Miguel Ángel Yusta (1944) es poeta y escritor zaragozano. Ha publicado los siguientes poemarios: Luces y sombras (1999), fotopoemas, con fotografías de C. Moncín; Peregrino de ausencias (2006), Teoría de la luz (2007), Reloj de arena (2008), Senderos de amor y olvido (2008), Ayer fue sombra (2010, VI Premio de Poesía de la Delegación de Gobierno), Cancionero de coplas (2011) y El camino de tu nombre (2012). Ha publicado diversos artículos relacionados con el folklore aragonés y con la copla, reconocidos con numerosos premios.
domingo, 27 de julio de 2014
miércoles, 23 de julio de 2014
Fernando Pessoa: sobre la literatura
La literatura, que es el arte casado con el pensamiento y la realización sin la mancha de la realidad, se me antoja el fin hacia el que debería tender todo esfuerzo humano, si fuera verdaderamente humano, y no una superfluidad del animal. Creo que decir una cosa significa conservarle la virtud y despojarla del terror. Los campos son más verdes en el decirlos que en su verdor. Las flores, si se describen con frases que las definan en el aire de la imaginación, tendrán colores de una permanencia que la vida celular no permite.
Moverse es vivir, decirse es sobrevivir. No hay nada de real en la vida que no lo sea porque fue bien descrito. Los criticastros suelen señalar que tal poema, ampliamente rimado, no quiere al fin decir sino que hace un buen día. Pero decir que hace un buen día es difícil, y hasta un buen día, al final, acaba por pasar. Tenemos por eso que conservar el buen día en una memoria florida y duradera, y así constelar de nuevas flores o de nuevos astros los campos y los cielos de la exterioridad vacía y pasajera.
Todo es lo que somos, y todo será, para quienes nos sigan en la diversidad del tiempo, conforme nosotros intensamente lo hayamos imaginado,esto es, lo hayamos, con la imaginación metida en el cuerpo, verdaderamente sido. No creo que la historia sea otra cosa, en su inmenso panorama deslucido, que una sucesión de interpretaciones, un consenso confuso de testimonios descuidados. El novelista es todos nosotros, y narramos cuando vemos, porque ver es, como todo, complejo.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego. Versión de Perfecto E. Cuadrado. Acantilado, 2002, pp. 37-38
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sábado, 19 de julio de 2014
"El intruso", de Delmira Agustini
Delmira Agustini*, poetisa uruguaya adscrita al modernismo, nació en Montevideo el 24 de octubre de 1886, en una familia burguesa, de madre argentina y padre uruguayo. Educada en casa por profesores particulares que le enseñaron francés, música y pintura; con una madre sobreprotectora que procuraba apartarla del trato social, vivió una infancia sin apenas contacto con otros niños. A los diez años componía versos e interpretaba al piano difíciles piezas. Pasó la adolescencia sin apenas relación con muchachas de su edad, entregada a la lectura, la escritura y la música, que prefería a las frívolas reuniones sociales. En 1902 publica sus primeros poemas en la revista 'La Alborada', y un año más tarde se convierte en colaboradora de esta publicación, a cargo de la sección "La legión etérea", en la que aparecieron una serie de perfiles de mujeres montevideanas que habían destacado en el plano cultural o social.
En 1907 publica su primer libro de poemas, Libro blanco (Frágil), que, aunque recibió numerosos elogios, desconcertó a la crítica por su erotismo. Por ello, para neutralizar su voz, centran su atención en la belleza de la autora e insisten en su "aura etérea", creando así el mito de Delmira, que intentaba explicar su escritura como producto del instinto exclusivamente, sin tener en cuenta su preparación intelectual. En 1910, cuando aparece Cantos de la mañana, goza ya de notable prestigio como poeta, elogiada incluso por Rubén Darío (a quien conoce en 1912, durante un viaje de este a Montevideo), y recibe en su casa la visita de escritores e intelectuales, entre ellos el argentino Manuel Ugarte. Su tercer poemario, Los cálices vacíos (1913), provoca el escándalo social, no solo por su erotismo más abierto y explícito, sino por el hecho de que la mujer, convertida tradicionalmente en objeto erótico, se transforme aquí en sujeto de deseo. Su poesía destaca por su excepcional musicalidad y su imágenes de extraordinaria belleza y originalidad.
El 14 de agosto de 1913, después de cinco años de romance (al principio clandestino, por la oposición de la madre de la escritora), Delmira contrae matrimonio con Enrique Job Reyes, un hombre atractivo pero acostumbrado a dominar, dedicado a la compra-venta de caballos y completamente ajeno a su ambiente intelectual. Reyes nunca valoró su actividad poética, que consideraba una "debilidad" de soltera. La incomprensión de su marido y el hecho de que, cuando se casa, Delmira ya no estaba enamorada de él, hicieron que la escritora al mes y medio de matrimonio abandonara el domicilio conyugal huyendo de la "vulgaridad", y en noviembre de ese mismo año presentara la demanda de separación. Al mismo tiempo empieza una apasionada relación epistolar con Ugarte, lo que no le impide verse en secreto con su marido en una habitación alquilada por este, mientras continúan los trámites de divorcio, que se falla el 22 de junio de 1914. El 6 de julio vuelve a visitarlo y es asesinada por su exmarido, que le dispara dos tiros en la cabeza y después se suicida en una habitación llena de fotografías y objetos personales de la autora. Su muerte alimentó un mito que perdura en la actualidad. Póstumamente aparecieron sus Obras completas (1924) y su Correspondencia íntima (1969).
jueves, 17 de julio de 2014
Javier Reverte: de ríos literarios
Congo. Río Onbangui. Getti Images/TCRC/Jonathan Torgovnit |
LEYENDAS LITERARIAS
JAVIER REVERTE 02/01/2010
Los
ríos han sido siempre los amables compañeros de viaje de los hombres en esta
tierra hostil y la literatura ha crecido en sus orillas como crecen, pongamos
por caso, los huertos y los palmerales en las riberas del Nilo. Más aún: la
literatura ha cobrado tanto peso en algunos escenarios fluviales que, a estas
alturas, es inconcebible nombrar, por ejemplo, el Misisipi sin hablar de Mark
Twain, o el Drina sin mentar a Ivo Andric. Algunos escritores han despojado
casi de su carácter de accidente geográfico a los ríos para transformarlos en
leyenda literaria. Cuando llegué al río Congo, en 1998, en mi bolsa viajaba Corazón
de Tinieblas, de Joseph Conrad (la traducción del título, más exacta que
las que se suelen usar, se la debo a Mario Muchnik). No hubo mejor compañero de
navegación que la inquietante novela del escritor anglopolaco, una narración en
la que los recovecos insondables del alma humana se enredan con las lianas de
la selva, sobre el paisaje de un río atroz en donde la civilización ha sido
capaz de imponerse al primitivismo y la barbarie. Marlow, el narrador vagabundo
álter ego de Conrad, describía así el escenario: "Una corriente
vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. No había ninguna alegría en la
luz del sol. Sentí un peso intolerable, la presencia invisible de la corrupción
victoriosa, las tinieblas... Y hay en todo ello una fascinación, la fascinación
de lo terrible". En ese paisaje abominable, un personaje antes civilizado,
Kurtz, sufre la destrucción de sus principios y de su propia naturaleza de hombre inteligente. "¡El horror!", es su grito final, poco antes de
morir. Y Marlow lo juzga así: "Su mente seguía siendo perfectamente
lúcida, pero su alma estaba loca...".
Recuerdo mis días a bordo de Akongo-Mohela, el transbordador en el que remontaba las aguas del río entre Kinshasa y Kisangani, como una mezcla de pesadilla y fascinación, tal era el grado de peligro que los pasajeros corríamos, con partidas de soldados incontroladas en las selvas y el río, y tanta la belleza que nos rodeaba. En el río Congo percibí esa extraña e inexplicable comunión entre el horror y la belleza que ha fascinado a tantos escritores, entre ellos al propio Conrad, y que resume muy bien en sus Elegías del Duino el poeta Rilke: "Todo ángel es terrible". Nunca hubo un río tan literario como el Congo de Conrad. Navegar el Congo casi me cuesta perder la vida, a manos de un grupo de soldados drogados y borrachos. Pero no olvidaré nunca una naturaleza que hoy sigue tal cual la describía Marlow: "Remontar aquel río era como volver a los inicios de la Creación, cuando la vegetación estalló sobre la faz de la Tierra y los árboles se convirtieron en reyes".
Casi
me mata también, a causa de una grave malaria, otro río hermoso y perverso: el
Amazonas. Aquí la belleza se humilla ante la atrocidad: estremecen la miseria
de los habitantes de sus orillas, el genocidio disfrazado de avance de
civilización que sufren sus etnias indígenas, la codiciosa y pertinaz agresión
sobre su naturaleza, la historia de una explotación que pesa sobre sus gentes
desde los días en que comenzó a extenderse la recolección del caucho y la
malignidad de un "hábitat" fecundo en la propagación de temibles
enfermedades letales para el hombre. El Amazonas no es un río para disfrutar ni
la Amazonía un marco apropiado para una literatura amable. La mejor novela que,
en mi opinión, se ha escrito sobre el universo amazónico es, por el contrario, de
signo trágico: La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera. Cuando
yo recorrí el río recordaba, casi como si las llevara clavadas en la memoria,
las palabras con que Arturo Cova, protagonista de la narración, comienza su
relato: "Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi
corazón al azar y me lo ganó la Violencia". Y es cierto que allí sientes
la Violencia -con mayúscula- como si fuera la esencia singular de la vida
amazónica. El Amazonas me dictó un libro cargado de melancolía y miedo que no
pude titular de otra manera que El río de la desolación.
¡Qué
distintos el Congo y el Amazonas a ese Yukón que corre entre Canadá y Alaska
para desembocar en el mar de Bering! En el verano, el aire es limpio, los días
luminosos y las noches frescas. Remar sobre sus aguas supone una inyección de
entusiasmo, un chute de vitalidad. Pero ¡ojo con sus terribles inviernos! Jack
London recorrió aquellas latitudes cuando era casi un chaval, un jovencísimo
minero en busca de fortuna, a finales del siglo XIX. Años después, dedicó sus
mejores narraciones a recrear el universo del Yukón de los días del Gold
Rush, la
carrera del oro. En una de ellas escribía: "La Naturaleza tiene muchas
artimañas para convencer al hombre de su finitud: el incesante fluir de las mareas, la furia de la tormenta, la sacudida del terremoto, el largo retumbar de la artillería del cielo... Pero la más estremecedora y terrible de todas es la pasividad del silencio blanco. Cesa todo movimiento, el aire se despeja, los cielos se vuelven de latón; el más pequeño susurro parece un sacrilegio y el hombre se torna tímido, asustado del sonido de su propia voz. El temor a la muerte, a Dios y al Universo se apodera de él; y también su esperanza en la resurrección y la vida". De nuevo la literatura... Y así, cuando recorres aquellos espacios de naturaleza virgen, puedes evocar el verbo vigoroso de London mezclando en tu corazón y en tus oídos el aullido del lobo con los ladridos eufóricos del perro Buck, o el sonido de los pasos de Malemute Kid en los bosques primigenios con el grito agudo del águila de cabeza blanca. Escuchas la llamada de lo salvaje en territorios en los que, todavía hoy, un hombre puede disfrutar de la soledad sin otra presencia humana que la suya en más de cien kilómetros a la redonda.
artimañas para convencer al hombre de su finitud: el incesante fluir de las mareas, la furia de la tormenta, la sacudida del terremoto, el largo retumbar de la artillería del cielo... Pero la más estremecedora y terrible de todas es la pasividad del silencio blanco. Cesa todo movimiento, el aire se despeja, los cielos se vuelven de latón; el más pequeño susurro parece un sacrilegio y el hombre se torna tímido, asustado del sonido de su propia voz. El temor a la muerte, a Dios y al Universo se apodera de él; y también su esperanza en la resurrección y la vida". De nuevo la literatura... Y así, cuando recorres aquellos espacios de naturaleza virgen, puedes evocar el verbo vigoroso de London mezclando en tu corazón y en tus oídos el aullido del lobo con los ladridos eufóricos del perro Buck, o el sonido de los pasos de Malemute Kid en los bosques primigenios con el grito agudo del águila de cabeza blanca. Escuchas la llamada de lo salvaje en territorios en los que, todavía hoy, un hombre puede disfrutar de la soledad sin otra presencia humana que la suya en más de cien kilómetros a la redonda.
Hace
unos años escribí en uno de mis libros: "Yo creo en el alma singular de
los ríos. En cierto modo, nos hablan, y no siempre lo que nos dicen posee un
significado benigno. Lo he sentido en todo momento cuando los he navegado. Los
ríos han estado, en un par de ocasiones, a punto de matarme y luego, con cierto
desdén o algo de generosidad, me han perdonado la vida. Pero también me han
enseñado mucho sobre los hombres y sobre mí mismo". Recorrerlos es una
buena razón para escribir y, al tiempo, no es una mala manera de disfrutar de
la vida mientras vamos a dar a ese mar de Jorge Manrique "que es el
morir".
Publicado en EL PAÍS
* Sin la negrita y sin las imágenes en el original.
Javier Reverte (Madrid, 1944) es periodista, escritor y viajero que ha recorrido los cinco continentes, ha navegado el Índico, el Pacífico y el Atlántico; ha cruzado el Ártico de este a oeste y pisado el cabo de Hornos. Ha descendido el Amazonas desde su nacimiento hasta su desembocadura, recorrido el curso del Nilo, del Misisipi y del Yangtsé, y se ha embarcado en el Congo, en la misma ruta que hizo Joseph Conrad a finales del siglo XIX. Ha seguido los caminos de escritores como Homero -en la Grecia clásica- o Jack London -en el río Yukón- y se ha internado en las sabanas del este de África. Ha cruzado el lago Victoria, el Tanganika y el Tana, y se ha acercado a pie hasta las orillas del Turkana. Ha vivido en Londres, París, Lisboa, Nueva York, Roma e Irlanda. Y todas sus experiencias las ha contado en sus libros de viajes, género literario que lo ha convertido en
uno de los autores más leídos en España. Entre sus libros de viajes se
encuentran obras que son ya verdaderos clásicos: El sueño de África, Vagabundo
en África o Corazón de Ulises.
Actualización (31-10-2020):
Javier Reverte ha fallecido hoy en Madrid a los 76 años.
Entrada relacionada:
* * *
Mark Twain, seudónimo del escritor estadounidense Samuel L. Clemens
(1835-1910), ambientó en la región del Misisipi
sus dos novelas más conocidas. La primera, Las
aventuras de Tom Sawyer, narra las
vivencias del niño protagonista en la pequeña población de Saint Petersburg, en las orillas del río Misisipi, al sureste de Estados Unidos. La vida en la
localidad discurre de manera tranquila, incluso aburrida, pero Tom, un chico
travieso de enorme curiosidad, es capaz de disfrutar tanto de los sucesos cotidianos
como de otros extraordinarios: la persecución de un malvado asesino o la búsqueda
de un tesoro escondido en una cueva, siempre acompañado de su inseparable Huckleberry
Finn, un chico rebelde que, abandonado por su familia, vaga por las calles y es mirado con recelo por los mayores pero admirado por los niños, que ven en él la
encarnación de la libertad. En la segunda, Las
aventuras de Huckleberry Finn, Huck
es capturado por su malvado padre, que lo lleva a vivir en una choza río abajo;
sin embargo, el joven, que consigue fugarse en una balsa, se encuentra con su
amigo Jim, un esclavo prófugo. Escapando de su pasado y en busca de la libertad,
ambos emprenden la huida a lo largo del río hasta que en un inesperado final
reciben la ayuda del valiente Tom Sawyer. Vida en
el Misisipi (1883) recoge sus memorias sobre sus días como piloto de un
vapor de ruedas en el Misisipi.
El escritor yugoslavo Ivo Andric
(1892-1975), Premio Nobel de Literatura en 1961, es conocido sobre todo por su
novela Un puente sobre el Drina (1945). Ambientada en la ciudad de Visegrad (en Bosnia, a orillas del río Drina, frontera natural entre Bosnia-Herzegovina y Serbia),
que alcanzó su máximo esplendor en la Edad Media por ser un lugar de tránsito
entre el mundo musulmán y el cristiano, narra la historia de una comunidad diversa y conflictiva tomando como pretexto
narrativo el gran puente otomano sobre el río, lugar de tránsito y encuentro
para sus habitantes. La historia, suma de pequeñas historias particulares,
abarca desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX y da cuenta de las tensiones
y enfrentamientos que se suceden de
generación en generación.
En Corazón de Tinieblas (El
corazón de las tinieblas), una novela que puede leerse como una reflexión
sobre la colonización del continente africano, Charles Marlow narra su peligroso viaje a
bordo de un vapor que remonta el río Congo en busca del misterioso señor Kurtz,
un agente comercial convertido en leyenda que había logrado desentrañar los
misterios del la selva africana y enviar grandes cantidades de marfil a la
Compañía. Finalmente, lo encontrará enfermo en una choza, rodeado de cabezas
humanas empaladas, adorado por los indígenas a los que domina por medio del
terror. El superhombre se convierte así
en símbolo de la corrupción y personificación de los efectos depredadores del
colonialismo.
La vorágine, la gran novela de la selva, relata en primera persona la aventura del
poeta Arturo Cova que, huyendo de las convenciones sociales de la sociedad
colombiana, llega a los llanos
orientales (extensa región de ríos caudalosos) en compañía de su amante Alicia.
La búsqueda de Alicia, de quien se ve separado, lleva a Cova a la amazonía
colombiana, donde será testigo de las
duras condiciones de vida de los colonos e indígenas esclavizados durante la
fiebre del caucho. La selva, sus ritos ancestrales y sus alucinaciones, así
como la lucha del ser humano para sobrevivir en medio de una naturaleza
grandiosa son los verdaderos protagonistas de esta novela que narra, además, la
tragedia social de Colombia.
Se hace aquí referencia a dos de
las narraciones de London ambientadas en la región ártica próxima al río Yukon. La
cita corresponde al relato El silencio
blanco, en el que Malamute Kid debe
matar a su amigo, herido a quien es imposible salvar, para lograr sobrevivir él
mismo y la mujer de su amigo, amenazados
por el despiadado silencio blanco del Gran Norte. La otra es La llamada de lo salvaje (o La llamada de la selva), en la que el
perro Buck, en manos de los buscadores de oro y obligado a
tirar de un trineo, demuestra con la fidelidad hacia su amo que los perros
pueden ser más humanos que el hombre. Cuando su amo muera, seguirá la llamada
del instinto, de la naturaleza salvaje, y se unirá a su hermano el lobo.
domingo, 13 de julio de 2014
"Tengo que hablaros de ella", de Octavio Paz
Publicado en 1941 y reescrito en 1960, 1968 y 1979, Bajo tu clara sombra es un libro en el que coexisten características correspondientes a cuatro etapas creativas distintas. Su primera versión, formada por 416 versos divididos en diez cantos, está relacionada con la poesía neorromántica. En ella se encuentran temas esenciales en la obra poética de Octavio Paz, como el amor, la pareja adánica como mito, lo sagrado y la libertad, y narra un viaje hacia los orígenes del ser, de donde el hablante busca renacer reconciliado con el mundo y con su propia creación, el poema.
En 2014 se celebra el centenario del nacimiento de Octavio Paz (1914-1998).
miércoles, 9 de julio de 2014
"Canfranc. El oro y los nazis", de Ramón J. Campo
Ficha bibliográfica:
Título: Canfranc. El oro y los nazis
Autor: Ramón J. Campo
Editorial: Mira
Lugar y fecha de edición: Zaragoza, 2012
298 páginas
Introducción:
Título: Canfranc. El oro y los nazis
Autor: Ramón J. Campo
Editorial: Mira
Lugar y fecha de edición: Zaragoza, 2012
298 páginas
Introducción:
El periodista Ramón J. Campo quedó enganchado por una peripecia en la que no falta casi nada: buenos, malos, espías, maquis y un final abierto. Investigando entre Francia y España, rebuscando en la escasa bibliografía existente y escuchando a las pocas fuentes originales que siguen vivas, descubrió cosas nuevas y confirmó algunas conocidas que convierten su reportaje en un relato apasionante.
Contenido:
Las ratas y el olvido campan a sus anchas en la estación internacional de Canfranc desde que en 1970 (tras el hundimiento del puente de L' Estanguet, en la parte francesa) fue abandonada por Renfe y condenada a una ruina sucia y desmemoriada. Hoy solo quedan vagones desvencijados, vías muertas, vestigios de un pasado muy activo. Viéndolo, nadie diría que esta estación fue el paso que abrió las puertas de Europa a la siempre aislada Aragón, un lugar estratégico durante la Segunda Guerra Mundial y punto neurálgico para el tránsito del oro nazi, que los alemanes expoliaban en los bancos de los países invadidos o robaban a los judíos en los campos de concentración.
Ese oro robado durante la invasión de Europa servía para pagar minerales indispensables para la maquinaria de guerra de Hitler: el wolframio con el que se blindaban los tanques (procedente de Galicia y Portugal) y el hierro de las minas de Teruel, que viajaba hasta las fábricas de armas, pasando también por Canfranc, como muestran los documentos.
Todo esto lo descubrió en 2010, después de ser utilizada la estación para grabar el anuncio de la Lotería Nacional, un guía turístico y conductor de autobús que hacía la línea Oloron-Canfranc: el francés Jonathan Díaz, de cuarenta años. Empujado por una curiosidad fermentada durante sus largas conversaciones con los ancianos de la zona, que conservaban fresca la memoria, Díaz tocó la historia cuando encontró, una noche de noviembre, un millar de documentos de la aduana internacional tirados por el suelo. Varios probaban el tránsito por Canfranc de 86,6 toneladas de lingotes de oro: 74,1 con destino a Portugal, y 12,5 que se quedaron en España. Otros certificaban el envío de 4 toneladas de plata, 10 toneladas de relojes, 44 toneladas de armamento y 4 toneladas de opio, que se quedaron en España.
El autor del libro, el reportero de "Heraldo de Aragón" Ramón J. Campo, cubrió para su periódico la información de la aparición de esos papeles ( y ganó por ello el Premio de la Asociación de la Prensa de Aragón). Pero Campo fue más lejos y encontró el factor humano. Descubrió que, además de transportar oro, el tren diario entre Canfranc y Madrid sirvió de vía de escape a cientos de judíos, a miembros de la resistencia francesa y a militares o espías aliados que huían de los nazis.
El libro revela que el jefe de la aduana francesa, Albert Le Lay, fue un espía aliado que facilitó el paso desde España de muchos secretos, espías y maquinaria para la Resistencia. Por Canfranc pasó el primer radiotransmisor que usó la Resistencia para comunicarse con Londres y la primera maleta (con 25 millones) con la que se sostuvo, afirma Campo, citando las memorias del coronel Remy, un espía que montó varias redes en Francia. Le Lay aguantó casi un año con los alemanes en el cogote, y se tuvo que fugar poco antes de que la Gestapo lo detuviera. Su fuga fue de película: taxis hasta Zaragoza y Madrid, coche diplomático de la Embajada británica hasta Sevilla, camuflado en un barco hasta Gibraltar, y avión a Argel.
Según relatan familiares de policías españoles de aquella época, estos tenían órdenes de entregar a la Gestapo a todo judío que encontraran. Muchos desobedecieron la orden. El libro descubre a un personaje fabuloso, el carabinero Salvador García Urieta, que recogía en los pasos fronterizos a los perseguidos del Tercer Reich y los ayudaba a escapar. Otros no tuvieron tanta suerte. Campo encontró en los archivos del ayuntamiento la partida de defunción de un judío llamado Starnanski Wladji, muerto de un ataque al corazón tras ser capturado por los alemanes junto con su familia.
El último elemento de esta epopeya pirenaica fue el maquis. Tres guerrilleros nacidos en Canfranc, militares republicanos, fueron los responsables de las primeras acciones contra los alemanes en esa zona del sur de Francia.
Franco encarceló en la Torre del Reloj de Jaca a 272 extranjeros que huían de los nazis, entre los que se encontraban militares aliados: un aviador británico, un radiotelegrafista canadiense, suboficiales polacos, comerciantes, jornaleros, periodistas, ingenieros..., de lo que existe un registro. Estos presos eran enviados a la cárcel de Huesca y a la de Zaragoza. También existen documentos escritos de algunas de las declaraciones.
Comentario y conclusión
He pasado muchas veces por Canfranc, pero nunca he visitado su estación. Al leer este libro, siento un gran interés por conocer y pisar el lugar que tuvo tanta importancia en la Segunda Guerra Mundial, que el libro me ha permitido conocer.
Es un libro basado en hechos reales, que está bien documentado y que permite conocer, aportando documentos y fotografías, una etapa importante en la historia de España y, por supuesto, de Canfranc y sus habitantes. Es ameno, interesante y de fácil lectura.
Luis Cervelló Mediel, 2º Bachillerato
El libro revela que el jefe de la aduana francesa, Albert Le Lay, fue un espía aliado que facilitó el paso desde España de muchos secretos, espías y maquinaria para la Resistencia. Por Canfranc pasó el primer radiotransmisor que usó la Resistencia para comunicarse con Londres y la primera maleta (con 25 millones) con la que se sostuvo, afirma Campo, citando las memorias del coronel Remy, un espía que montó varias redes en Francia. Le Lay aguantó casi un año con los alemanes en el cogote, y se tuvo que fugar poco antes de que la Gestapo lo detuviera. Su fuga fue de película: taxis hasta Zaragoza y Madrid, coche diplomático de la Embajada británica hasta Sevilla, camuflado en un barco hasta Gibraltar, y avión a Argel.
Según relatan familiares de policías españoles de aquella época, estos tenían órdenes de entregar a la Gestapo a todo judío que encontraran. Muchos desobedecieron la orden. El libro descubre a un personaje fabuloso, el carabinero Salvador García Urieta, que recogía en los pasos fronterizos a los perseguidos del Tercer Reich y los ayudaba a escapar. Otros no tuvieron tanta suerte. Campo encontró en los archivos del ayuntamiento la partida de defunción de un judío llamado Starnanski Wladji, muerto de un ataque al corazón tras ser capturado por los alemanes junto con su familia.
El último elemento de esta epopeya pirenaica fue el maquis. Tres guerrilleros nacidos en Canfranc, militares republicanos, fueron los responsables de las primeras acciones contra los alemanes en esa zona del sur de Francia.
Franco encarceló en la Torre del Reloj de Jaca a 272 extranjeros que huían de los nazis, entre los que se encontraban militares aliados: un aviador británico, un radiotelegrafista canadiense, suboficiales polacos, comerciantes, jornaleros, periodistas, ingenieros..., de lo que existe un registro. Estos presos eran enviados a la cárcel de Huesca y a la de Zaragoza. También existen documentos escritos de algunas de las declaraciones.
Comentario y conclusión
He pasado muchas veces por Canfranc, pero nunca he visitado su estación. Al leer este libro, siento un gran interés por conocer y pisar el lugar que tuvo tanta importancia en la Segunda Guerra Mundial, que el libro me ha permitido conocer.
Es un libro basado en hechos reales, que está bien documentado y que permite conocer, aportando documentos y fotografías, una etapa importante en la historia de España y, por supuesto, de Canfranc y sus habitantes. Es ameno, interesante y de fácil lectura.
Luis Cervelló Mediel, 2º Bachillerato
Estación de Canfranc |
domingo, 6 de julio de 2014
"Quisiera ser convexo...", de Gerardo Diego
Gerardo Diego (Santander, 1896-Madrid, 1987), poeta y crítico español perteneciente a la generación del 27. Catedrático de instituto en Soria, Gijón, Santander y Madrid, alternó la enseñanza y la creación literaria con el cultivo de la música. Fundó y dirigió las revistas 'Carmen' y 'Lola', y participó, con Larrea y Huidobro, en el movimiento creacionista. Se convirtió en un gran impulsor de la generación del 27 con la publicación en 1932 de una importante antología (Poesía española. Antología 1915-1931) que recogía ya numerosas muestras de los poetas del grupo.
Su amplia obra poética se caracteriza por la musicalidad y perfección formal, así como por la variedad formal y temática. En ella alterna el más radical vanguardismo con el neopopularismo, el neogongorismo y los moldes clasicistas. En esta diversidad, el autor distinguía dos vertientes: la "poesía de creación", poesía de vanguardia, libre de metro y de rima, y la "poesía de expresión", más cercana a las formas y temas tradicionales.
De su poesía vanguardista destacan varios títulos: Imagen (1922) y Limbo (1919-1921, publicado en 1951), que muestran la concepción de la poesía como juego intrascendente, propia del ultraísmo; Manual de espumas (1924), que manifiesta la voluntad creacionista de convertir el poema en objeto autónomo independiente de la realidad inmediata, y Fábula de Equis y Zeda (1932), parodia de las fábulas mitológicas, inscrita dentro de la tendencia a imitar a Góngora.
Su poesía tradicional cuenta con obras de metro clásico y temática variada, como El romancero de la novia (1918), Soria (1923) y Versos humanos (1925, premio Nacional de Literatura, ex aequo con Alberti), junto a otros de temática religiosa: Viacrucis (1931) y Ángeles de Compostela (1940). Pero quizá su libro de tipo tradicional más importante sea Alondra de verdad (1941), conjunto de cuarenta y dos sonetos, en el que junto al molde métrico clasicista abundan las metáforas vanguardistas.
Miembro de la Real Academia Española desde 1947, en 1961 obtuvo el premio de Literatura de la Fundación Juan March, en 1967 fue condecorado con la gran cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, en 1968 se le concedió la medalla de oro al Mérito en el Trabajo, y en 1980, el premio Miguel de Cervantes, compartido con Jorge Luis Borges*.
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