domingo, 28 de marzo de 2021

"Canción del emigrado" y otro poema de Adam Zagajewski


©Marcel Giró. (ndmagazine.net)


Canción del emigrado

En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, mas breve es
el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en un circo
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan solo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos, y, como ellos, 
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos, como los árboles, como las piedras.

De Poemas escogidos, Pre-Textos, 2005. Traducción de
Elzbieta Bortkiewicz

Un poema chino

Leo un poema chino
escrito hace mil años.
El autor habla de la lluvia 
que cae toda la noche
sobre el techo de bambú de la barca,
y de la paz que finalmente
anidó en su corazón.
¿Será casualidad que vuelva a ser
noviembre, haya niebla
y una puesta de sol plomiza?
¿Será por azar 
que otra vez alguien viva?
Los poetas dan mucha importancia 
a los éxitos y a los premios,
pero otoño tras otoño los árboles
orgullosos van deshojándose
y si algo queda es el murmullo
delicado de la lluvia
en los poemas que no son
ni alegres ni tristes.
Tan solo la pureza es invisible
y el atardecer, cuando luz y sombra
se olvidan de nosotros un momento, 
ocupados en barajar secretos.

De Tierra del fuego, El Acantilado, 2004. Traducción 
de Xavier Farré


Adam Zagajewski. (ahorasemanal.es)
El escritor polaco Adam Zagajewski, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017, es uno de los poetas más destacados de la llamada Generación del 68 o de la Nueva Ola. Nació en Lvov (actual Ucrania) en 1945. Pasó su infancia en Gliwice, un lugar "feo y gris" de la Silesia alemana  adonde sus padres fueron repatriados poco después del nacimiento del escritor y que se incorporó a Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial. Estudió Filosofía y Psicología en la Universidad de Cracovia y debutó como escritor en 1967 en la revista Vida Literaria. En 1982 emigró de Polonia y se estableció en París. A partir de 1988 ejerció como profesor visitante en diversas universidades estadounidenses. Dos décadas después regresó a Polonia, tras la caída del régimen comunista. Vivía entre París y Cracovia, donde falleció, a los setenta y cinco años, el 21 de marzo de 2021, coincidiendo con la celebración del Día Mundial de la Poesía.

Es autor de poesía Comunicado (1972), Carnicerías (1975), Carta. Oda a la mayoría (1982), Ir a Lvov (1985), Lienzo (1990), Tierra del fuego (1994) y Sed (1999)—, narrativa Calor y frío (1975), Oído absoluto (1982)— y ensayo: El mundo no representado (1974, en colaboración con Julian Kornhauser), Solidaridad y soledad (1986), Dos ciudades (1991) y Defensa del fervor (2002), además del volumen de memorias En la belleza ajena (2000). Ha traducido al polaco a Raymond Aron y Mircea Eliade. 

Entre los numerosos premios recibidos, figuran el Prix de la Liberté del PEN Club de Francia (1987), el Tranströmer 2000, el Premio de Literatura de la fundación Konrad Adenauer de Weimar (2002) y el Premio Horst Nienek de la Academia de Bellas Artes de Baviera (2003).

sábado, 27 de marzo de 2021

'Mujeres', una novela de Mihail Sebastian



Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 15 de marzo de 2021
Obra comentada: Mujeres (Femei), Impedimenta, 2008
Autor: Mihail Sebastian
Traducción de Marian Ochoa de Eribe





1. Mihail Sebastian, el autor

Mihail Sebastian (Discogs)

Mihail Sebastian es el seudónimo más conocido de Iosif Hechter, dramaturgo, ensayista, periodista y novelista rumano. De familia judía, nació en 1907 en la ciudad de Braila, a orillas del Danubio. Estudió Derecho en Bucarest, convertida tras la Primera Guerra Mundial en capital cultural del Este de Europa y conocida como el "pequeño París". Pronto se sintió atraído por la vida literaria de la ciudad y por las ideas de la nueva generación de brillantes intelectuales rumanos. Empezó a publicar sus primeros escritos con el apoyo del carismático filósofo y profesor Nae Ionescu, que lo nombró redactor de la revista Cuvântul (Palabra), donde en agosto de 1927 apareció su primer artículo, firmado con el seudónimo con el que se haría célebre.  

Acabada la carrera de Derecho, marchó a París en 1931 con la intención de realizar el doctorado. Allí entró en contacto con la literatura francesa, que siempre le había interesado, y pronto se convirtió en un especialista en la obra de Balzac, Gide y Proust. Tras su regreso a Rumanía ejerció como abogado en Bucarest pero mantuvo sus colaboraciones en periódicos y revistas. Junto a escritores de la talla de Nae Ionescu, Emil Cioran o Mircea Eliade formó en 1932 el grupo literario Criterion, y alcanzó notoriedad con la publicación, un año más tarde,  de su primera novela, Femei (Mujeres) y con el estreno de algunas obras teatrales.

En 1934 se disolvió el grupo Criterion por discrepancias políticas entre sus miembros, pues algunos de
Emil Cioran, el dramaturgo Eugène
Ionesco y Mircea Eliade. (Flacara TV)
ellos incluido Nae Ionescu, su mentor se habían aproximado a las posturas fascistas y antisemitas de la Guardia de Hierro de Corneliu Codreanu, lo que los fue alejando de Sebastian  por su condición de judío. Especialmente doloroso para el autor fue el progresivo distanciamiento de Mircea Eliade, su "primer y último amigo", con quien había compartido también el amor por Nina Mares, una secretaria divorciada amiga de ambos que acabaría casándose con Eliade. Los amigos perdieron todo contacto a partir de 1940, a raíz del nombramiento de Eliade como agregado cultural de la embajada de Rumanía en Londres.  No obstante, todavía pudo contar con su apoyo cuando en 1934 publicó una de sus obras más representativas y polémicas, De doua mii de ani... (Desde hace dos mil años), novela seudoautobiográfica sobre las penalidades de un judío, estudiante de arquitectura en la Rumanía de la época, en la que el autor defiende la tesis de la integración de los judíos en la sociedad rumana.  Al frente de la publicación, figuraba un prólogo de Nae Ionescu, que Sebastian le había pedido en 1931 y que, pese a su contenido antisemita, decidió incluir en la edición definitiva, a modo de venganza. En él, Ionescu, en contra de la tesis de la novela,  defendía la persecución de los judíos como justo castigo por la muerte de Jesuscristo y sostenía que la identidad rumana y la judía eran totalmente irreconciliables. La publicación del libro escandalizó a la sociedad rumana y provocó las críticas, tanto de la comunidad judía, que  tachó al autor de "perro faldero de Ionescu", como de la extrema derecha, que lo acusó de agente sionista.

Mihail Sebastian y la actriz Leni Caler
(fundingtimetowrite-wordPress.com)
Durante la Segunda Guerra Mundial, Sebastian permaneció en su país, que se alineó con las potencias del Eje  y promulgó leyes antisemitas, en virtud de las cuales se le expulsó de su casa, fue apartado de su trabajo en la Fundación Real  y hubo de estrenar sus obras de teatro  bajo seudónimo. Sus amigos lo abandonaron y durante algún tiempo se vio obligado a vivir escondido para evitar ser deportado a Polonia. En estos años de  soledad y terror, su único consuelo fue la música clásica, que escuchaba a través de la BBC y de Radio París. Todos estos pormenores de su vida se conocen por su diario, escrito de 1935 a 1944  y publicado  póstumamente en 1996, en Bucarets  y en Estados Unidos, con el título de Journal, 1935-1944. Se trata de un  diario íntimo, un diario literario y un diario político que documenta la convulsa época que le tocó vivir, un testimonio fundamental del antisemitismo en Europa antes y durante la Segunda Guerra Mundial, comparado con los de Ana Frank, Primo Levi o Victor Kemplere. 

Tras sobrevivir a las persecuciones antisemitas y a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, Mihail Sebastian murió el 29 de mayo de 1945, atropellado por un camión del Ejército Rojo, el mismo ejército que había liberado Bucarest, cuando se dirigía a tomar el tranvía para impartir su primera clase sobre Balzac. Tenía 37 años.

A partir de la publicación de su diario, la figura de Mihail Sebastian despertó el interés de los países occidentales, donde se empezó a recuperar sus obras. En 2004 el dramaturgo estadounidense David Auburn escribió una obra de teatro basada en el diario de Sebastian titulada The Jornals of Mihail Sebastian, estrenada en Nueva York ese mismo año, con Stephen Kunken en el papel de Sebastian. En 2006 recibió póstumamente el Geschwister-Schooll-Preis, premio dedicado a la memoria de los hermanos Schooll, creadores de un grupo de resistencia contra el régimen nazi. En España, Corradino Vega recreó en su novela La noche más profunda (2019) la vida de Mihail Sebastian a partir de los recuerdos de este en las horas previas a su muerte.

Nina Mares, tercera por la izquierda, y Mircea Eliade, sentado,
en 1939


2. Mujeres, una novela de entreguerras

Mujeres (1933), una primera novela sorprendente por su profundidad y por su  belleza, forma con La ciudad de las acacias (1935) y El accidente (1940) una trilogía de novelas psicológicas de ambiente urbano (Ochoa de Uribe). Se trata de una magnífica  muestra de la sincronización producida tras la Primera Guerra Mundial  entre la literatura rumana y la de los países europeos que marcan las nuevas tendencias estéticas, algunas de las cuales se incorporan a esta novela, que aborda uno de los temas más queridos para sus compañeros de generación, el de la aventura erótica. 

Ambientada en los años veinte del pasado siglo, la novela se divide en cuatro partes ordenadas cronológicamente. Cada una de ellas constituye un relato completo que puede ser leído de forma independiente, pero que  adquiere pleno sentido en relación con los otros tres. Un hilo sutil enlaza los cuatro relatos: las referencias a sucesos o personajes de las partes anteriores y, sobre todo,  la presencia  en todas ellas del personaje de Stefan Valeriu, un joven rumano de veinticuatro años que, cuando empieza la novela,  acaba de terminar su último examen de médico residente, para pasar después a ejercer como médico en un hospital de París y convertirse, al final, en un artista de music-hall tras perder su trabajo en el Ministerio de Sanidad  Rumano.

Baile en el restaurante Flora de Budapest, 1927.
(Nicolae Ionescu)
En cada uno de los relatos, el autor recurre a distintas fórmulas narrativas. En el primero, un narrador en tercera persona focalizado en la conciencia de Stefan narra en presente su relación, durante unas vacaciones  veraniegas, con tres mujeres —Marthe, Renée y Odette con quienes coincide en una pensión de los Alpes franceses. En el segundo, Stefan es el narrador testigo que cuenta en primera persona la desgraciada historia  de Émilie,  con el fin de demostrar que él no desempeñó papel alguno  en la tragedia. El tercero adopta la forma de una carta que Maria, una amiga rumana, le dirige a Estefan tras la declaración amorosa de este convertido así en narratario y personaje del relato, para aclarar cualquier malentendido entre ellos y para  confesarle su amor por Andrei, un amigo común. En el último, Stefan  evoca en primera persona sus amores con Arabella, una enigmática mujer con la que formó pareja artística,  con intención de explicarse a sí mismo lo que se niega a contar a la prensa: por qué se separaron en pleno éxito y por qué lo amó Arabella. En todos los casos, el autor ha elegido un narrador que no comprende ni conoce enteramente lo que cuenta, de modo que la novela, siguiendo las tendencias del momento, no llega a desentrañar la ambigüedad de algunas situaciones ni a explicar cabalmente el comportamiento de los personajes. Así, el narrador de la primera parte desconoce cuáles son los verdaderos sentimientos de Marthe hacia Stefan, si cuando, antes de su precipitada marcha, ella se pregunta si no parte "un poco tarde, demasiado tarde, tal vez...", quiere decir que es  tarde para el joven, que ya se ha enamorado de ella, o tarde para ella misma. Tampoco sabe si el señor Rey consiente la aventura extramatrimonial de su esposa o permanece ajeno a la misma. Por otra parte, la justificación de los relatos, junto con las referencias a lugares y personajes reales o a acontecimientos históricos, incrementa la verosimilitud de los mismos. 

Domingo en CaleaVictorei, la arteria principal
de la capital rumana, 1923. (Nicolae Ionescu)
Siete nombres de mujer dan título a las diferentes partes de la novela, que constituye una galería de retratos femeninos, de la que no se excluye lo raro o deforme (Émilie)  ni lo exótico (Arabella). Siete mujeres en la vida de Stefan que, por uno u otro motivo, le han dejado huella y forman parte de su educación sentimental. Se trata, por tanto, de una novela de personajes, en que el estudio psicológico de los mismos predomina sobre la acción. Marthe Bonneau es  una bella mujer madura, cuya  serenidad logra minar la seguridad del joven aprendiz de seductor. La tunecina Renée Rey es la esposa infiel que oscila entre el placer y el arrepentimiento, una amante  torpe y de escasa belleza que termina por resultar tediosa a Stefan. Odette Mignon es una joven de dieciocho años, inteligente y de enorme madurez para su edad, que decide perder la virginidad, libre y voluntariamente, y desaparecer después de la vida de Stefan, "como una chica que conoces en un tranvía". Maria, el amor imposible de Stefan,  se presenta como una divorciada rumana, mujer de mundo inteligente, culta e independiente, convertida desde hace cinco años en amante de Andrei, un hombre que ha sido "en infinitas ocasiones, brutal, obsceno y malo"; una mujer que se creía libre y acaba comportándose como una esclava, enredada en una relación tóxica de la que su dependencia emocional (o su pereza) le impide escapar. Arabella, la mujer que da título a la cuarta parte, es una exótica y misteriosa mujer a la que Stefan conoce por casualidad en un circo, en el que ella, sin especiales habilidades, era "la poesía de sus trapecios", "la flor inútil"; una amante poco apasionada en la que Stefan encuentra una pasión tranquila, pero también una mujer que lleva las riendas de su propia vida. Para los amigos de Stefan, una mujer fatal,  causante de su perdición. Émilie Vignou, la única mujer no amada por Stefan, es, en la segunda parte, una amiga de Mado, la amante de este en ese momento. Es vista como una rareza, no solo por mantenerse virgen a los veinte años (algo que, en su ambiente  del Barrio Latino de París, se considera decadente), sino también por su anatomía poco apta para el amor (un cuerpo "construido de una sola pieza, inarticulado, rígido"). Stefan la observa con  la curiosidad científica del médico y compone sobre ella un retrato degradante, rayano en la crueldad: Émilie  tenía "la discreción de  un topo", "debería haber sido la pata  de una mesa mal tallada. Era lo único que hubiera hecho bien sin tener que esforzarse".

Los personajes femeninos evidencian las pequeñas conquistas alcanzadas por la mujer europea, en lo que a libertad e independencia se refiere,  tras la Primera Guerra Mundial, si bien estas se limitan a determinados ambientes o clases sociales y siempre se ven restringidas por la hipocresía social, que impone el decoro, y por el peso de la ideología tradicional.  Son mujeres desinhibidas que, como Renée y Odette, se muestran desnudas sin asomo de pudor  o que desnudan su alma, como María. Mujeres jóvenes que, como Odette, viajan solas, practican deporte igual que los hombres y muestran sus pies desnudos, o  fuman, como Arabella. Mujeres que, como Maria o Arabella, prescinden  de la tutela de un hombre y mantienen relaciones sentimentales libres, sin papeles, pero deben soportar los comentarios y las murmuraciones, en el caso de Maria, o  se sienten felices, como Arabella, quizá la más libre de todas ellas,  cuando la gente confunde a la pareja de amantes con un joven matrimonio, haciéndole sentir "la ilusión del amor legítimo". 

Esta galería de retratos femeninos sirve como inmersión en el mundo amatorio de Stefan, verdadero protagonista de la novela, que se define por su relación con las mujeres, pues fuera de eso, poco más sabemos de su vida. Este hombre,  en el que el deseo, la búsqueda de placer,  parece ser el único motor de su vida, emprende en los Alpes un viaje iniciático en torno a sus conquistas amorosas. Conquistas amorosas que, por principio, tienen fecha de caducidad, pues el compromiso es para él como para su amigo Andrei—  algo inaceptablemente burgués y en su mundo, como en el de las amigas de Émilie, "se hace el amor sin pensar en responsabilidades". En este sentido, Stefan es el contrapunto de su compatriota Irimia C. Irimia, un joven cuyos sólidos principios de campesino honrado le obligan a casarse con Émilie, tras acostarse con ella y comprobar que era virgen. Así, Mujeres se convierte también en una novela sobre la moral sexual de la época, en la que el autor no juzga ni moraliza.

Pese a sus principios, hay una mujer que logra vencer su "vocación de vagabundo en el amor", algo de lo que Valeriu  se muestra consciente cuando, desde su  presente en Rumanía, rememora su historia:
Toda mi vida he sido un atolondrado y un huraño, y me he rebelado siempre que una mujer ha intentado permanecer unida a mí durante demasiado tiempo; he sido alguien preocupado exclusivamente por su libertad de decidir, un soltero por predestinación. No había entendido hasta entonces cómo era posible el matrimonio; la simple idea de volver a encontrar cada noche el mismo cuerpo, con los mismos estremecimientos, me parecía absurda, a mí, deseoso siempre de sorpresas y acuerdos transitorios.
París, años 20. (pinterest.es)
Esta mujer es Arabella, que  sabía "a miga de pan". Con ella Stefan encuentra la "felicidad tranquila" y ambos se aman, desde el primero al último día, "con la misma voluptuosidad apacible en la que todo era tan conocido como el sabor eterno del pan". Incapaz de  renunciar a ella y consciente de lo embarazoso que resultaría aparecer con Arabella en Bucarest, Valeriu,  el hombre a cuya ascensión social hemos asistido a lo largo de la novela, se enfrenta a su brusca caída, a su hundimiento. Así, Stefan, que al inicio de la novela se sentía viejo y cansado olvida sus responsabilidades "para convertirse en aquello que había querido ser siempre: un hombre joven". 

Se da la paradoja de que este hombre contrario al compromiso es el abandonado por las mujeres que le importan. La marcha de Odette, en la primera parte, prefigura la marcha de Arabella y la soledad final del protagonista. Stefan aborda el fin de cada historia cuyo comienzo parece obedecer siempre al azar, a la casualidad de forma natural, pero todas ellas dejan en él un poso de tristeza. 

La tristeza, la  melancolía, impregna toda la novela, cuyos personajes, dominados por el cansancio y la pereza, que parece condicionar sus vidas, encarnan el sentimiento de decadencia, la crisis de valores y creencias del momento que les ha tocado vivir, como explica Maria en su carta:
Hay en mí un cansancio antiguo que viene no sé de dónde, que me hace sensible a todo lo que signifique valentía, a un gesto brusco, a un comentario atrevido, al rostro inconsciente de un joven. ¡Qué sé yo! Debe de ser algo parecido a la melancolía que sobreviene al final del verano, cuando el sol está todavía entero y la luz es todavía blanca, pero las copas de los árboles se estremecen por la noche por el presentimiento de ese declive que se acerca y que ellas llevan en sí mismas como una brasa íntima, envuelta en miga de pan.
La novela es también un recorrido por diferentes lugares y ambientes cosmopolitas de la Europa de entreguerras. Con Maria conoceremos la activa vida cultural y social de Bucarest;  con Stefan compartiremos la sensualidad  del idílico paisaje de los Alpes y las amistades superficiales forjadas en un lugar de vacaciones, recorreremos el París del barrio Latino y el Montparnasse de la bohemia; el mundo del circo, tan presente en las  vanguardias artísticas,  y la vida cultural y nocturna de la capital francesa, en un momento en que el cine mudo debe hacer frente a la competencia del sonoro. La música, la literatura, el arte, en general, forman parte de la vida de los personajes, pero, sobre todo, el cine, con el que Stefan llega a confundir la vida. En la primera parte, Stefan es protagonista involuntario de la cinta rodada por el señor Rey, una película en la que el personaje se siente libre y  "todo es diferente, más animado, más cálido, más íntimo", evidenciando la superioridad del arte sobre la vida. Pero también pone al descubierto,  a los ojos de la avispada Odette y quizá de los otros huéspedes,  una aventura erótica clandestina. La cinta casera tiene su correlato en la película de la Paramount que protagonizan Arabella y Stefan  en la última parte, en la que este, que desea mantenerse en el anonimato, se asegura de permanecer en la sombra, "como una sobria figura negra", de modo que las luces y las sombras del expresionismo escondan "una ligerísima historia de amor en la que, Dios es testigo, nada había sido premeditado".

Sorprendente resulta la escasez de referencias históricas, en una etapa tan pródiga en acontecimientos. Da la impresión de que los personajes permanecen ajenos al mundo que les rodea, ensimismados. Solo cuando Stefan se queda en Ginebra  definitivamente solo, compra los periódicos "para ver qué había sucedido por la mañana en la Sociedad de Naciones". La historia de Stefan,  que había comenzado junto a un lago alpino, concluye en Ginebra a la orilla de otro lago.

Josefina López Granada

Montparnasse, años 20. Terraza del café Le Dôme. (maca-alicante.es)

jueves, 25 de marzo de 2021

Del árbol del corazón 11-12: cuadernos de poesía

El número 32 de los “Cuadernos de biblioteca” reúne una selección de los poemas presentados al XVI Concurso Literario de Poesía del IES Goya, convocado por la Biblioteca y por el Departamento de Lengua castellana y literatura. La encabezan los poemas premiados en las categorías I (de 1º a 3º de ESO) y II (4º de ESO y Bachillerato). En esta edición incluimos poemas presentados al concurso literario del año pasado, que, debido a la pandemia, se hubo de suspender.

domingo, 21 de marzo de 2021

"Carta a la madre" (Lettera alla madre), de Salvatore Quasimodo


Ramón Masats, Hilo blanco


Carta a la madre


 

“Mater dulcísima, ahora descienden las nieblas,
y el Naviglio* embiste confuso contra los muelles,
los árboles se hinchan de agua, arden de nieve;
no estoy triste en el Norte: no estoy
en paz conmigo mismo, mas no espero
perdón de nadie, muchos me deben lágrimas
de hombre a hombre. Sé que no estás bien, que vives,
como todas las madres de los poetas, pobre
y con la justa medida de amor
a causa de tus hijos lejanos. Hoy soy yo
quien te escribe”. – Al fín, dirás, dos líneas
de aquel muchacho que huyó de noche con un abrigo corto
y algunos versos en el bolsillo. Pobre, tan generoso,
un día lo matarán en cualquier parte-.
“En verdad, lo recuerdo, fue en aquel gris andén
de trenes lentos que llevaban almendras y naranjas
a la desembocadura del Imera, el río lleno de urracas,
de sal, de eucaliptos. Más ahora te agradezco,
así lo deseo, la ironía que has puesto
sobre mis labios, mansa como la tuya.
Esa sonrisa me ha salvado de llantos y dolores.
Y no importa si ahora derramo lágrimas por ti,
por todos los que como tú esperan
y no saben que esperan. Ah, muerte amable,
no toques el reloj que en la cocina late sobre el muro,
toda mi infancia pasó sobre el esmalte
de su cuadrante, sobre sus flores pintadas:
no toques las manos, el corazón de los viejos.
Pero ¿acaso alguien responde? Oh piadosa muerte,
muerte honesta. Adiós, querida, adiós mi dulcíssima mater”.


(En revista Sur, Nº 225, Buenos Aires, noviembre y diciembre

de 1953. Versión de Alberto Girri y Carlos Viola Soto)


*Canal navegable.


VERSIÓN ORIGINAL:



Lettera alla madre

 

Mater dulcissima, ora scendono le neble,

il Naviglio urta confusamente sulle dighe,

gli alberi si gofiano d’acua, bruciano di neve;

non sono triste nel nord: non sono

in pace con me, ma non aspetto

perdono da nessuno, molti mi debono lacrime

da uomo a uomo. So che non stai bene, che vivi

come tutte le madri dei poeti, povera

e giusta nela misura d’amore

per i figli lontani. Oggi sono io

che ti scribo.” Finalmente, dirai, due parole

di quel ragazzo che fuggi di notte con un mantello corto

e alcuni versi in tasca. Povero, cosí pronto di cuore

lo uccideranno un giorno in cualche luogo.

“Certo, ricordo, fu da quel grigio scalo

di tren lenti che portavano mandorle e arance,

alla foce dell’imera, il fiume pieno di gazze,

di sale,d’eucalyptus. Ma ora ti ringrazio,

questo voglio, dell’ironia che hai messo

sul mio labbro, mite come la tua.

Quel sorriso m’ha salvato di pianti e da dolori.

E non importa se ora ho qualcue lacrima per te,

per tutti quelli che come te aspettano,

e non sano che cosa. Ah, gentile morte,

non tocare l’orologio in cucina che batte sopra il muro

tutta la mia infazia é passata sullo smalto

del suo quadrante, su quei fiori dipinti:

non tocare le mani, il cuore dei vecchi.

Ma forse qualcuno risponde? O morte di pietá,

morte di pudore.

Addio, cara, addio, mia dulcissima mater.”


De La vita non è sogno, 1949

 


Salvatore Quasimodo escribe "Lettera alla madre" en 1948, cuando el poeta, afincado en Milán, se encuentra lejos de su Sicilia natal, donde vive su madre, ya anciana y enferma.  Más que una carta, el poema es una suerte de diálogo imaginario entre madre e hijo, en el que el yo poético expresa el profundo afecto del hijo que está lejos y siente necesidad de dar noticias a su madre. El poema se abre con la expresión latina "Mater dulcissima" que retorna en el último verso con los términos del sintagma invertidos, a modo de quiasmo: "dulcissima mater". Se trata de una expresión que, por lo general, se utiliza para dirigirse a la Virgen María y, por tanto, tiene fuertes connotaciones religiosas, impregnando al poema de un aura de sacralidad, casi de oración. 

El poeta desea consolar a su madre de su soledad y, al mismo tiempo, abrir su alma a la única persona capaz de comprenderlo, como observa Alberto Frattini, quien añade que la confesión del poeta lleva a la comparación entre dos mundos y dos épocas distintas: la Sicilia mítica de su infancia, de donde huyó de noche "con un abrigo corto / y algunos versos en el bolsillo", y el norte gris y frío donde vive, "la infancia hecha fábula irrecuperable pero consoladora" y la madurez marcada por las preocupaciones.

Tras agradecer a su madre el haberle transmitido la ironía, que lo ha salvado de "llantos y dolores", se dirige  a la muerte para pedirle que no toque aquello en que quedó enredado el recuerdo de su infancia, representado por el reloj de pared de la cocina, y, sobre todo, que respete "las manos y el corazón" de los ancianos. Pero la muerte no responde.

Puedes escuchar el poema "Lettera alla madre", recitado por el profesor Pippo di Bernardo.

Familia Quasimodo. De pie , a la derecha, la madre.
(Club Amici Quasimodo)

jueves, 18 de marzo de 2021

Día Mundial de la Poesía 2021




Psicoanálisis de la escritura


Aunque hable de sol y montañas,
aunque cante los pequeños espacios
o las grandes verdades,
todo el poema
habla de aquel
que sobre él escribe
Cuando las huellas de sí mismo
parecen excluirse de las palabras,
aun así, es a sí mismo que se describe
al escribirse en el texto
que es escisión de sí
Todo el poema
es un estado de pasión
cortejando el reflejo
del que lo creó
Todo el poema
habla de aquel
que sobre él escribe
y así se ama de manera desmedida,
en la medida del verso en que se contempla
y en vértigo
se ahoga.


(Ana Luísa Amaral)


Todos los años desde 2001, el  21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, coincidiendo con el equinoccio de primavera, estación del año asociada tradicionalmente a la palabra poética. La celebración -proclamada por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en su 30.ª Conferencia, celebrada en París en 1999- es "una invitación a reflexionar sobre el poder del lenguaje y el florecimiento de las capacidades creadoras de cada persona". Se pretende con ello apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y dar oportunidad a las lenguas amenazadas de ser un vehículo de comunicación en sus respectivas comunidades.

Bajo diferentes denominaciones (Fiesta de la poesía, Poetry day, Le Printemps des Poètes...), se organizan en diferentes países múltiples actividades en las que participan poetas y lectores. El hacedor de sueños quiere sumarse una vez más a la celebración seleccionando para sus lectores un poema sobre la poesía -compuesto por la escritora portuguesa Ana Luísa Amaral y recogido en su antología What's in a Name, publicada en España en 2020- y difundiendo el Mensaje de la Directora General de la UNESCO.



Mensaje de la Sra. Audrey Azoulay,
Directora General de la UNESCO,
con motivo del Día Mundial de la Poesía

21 de marzo de 2021


Retomando el hilo de las palabras del novelista Franz Kafka, cuando escribió que "Un libro debe ser el hacha que hienda el mar congelado en nuestro interior", John Felstiner, profesor de la Universidad de Stanford, se pregunta en el título de su libro: ¿puede la poesía salvar la Tierra? (Can Poetry Save the Earth?).
"¿Por qué apelar a los placeres de la poesía cuando ha llegado el momento de responder con un órdago? La respuesta empieza por el individuo: es el individuo el que habla por los poemas y al que los poemas hablan. De nuestro interior, uno a uno, puede surgir la voluntad de actuar. Puesto que somos el receptor de la belleza y la fuerza de los poemas, tenemos la oportunidad de reconocer y aligerar la impronta que dejamos en un mundo donde solo la naturaleza tiene una importancia vital".
La orquestación de las palabras, el colorido de las imágenes y la contundencia de una buena métrica otorgan a la poesía un poder sin parangón: el poder de reunirnos, de unirnos en torno a las mismas emociones, de evadirnos incluso en el confinamiento; el valor de la poesía nunca ha sido más evidente que durante el año pasado.

La poesía tiene el poder de recordarnos la belleza que nos rodea y la resiliencia del espíritu humano.

Este año, al celebrar el 50º aniversario del Programa sobre el Hombre y la Biosfera, la UNESCO rinde homenaje a los poetas del pasado y del presente que defienden la biodiversidad y la conservación de la naturaleza. 

Aunque la protección de la biodiversidad es un tema que apenas ahora empieza a calar en la sociedad, los poetas llevan miles de años animándonos a apreciar la belleza del mundo natural. El amor, la muerte y la naturaleza son quizá los temas más frecuentados por la poesía. De Garcilaso de la Vega a William Wordsworth, de Alexander Pushkin a Sarojini Naidu, los poetas han reconocido y honrado desde siempre una profunda vinculación entre las emociones humanas y la riqueza del entorno.

Más recientemente, los poetas han empezado a utilizar su memoria cultural y sus preocupaciones ecológicas para dar testimonio del cambio climático. Con su obra,  estos "ecopoetas" sitúan el patrimonio natural y cultural en el centro del debate político y hacen de él una cuestión de supervivencia. El poeta mapuche contemporáneo Elicura Chihuailaf expresa con poderosa elocuencia este vínculo entre el saber indígena y la protección de los ecosistemas:

                               Aprendo entonces los nombres de las flores y de las plantas.
                               Los insectos cumplen su función.
                               Nada está de más en este mundo.
                               El universo es una dualidad:
                               lo bueno no existe sin lo malo.
                               La Tierra no pertenece a la gente.
                               Mapuche significa "gente de la Tierra".*

La poesía anida en lo más hondo de lo que somos, mujeres y hombres que conviven en el mundo de hoy, abrevándose en el legado de las generaciones pasadas y custodiando este mundo para nuestros hijos y nietos. Al celebrar hoy la poesía, celebramos nuestra capacidad de luchar unidos por la biodiversidad como "preocupación común de la humanidad" y parte integrante del proceso de desarrollo internacional.

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*De "La casa azul en que nací", Recado confidencial a los chilenos, Elicura Chihuailaf, 1999.

domingo, 14 de marzo de 2021

"Un ruego en tiempos de pandemia", de Antonio Colinas





Un ruego en tiempos de pandemia

... rossinyol,
d'un bell boscatge
Cançó popular

Cierra tus ojos, ruiseñor, pues nosotros
ya los hemos cerrado para oírte cantar.
Todo acaeció en la otra isla hace años,
antes de que encendiéramos hogueras
junto al mar.

Recuerdo una enramada oscura y silenciosa
y aquel aroma a sal caliente y a sabinas.
Tú viniste a romper aquel silencio
y a explicárnoslo todo.
Las gentes que no ven, esas que tienen
las cuencas de sus ojos vacías,
no saben que tú eres un poderoso símbolo;
eres mínimo, humilde, mas tu canto
llega mucho más lejos que la sabiduría
falsa de los soberbios.

Huyó la juventud y ya no sé, ruiseñor,
en qué otro paraíso de muerte cantarás,
pero dicen que han vuelto tus hermanos
a cantar contra ruidos y gritos, y contra las palabras
airadas y vacías de este mundo.
Pero aunque ya no estés,
ni estén las islas,
ni esté mi juventud,
yo te pido que vuelvas a cerrar
tus ojos, pues nosotros
ya los hemos cerrado
para ensoñar tu canto y gozar
de la ebriedad de entonces.

Aquello acaeció una noche de junio,
antes de retornar en nuestra barca
de madrugada, de una isla a otra isla.
La barca que, a veces,
se detenía sobre el lomo negro
de la mar, como si ella tampoco
desease regresar a la costa.

A lo lejos las luces húmedas de los faros
brillaban como lágrimas
lloraban de alegría con nosotros.

De En los prados sembrados de ojos, Siruela, 2020

"En este libro de madurez plena, Colinas lleva a su último extremo cuanto había deseado para el poema: que 'en él se sintiese y se pensase en igual medida y radicalmente', alcanzando así una reflexión humanista en los límites del conocimiento trascendente y del sentido de infinitud", ha escrito su editor.

jueves, 11 de marzo de 2021

"Rosamunda", un cuento de Carmen Laforet






ROSAMUNDA


Estaba amaneciendo, al fin. El departamento de tercera clase olía a cansancio, a tabaco y a botas de soldado. Ahora se salía de la noche como de un gran túnel y se podía ver a la gente acurrucada, dormidos hombres y mujeres en sus asientos duros. Era aquel un incómodo vagón-tranvía, con el pasillo atestado de cestas y maletas. Por las ventanillas se veía el campo y la raya plateada del mar.

Rosamunda se despertó. Todavía se hizo una ilusión placentera al ver la luz entre sus pestañas semicerradas. Luego comprobó que su cabeza colgaba hacia atrás, apoyada en el respaldo del asiento, y que tenía la boca seca de llevarla abierta. Se rehízo, enderezándose. Le dolía el cuello —su largo cuello marchito—. Echó una mirada a su alrededor y se sintió aliviada al ver que dormían sus compañeros de viaje. Sintió ganas de estirar sus piernas entumecidas —el tren traqueteaba, pitaba—. Salió con grandes precauciones, para no despertar, para no molestar, "con pasos de hada" —pensó—, hasta la plataforma.

El día era glorioso. Apenas se notaba el frío del amanecer. Se veía el mar entre naranjos. Ella se quedó como hipnotizada por el profundo verde de los árboles, por el claro horizonte del agua.

—"Los odiados, odiados naranjos... Las odiadas palmeras... El maravilloso mar..."

—¿Qué decía usted?

A su lado estaba un soldadillo. Un muchachito pálido. Parecía bien educado. Se parecía a su hijo. A un hijo suyo que había muerto. No al que vivía; al que vivía, no, de ninguna manera.

—No sé si será usted capaz de entenderme —dijo, con cierta altivez—. Estaba recordando unos versos míos. Pero si usted quiere, no tengo inconveniente en recitar...

El muchacho estaba asombrado. Veía a una mujer ya mayor, flaca, con profundas ojeras. El cabello oxigenado, el traje de color verde, muy viejo. Los pies calzados con unas viejas zapatillas de baile..., sí, unas asombrosas zapatillas de baile, color de plata, y en el pelo una cinta plateada también, atada con un lacito... Hacía mucho que él la observaba.

—¿Qué decide usted? —preguntó Rosamunda, impaciente—. ¿Le gusta o no oír recitar?

—Sí, a mí...

El muchacho no se reía porque le daba pena mirarla. Quizá más tarde se reiría. Además, él tenía interés porque era joven, curioso. Había visto pocas cosas en su vida y deseaba conocer más. Aquello era una aventura. Miró a Rosamunda y la vio soñadora. Entornaba los ojos azules. Miraba al mar. 

—¡Qué difícil es la vida!

Aquella mujer era asombrosa. Ahora había dicho esto con los ojos llenos de lágrimas.

—Si usted supiera, joven... Si usted supiera lo que este amanecer significa para mí, me disculparía. Este correr hacia el Sur. Otra vez hacia el Sur... Otra vez a mi casa. Otra vez a sentir el ahogo de mi patio cerrado, de la incomprensión de mi esposo... No se sonría usted, hijo mío; usted no sabe nada de lo que puede ser la vida de una mujer como yo. Este tormento infinito... Usted dirá que por qué le cuento todo esto, por qué tengo ganas de hacer confidencias, yo, que soy de naturaleza reservada... Pues, porque ahora mismo, al hablarle, me he dado cuenta de que tiene usted corazón y sentimiento y porque esto es mi confesión. Porque, después de usted, me espera, como quien dice, la tumba... El no poder hablar ya a ningún ser humano..., a ningún ser humano que me entienda.

Se calló, cansada, quizá, por un momento. El tren corría, corría... El aire se iba haciendo cálido, dorado. Amenazaba un día terrible de calor.

—Voy a empezar a usted mi historia, pues creo que le interesa... sí. Figúrese usted una joven rubia, de grandes ojos azules, una joven apasionada por el arte... De nombre, Rosamunda... Rosamunda, ¿ha oído?... Digo que si ha oído mi nombre y qué le parece.

El soldado se ruborizó ante el tono imperioso.

—Me parece bien... bien.

—Rosamunda... —continuó ella, un poco vacilante.

Su verdadero nombre era Felisa; pero, no se sabe por qué, lo aborrecía. En su interior siempre había sido Rosamunda, desde los tiempos de su adolescencia. Aquel Rosamunda se había convertido en la fórmula mágica que la salvaba de la estrechez de su casa, de la monotonía de sus horas; aquel Rosamunda convirtió al novio zafio y colorado en un príncipe de leyenda. Rosamunda era para ella un nombre amado, de calidades exquisitas... Pero ¿para qué explicar al joven tantas cosas?

—Rosamunda tenía un gran talento dramático. Llegó a actuar con éxito brillante. Además, era poetisa. Tuvo ya cierta fama desde su juventud... Imagínese, casi una niña, halagada, mimada por la vida y, de pronto, una catástrofe... El amor... ¿Le he dicho a usted que era ella famosa? Tenía dieciséis años apenas, pero la rodeaban por todas partes admiradores. En uno de los recitales de poesía, vio al hombre que causó su ruina. A... A mi marido, pues Rosamunda, como usted comprenderá, soy yo. Me casé sin saber lo que hacía, con un hombre brutal, sórdido y celoso. Me tuvo encerrada años y años. ¡Yo!... Aquella mariposa de oro que era yo... ¿Entiende?

(Sí, se había casado, si no a los dieciséis años, a los veintitrés; pero ¡al fin y al cabo!... Y era verdad que le había conocido un día que recitó versos suyos en casa de una amiga. Él era carnicero. Pero, a este muchacho, ¿se le podían contar las cosas así? Lo cierto era aquel sufrimiento suyo, de tantos años. No había podido ni recitar un solo verso, ni aludir a sus pasados éxitos —éxitos quizá inventados, ya que no se acordaba bien; pero...—. Su mismo hijo solía decirle que se volvería loca de pensar y llorar tanto. Era peor esto que las palizas y los gritos de él cuando llegaba borracho. No tuvo a nadie más que al hijo aquél, porque las hijas fueron descaradas y necias, y se reían de ella, y el otro hijo, igual que su marido, había intentado hasta encerrarla.)

—Tuve un hijo único. Un solo hijo. ¿Se da cuenta? Le puse Florisel... Crecía delgadito, pálido, así como usted. Por eso quizá le cuento a usted estas cosas. Yo le contaba mi magnífica vida anterior. Sólo él sabía que conservaba un traje de gasa, todos mis collares... Y él me escuchaba, me escuchaba... como usted ahora, embobado.

Rosamunda sonrió. Sí, el joven la escuchaba absorto.

—Este hijo se me murió. Yo no lo pude resistir... Él era lo único que me ataba a aquella casa. Tuve un arranque, cogí mis maletas y me volví a la gran ciudad de mi juventud y de mis éxitos... ¡Ay! He pasado unos días maravillosos y amargos. Fui acogida con entusiasmo, aclamada de nuevo por el público, de nuevo adorada... ¿Comprende mi tragedia? Porque mi marido, al enterarse de esto, empezó a escribirme cartas tristes y desgarradoras: no podía vivir sin mí. No puede, el pobre. Además es el padre de Florisel, y el recuerdo del hijo perdido estaba en el fondo de todos mis triunfos, amargándome.

El muchacho veía animarse por momentos a aquella figura flaca y estrafalaria que era la mujer. Habló mucho. Evocó un hotel fantástico, el lujo derrochado en el teatro el día de su "reaparición"; evocó ovaciones delirantes y su propia figura, una figura de "sílfide cansada", recibiéndolas.

—Y, sin embargo, ahora vuelvo a mi deber... Repartí mi fortuna entre los pobres y vuelvo al lado de mi marido como quien va a un sepulcro.

Rosamunda volvió a quedarse triste. Sus pendientes eran largos, baratos; la brisa los hacía ondular... Se sintió desdichada, muy "gran dama"... Había olvidado aquellos terribles días sin pan en la ciudad grande. Las burlas de sus amistades ante su traje de gasa, sus abalorios y sus proyectos fantásticos. Había olvidado aquel largo comedor con mesas de pino cepillado, donde había comido el pan de los pobres entre mendigos de broncas toses. Sus llantos, su terror en el absoluto desamparo de tantas horas en que hasta los insultos de su marido había echado de menos. Sus besos a aquella carta del marido en que, en su estilo tosco y autoritario a la vez, recordando al hijo muerto, le pedía perdón y la perdonaba. 

El soldado se quedó mirándola. ¡Qué tipo más raro, Dios mío! No cabía duda de que estaba loca la pobre... Ahora le sonreía... Le faltaban dos dientes. 

El tren se iba deteniendo en una estación del camino. Era la hora del desayuno, de la fonda de la estación venía un olor apetitoso... Rosamunda miraba hacia los vendedores de rosquillas.

—¿Me permite usted convidarla, señora?

En la mente del soldadito empezaba a insinuarse una divertida historia. ¿Y si contara a sus amigos que había encontrado en el tren una mujer estupenda y que...?

—¿Convidarme? Muy bien, joven... Quizá sea la última persona que me convide... Y no me trate con tanto respeto, por favor. Puede usted llamarme Rosamunda... no he de enfadarme por eso.

De La niña y otros relatos (1970). En Cuentos de este siglo: 30 narradoras españolas contemporáneas. Encinar, Ángeles (ed.). Barcelona: Lumen, 1995, págs. 71-78.

Carmen Laforet (La vanguardia)


Carmen Laforet
fue una escritora española, ganadora de la primera edición del Premio Nadal, en 1944. Hija de un arquitecto barcelonés, profesor de la Escuela de Peritaje Industrial,  y de una toledana de familia humilde que obtuvo una beca para estudiar  Magisterio, nació en Barcelona el 6 de septiembre de 1921. Cuando estaba a punto de cumplir dos años, su familia se trasladó a la isla de Gran Canaria por motivos laborales de su padre. Allí nacieron sus dos hermanos, falleció su madre en 1934, a la edad de treinta y tres años,  y pronto fue sustituida por una madrastra con la que la autora tuvo una difícil relación. En septiembre de 1939, poco después de acabar la Guerra Civil,  se marchó a Barcelona siguiendo a un amor juvenil y huyendo de la conflictiva situación familiar. Allí se alojó en casa de sus abuelos paternos, en la calle Aribau, donde había nacido dieciocho años antes y donde se sitúa su novela Nada. Inició los estudios de Filosofía y Letras, que abandonó tres años después, pero en 1940 consiguió publicar sus primeros cuentos en el semanario 'Mujer'.  En 1942 se trasladó a Madrid, donde se alojó en casa de su tía materna Carmen Díaz y empezó la carrera de Derecho, que tampoco terminó. 

En Madrid acabó su primera novela,  Nada, que redactó en dos años, a pesar de que ella declaró haberla escrito en unos meses, quizá con la intención de que se disculpasen sus posibles defectos. La aparición en 1945 de esta novela, en la que resume su experiencia en Barcelona,  fue un acontecimiento literario que revolucionó el panorama de la narrativa española de posguerra pues, por primera vez, se muestra el ambiente real y la problemática de una situación degenerada por la miseria de la posguerra. Con una técnica tradicional, esta novela existencial narra la decepción  de una joven que, llena de ilusiones,  va a estudiar a Barcelona y se encuentra en la familia que la acoge con el ambiente de miseria moral y económica propio de la pequeña burguesía de posguerra.  La historia, narrada por la protagonista, abarca un año y se desarrolla en la ruinosa y sucia casa familiar donde es testigo de violencia física y enfrentamientos entre sus desquiciados y hambrientos habitantes. Al final, Andrea se marcha a Madrid  siguiendo a su amiga Ena -trasunto de  Linka Babecka- y "sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle Aribau no me llevo nada". Se trata de una novela de aprendizaje, con un estilo desnudo pero cargado de lirismo y un tono desencantado. La pobreza y la degradación moral de la familia adquieren gran importancia por su carácter testimonial de la España de posguerra, pues Laforet  dio forma "al desaliento moral que podía sentirse en 1940 sin las estridencias de un Pascual Duarte" (Caballé).

Fue su amiga Linka quien le propuso ofrecer su novela al joven editor y periodista Manuel Cerezales. Este quedó prendado de la historia  y le propuso a la autora presentarla a la primera edición del Premio Nadal, convocado por Destino. Nada, ampliamente elogiada por la crítica y considerada la mejor novela española de la época junto con La familia de Pascual Duarte, fue el libro más leído del momento, alcanzado tres ediciones en su primer año. Pero también un libro que marcó la carrera de la autora, galardonada a los veintitrés años con el primer premio Nadal  y, en 1948, con el premio Fastenrath, de la Real Academia Española. La novela desató las iras de quien se consideraba seguro ganador del premio, provocó la animadversión de los miembros de su familia, que se sintieron identificados en el retrato familiar de la novela, e impidió a la autora sobreponerse a la fama y a la presión para estar a la altura de su brillante debut. A partir de entonces, cada nuevo libro se convierte en un suplicio para la autora, que tardará siete años en publicar su siguiente novela, La isla y los demonios (1952), en la que retrocede a sus años de infancia y adolescencia  en Gran Canaria, con la lógica decepción de los lectores, que esperaban una continuación de Nada.

Carmen Laforet, con sus hijos. (Rtve.es)

En 1946 contrajo un precipitado matrimonio con Cerezales, con quien tuvo cinco hijos, dos de ellos escritores. La conversión religiosa propiciada por su amiga -y amor secreto, según Caballé-, Lilí Álvarez, la famosa tenista a quien conoció en 1951, explica el giro místico de su tercera novela, La mujer nueva (1955), galardonada con el Premio Menorca 1955 y con el Nacional de Literatura 1956. En 1963 publica La insolación, que se anuncia como la primera novela de la trilogía Tres pasos fuera del tiempo, cuya segunda parte, Al volver la esquina, aparecerá el mismo año de la muerte de la autora, mientras que la tercera, Jaque mate, no se llegó a publicar. De su  viaje a Estados Unidos en 1965 -en el que conocerá a Ramón J. Sender, un hombre que la amó a distancia y con quien mantendrá correspondencia a lo largo de diez años- surgirá el libro de viajes Paralelo 35 (1967) y el ensayo Mi primer viaje a USA (1981). Escribió también varias novelas cortas y libros de cuentos, entre los que destacan La llamada (1954) y La niña y otros relatos (1970).

En 1970, tras veinticuatro años de convivencia, se rompe su matrimonio con Cerezales, quien la obliga a firmar una cláusula por la que se compromete a no escribir sobre sus años de vida en común.  La imposibilidad de continuar con el relato autobiográfico y con la narración de su mundo interior se apunta como una de las causas que la llevaron a un silencio que se prolongó durante décadas. Al parecer, no abandonó la escritura, pero las obras quedaban inconclusas debido a la inseguridad de la autora y a su carácter depresivo. Ella  habló de su grafofobia, un odio a la escritura que fue desarrollando a lo largo de los años.  

Entre 1970 y 1977 se instala en Roma, donde conoce a Rafael Alberti, a María Teresa León, a Paco Rabal y al joven canario Lino Brito que se convertirá en su confidente y amigo. De nuevo en España, va distanciándose de la vida pública y su vida se va haciendo más triste y solitaria. Sus biógrafos Anna Caballé e Israel Rolón la presentan como una mujer que optó constantemente por la fuga y huyendo de su interior que la atormentaba iba de un lado a otro sin encontrar la salvación. Una mujer que, huyendo de la fama, se convirtió en una novelista de éxito.  Enferma de Alzheimer, falleció en Madrid el 28 de febrero de 2004, contaba ochenta y dos años. 

Tras su muerte, vio la luz su epistolario con Ramón J. Sender, publicado en 2003 bajo el título de Puedo contar contigo (1965-1975). En 2017 apareció De corazón y alma (1947-1952), su epistolario con Elena Fortún. Sus relatos fueron recopilados en Don Juan: cuentos completos (2004).

EL 6 DE SEPTIEMBRE DE 2021 SE CUMPLEN CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE CARMEN LAFORET.

Carmen Laforet y Ramón J. Sender, en una imagen del libro
Puedo contar contigo. (El País)


Referencias:
-carmenlaforet.com
-AMIGUET, Teresa: "Carmen Laforet, Nada es demasiado", La Vanguardia, 6 de enero de 2020.
-CABALLÉ, Anna: "Un misterio llamado Carmen Laforet", El País /Babelia, 5 de marzo de 2021.
-FERRETTI, Santa: La narrativa breve de Carmen Laforet (1952-1954), tesis doctoral, 2013.

Sobre Ramón J. Sender, en este blog: