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domingo, 17 de noviembre de 2024

Un poema seleccionado por ...

 

                                                    Con un alegre espejeo

 

En un poco conocido volumen en prosa de Antonio Colinas, titulado La llamada de los árboles, nos esperaban estas líneas que cierran el capítulo dedicado al chopo, como una trampa inevitable y feliz.

 

En primavera, perfuma con su luz verde el alba; en verano, nieva su polen sobre la luz blanca; en otoño, amarillo o rojo, se incendia con el último sol cuajado. Los frutos del chopo los veréis de noche, en el invierno, entre sus desnudas ramas: son las estrellas.                 

 

Las cuatro estaciones, las horas del día… Y siempre el chopo fiel creciendo hacia la luz. Lo inolvidable de este breve pasaje, sin embargo, es la sorpresa, el desconcierto, la deslumbrante imagen final.

 

Pero un poema nunca viene solo y recuerdo el recuerdo de otros árboles en una página de Luis Cernuda, en su libro Ocnos.

 

EL AMOR

 

Estaban al borde de un ribazo. Eran tres chopos jóvenes, el tronco fino, de un gris claro, erguido sobre el fondo pálido del cielo, y sus hojas blancas y verdes revolando en las ramas delgadas. El aire y la luz del paisaje realzaban aún más con su serena belleza la de aquellos tres árboles.

            Yo iba con frecuencia a verlos. Me sentaba frente a ellos, cara al sol del mediodía, y mientras los contemplaba, poco a poco sentía cómo iba invadiéndome una especie de beatitud. Todo en derredor de ellos quedaba teñido, como si aquel paisaje fuera un pensamiento, de una tranquila hermosura clásica: la colina donde se erguían, la llanura que desde allí se divisaba, la hierba, el aire, la luz.

            Algún reloj, en la ciudad cercana, daba una hora. Todo era tan bello, en aquel silencio y soledad, que se me saltaban las lágrimas de admiración y de ternura. Mi efusión, concentrándose en torno a la clara silueta de los tres chopos, me llevaba hacia ellos. Y como nadie aparecía por el campo, me acercaba confiado a su tronco y los abrazaba, para estrechar contra mi pecho un poco de su fresca y verde juventud.

                                              

La poesía nos asalta, palabra en mano, a la vuelta de cualquier página. María Moliner, en su célebre diccionario, dejó esta definición del chopo.

 

Árbol, muy común en España, particularmente a orillas del agua, que, si no se corta para formar copa ancha, crece alto y esbelto; las hojas son anchas y tersas, con el peciolo largo, por lo que, al más leve movimiento del aire, se agitan con un alegre espejeo.

 

Con un alegre espejeo… Gracias, chopo.

 

Un poema seleccionado por el profesor José Antonio Sáez




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