sábado, 19 de julio de 2014

"El intruso", de Delmira Agustini

 Pintura: Tamara de Lempicka


                          El intruso

Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
bebieron en mi copa tus labios de frescura,
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.

¡Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
y si tú duermes, duermo como un perro a tus plantas!
¡Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;

y tiemblo si tu mano toca la cerradura;
y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!

                Delmira Agustini, de Libro blanco (Frágil), 1907

Delmira Agustini*, poetisa uruguaya adscrita al modernismo, nació en Montevideo el 24 de octubre de 1886, en una familia burguesa, de madre argentina y padre uruguayo. Educada en casa por profesores particulares que le enseñaron francés, música y pintura; con una madre sobreprotectora que procuraba apartarla del trato social,  vivió una infancia sin apenas contacto con otros niños. A los diez años componía versos e interpretaba al piano difíciles piezas. Pasó  la adolescencia sin apenas relación con muchachas de su edad, entregada a la lectura, la escritura y la música, que prefería  a las frívolas reuniones sociales. En 1902 publica sus primeros poemas en la revista 'La Alborada', y un año más tarde se convierte en colaboradora de esta publicación, a cargo de la sección "La legión etérea", en la que aparecieron una serie de perfiles de mujeres montevideanas que habían destacado en el plano cultural o social. 
   En 1907 publica su primer libro de poemas, Libro blanco (Frágil), que, aunque recibió numerosos elogios, desconcertó a la crítica por su erotismo. Por ello, para neutralizar su voz, centran su atención en la belleza de la autora e insisten en su "aura etérea", creando así  el mito de Delmira, que intentaba explicar su escritura como producto del instinto exclusivamente, sin tener en cuenta su preparación intelectual. En 1910, cuando aparece Cantos de la mañana, goza ya de notable prestigio como poeta, elogiada incluso por Rubén Darío (a quien conoce en 1912, durante un viaje de este a Montevideo), y recibe en su casa la visita de escritores e intelectuales, entre ellos el argentino Manuel Ugarte. Su tercer poemario, Los cálices  vacíos (1913), provoca el escándalo social, no solo por su erotismo más abierto y explícito, sino por el hecho de que la mujer, convertida tradicionalmente en objeto erótico, se transforme aquí en sujeto de deseo. Su poesía destaca por su excepcional musicalidad y su imágenes de extraordinaria belleza y originalidad.
    El 14 de agosto de 1913, después de cinco años de romance (al principio clandestino, por la oposición de la madre de la escritora), Delmira contrae matrimonio con Enrique Job Reyes, un hombre atractivo pero acostumbrado a dominar, dedicado a la compra-venta de caballos y completamente ajeno a su ambiente intelectual. Reyes nunca valoró su actividad poética, que consideraba una "debilidad" de soltera. La incomprensión de su marido y el hecho de que, cuando se casa, Delmira ya no estaba enamorada de él,  hicieron que la escritora al mes y medio de matrimonio abandonara el domicilio conyugal huyendo de la "vulgaridad", y en noviembre de ese mismo año presentara la demanda de separación. Al mismo tiempo empieza una apasionada relación epistolar con Ugarte, lo que no le impide verse en secreto con su marido en una habitación alquilada por este, mientras continúan los trámites de divorcio, que se falla el 22 de junio de 1914. El 6 de julio vuelve a visitarlo y es asesinada por su exmarido, que le dispara dos tiros en la cabeza y después se suicida en una habitación llena de fotografías y objetos personales de la autora.  Su muerte alimentó un mito que perdura en la actualidad. Póstumamente aparecieron sus Obras completas (1924) y su Correspondencia íntima (1969).


1 comentario:

  1. Jo, qué vida y muerte tan trágicas...Y qué ciego el amor...¿es que no ve venir al tal Reyes? como sucede tantas veces, parece increíble que se enamorara de alguien tan diferente. Y, como tantas veces sucede, a pesar de que la madre se equivocó al sobreprotegerla y no dejarle tener amigas, tenía toda la razón en lo concerniente al yerno.
    La llave y la cerradura suena erótico, sí...jeje
    Carlos San Miguel

    ResponderEliminar