukon. La
cita corresponde al relato El silencio
blanco, en el que Malamute Kid debe
matar a su amigo, herido a quien es imposible salvar, para lograr sobrevivir él
mismo y la mujer de su amigo, amenazados
por el despiadado silencio blanco del Gran Norte. La otra es La llamada de lo salvaje (o La llamada de la selva), en la que el
perro Buck, en manos de los buscadores de oro y obligado a
tirar de un trineo, demuestra con la fidelidad hacia su amo que los perros
pueden ser más humanos que el hombre. Cuando su amo muera, seguirá la llamada
del instinto, de la naturaleza salvaje, y se unirá a su hermano el lobo.
Y sin salir de España, "El Jarama" y "Camino de sirga" jejeje, novelas que no he leído pero que van de ríos.
ResponderEliminarCarlos San Miguel