Delphine de Vigan. (cadenaser.com) |
‟Las gratitudes es una novela que nos plantea la necesidad de dar las gracias a los demás en la vida, no como un ritual de cortesía en las situaciones cotidianas, sino ante las situaciones verdaderamente cruciales, decisivas, de nuestra existencia: "Uno piensa que basta con dar muestras de cariño, con hacer gestos, pero no es verdad, hay que decir lo que se siente"—dice Jérôme.
Y así, tenemos el otro tema fundamental de la novela, la importancia de la palabra. La necesitamos para mostrar el agradecimiento, pero es que la necesitamos como personas para comunicarnos, para retener o recuperar nuestra memoria, para preservar nuestra identidad. Por eso, el drama de Michka, una anciana que sufre porque es consciente de su irreversible proceso de afasia.
Las palabras tienen mucho poder. Sin ellas, no somos nada. Y Michka, que lo sabe muy bien y sabe que las está perdiendo, las necesita para mostrar su inmensa gratitud al matrimonio que la acogió en su hogar cuando era una niña judía de siete años durante la ocupación nazi de Francia en la II Guerra Mundial, y debe hacerlo antes de que sea demasiado tarde, porque el tiempo acecha —"tempus irreparabile fugit", que decían los clásicos. El paso del tiempo y sus efectos en las personas, el envejecimiento y todo lo que conlleva, es así otro tema importante, complementario de los anteriores.
El caso principal de gratitud es el que acabamos de indicar, pero no es el único. El título recoge la palabra en plural: encontramos varios casos en la novela, pero sobresale, en segundo lugar, el de Marie, quien de niña encontró en la persona y en el hogar de Michka lo que, por desgracia, no siempre le pudo dar su madre y no halló en su propia casa.
Y tenemos, también, el caso abierto de Jérôme y su padre: un desencuentro, una ruptura familiar, que tanto preocupa a Michka, porque sabe que el tiempo es limitado y, por tanto, apremia a actuar con diligencia. Pero no siempre es fácil recomponer relaciones que las palabras han podido dañar o, incluso, romper. Dice Jérôme: "Pero las palabras duelen, ¿sabes?, los insultos, las ofensas, el sarcasmo, las críticas, los reproches dejan huella. Una huella imborrable". Las palabras hieren, pero las palabras pueden recomponer lazos de afecto, las palabras tienen un poder inconmensurable en los seres humanos.
El inmenso poder de las palabras, el inexorable paso del tiempo y la necesidad de expresar verbalmente el agradecimiento a los seres queridos son los temas sobre los que, a mi juicio, gravita la trama de esta novela”.
La escritora ha elegido de nuevo el formato de novela corta, que cree más potente, para dibujar un cuadro nada complaciente de la vejez que nos impacta con fuerza. La novela se divide en diez capítulos encabezados por el nombre del narrador de cada uno de ellos: Marie y Jérôme se van alternando en el relato, excepto en los capítulos 8 y 9, narrados por Jérome. Cinco capítulos para cada una de las voces narrativas. Es Marie la que empieza y la que cierra la narración. El simbolismo del número 10 está en perfecta sintonía con la estructura interna de la novela, ya que el 10 representa según la numerología la perfección, la culminación de un recorrido: cierra el ciclo de los nueve primeros, volviendo al principio: el uno y el cero. Otro tanto ocurre con la novela, en la que el último capítulo vuelve al principio, en una perfecta estructura circular, como veremos.
Cada capítulo se compone de varias escenas que se presentan como reales (cada una de las conversaciones de Michka con Marie o Jérôme) o imaginarias (sus sueños y pesadillas, cuyo contenido se relaciona con sus temores o deseos y en los que las palabras fluyen sin ninguna dificultad). Son narradas en tiempo presente, lo que las hace más vivas, más cercanas a los lectores. En cada capítulo se recogen, además, reflexiones de los narradores sobre la gratitud o sobre diversos aspectos relacionados con la vejez:
"Envejecer es aprender a perder.Asumir, todas o casi todas las semanas, un nuevo déficit, una nueva degradación, un nuevo deterioro. Así es como yo lo veo.Y ya no hay nada en la columna de las ganancias.[...]Perder la memoria, perder los referentes, perder las palabras. Perder el equilibrio, la vista, la noción del tiempo, perder el oído, perder la chaveta". (pág. 129)
La historia comienza por el final (la noticia de la muerte de Michka: "Hoy ha muerto una anciana a la que yo quería", dice Marie en el capítulo primero) y se desarrolla en apenas unas horas de la mañana de su muerte: "He pasado la mañana a su lado. Antes de que se la llevaran", le dice Marie a Jérôme cuando se conocen, por fin, en el último capítulo. En esas horas tanto Marie como Jérôme evocan sus encuentros con Michka: "Me pongo a pensar en los últimos meses, en las últimas horas. En las conversaciones que tuvimos, en los silencios", dice Marie (pág. 12). Es decir, el tiempo del relato se manipula mediante las analepsis (saltos atrás) que se producen en los ocho primeros capítulos: se retrocede al momento en que se produce el conflicto —cuando Michka presenta los primeros síntomas alarmantes de deterioro— y se van narrando, en orden cronológico, sus últimos meses de vida, para concluir con el descubrimiento de Marie por parte de Jérôme en el capítulo 9, antes de ir a su encuentro, en el capítulo 10, en el que de nuevo se hace referencia a la muerte de la anciana y a la gratitud. Pero la impresión que causa Marie en Jérôme parece sugerir que el final de Michka va a propiciar el nacimiento de algo que ella había ansiado intensamente, el cumplimiento de un deseo que no se había atrevido a formular abiertamente ante los jóvenes.
Respecto al tiempo histórico, nada se dice en la novela, salvo que Michka nació en 1935 y que Nicole, la mujer que la acogió en su casa cuando era una recién casada, ha cumplido 99 años, lo que nos llevaría a situar los hechos en la época actual, en los años inmediatamente anteriores a la publicación de la novela.
En cuanto al espacio, se limita casi exclusivamente a la habitación de Michka en la residencia, un espacio cerrado y reducido, como cerrado y reducido es el espacio del piso de la anciana, al que nos traslada Marie en el capítulo primero; ambos espacios son representativos de la "vida reducida, menguada" que llevará Michka de ahora en adelante. Poco sabemos de la ciudad donde transcurren los hechos, cuyo nombre no se indica, pues el único topónimo que se menciona es el de La Ferté-sous-Jouarre, la población donde vivían Nicole y Henri cuando la acogieron, un dato esencial para encontrarlos.
Tal como hemos indicado, la historia se narra desde dos puntos de vista distintos, el de Marie y el de Jérôme. Ambos son narradores internos, pues son, además, personajes de ficción que forman parte de la historia y narran los hechos en primera persona: "Ha llegado el día de la entrevista. Michka ocupa el mismo lugar que en su sueño. Pero yo estoy aquí, apoyándola" (pág. 24). No obstante, en ocasiones, de la primera persona se pasa a la tercera, como ocurre cuando se relatan las pesadillas de la anciana; sin embargo, no podemos hablar de un narrador omnisciente —muy raro en la narrativa actual—, pues tanto Marie como Jérôme conocen los sueños de Michka porque esta se los ha contado a ellos, como explica Marie:
"Contaba sus sueños una y otra vez, con pequeñas variantes, ya fuese porque el recuerdo iba haciéndose cada vez más nítido, ya fuese porque añadía detalles cada vez más jugosos, pero siempre con la intención de que nosotros —que íbamos y veníamos a nuestro antojo, que estábamos en plena posesión de nuestras facultades— pudiésemos comprender el terror que la embargaba". (pág. 23)
"Veo, como si estuviese allí, esas extensiones vacías, áridas, esos caminos devastados que surgen en mitad de sus frases cuando intenta hablar. Paisajes desolados, sin luz, de una trivialidad inquietante, y nada, absolutamente nada a lo que aferrarse. Imágenes del fin del mundo". (pág. 135)
Los tres personajes principales están marcados por las penas de la infancia, cuyo recuerdo perdura en la vejez, como ha comprobado el logopeda en su contacto con los ancianos. Michka, una anciana frágil que trabajó como correctora de pruebas de una importante revista, sufrió la pérdida de sus padres y el silencio sobre ellos, pero además es consciente de que está olvidando las palabras que dominó en su juventud y se siente angustiada ante la posibilidad de no poder pagar la deuda contraída con las personas que le salvaron la vida cuando era una niña. Marie, criada por una madre sola, incapacitada para ejercer como tal, duda ante su futura maternidad temiendo repetir los errores de su progenitora, y Jérôme prefiere mantenerse a distancia de un padre al que ha decepcionado, por temor a ser herido de nuevo.
Sin embargo, a pesar de esas viejas heridas, los tres son personas buenas que se preocupan por los demás, pues la autora consideraba cuando escribió la novela que su país estaba necesitado de benevolencia, pero se puso un límite: no caer en el sentimentalismo. Michka se preocupa por la vida personal de los dos jóvenes que la visitan y, como dice Jérôme, es capaz de meter el dedo donde más duele. Le inquieta la maternidad en solitario de Marie, pero la anima a continuar con su embarazo confesándole lo que representó para ella responsabilizarse de una niña que no era su hija: "Por primera vez empecé a esmerarme en alguien que no era yo. Eso lo cambia todo" (pág. 77). Insiste en aconsejar a Jérôme que retome la relación con su padre antes de que sea demasiado tarde, porque "los remordimientos son muy malos". Trata incluso de provocar el encuentro entre los dos jóvenes, que están sin pareja, algo que solo se producirá cuando ella ya haya desaparecido. Marie, por su parte, reconoce la deuda contraída con esa mujer que se comportó con ella como una madre y a la que le debe incluso la vida. Cuando Michka depende de los demás, Marie se ocupa de ella, la escucha y hace lo que está en su mano para solucionar los problemas cotidianos que surgen en la residencia y para cumplir el deseo de la anciana de encontrar a sus salvadores. En cuanto a Jérôme, un joven que adora a los viejos —en opinión de Michka, debido a los problemas con su padre—, su deseo de ayudar a la anciana lo llevará a dedicar sus vacaciones a buscar a Nicole y a Henri, y conseguirá emocionarla con el relato de lo que ha averiguado sobre una parte de la vida de la anciana desconocida para ella. Michka creerá estar soñando cuando ese joven tan guapo le dé un abrazo y baile con ella al ritmo de "La valse a mille temps" de Jacques Brel, en una escena que ambos saben que es una despedida. Jérôme es también quien promete a Michka poner por escrito todo lo que han hablado, lo que justificaría la existencia de la novela.
Como sucede a menudo en la narrativa actual, es mucho lo que se calla sobre los personajes, de cuya vida llegamos a saber muy poco, en realidad, y las descripciones de los mismos son apenas unas breves pinceladas. Y es que en la novela es tan importante lo que se cuenta como lo que no, las palabras y los silencios; silencios como los que se tejen en torno a la infancia de Michka, vacíos en la historia de su vida que la prima de su madre se negó a llenar con la palabra. Silencios como los que rodean a la figura de la madre de Marie o al desencuentro de Jérôme con su padre, problemas insinuados solamente, sobre los que los lectores volveremos a pensar una y otra vez.