domingo, 15 de octubre de 2023

"Amigo" y "El beso de Klimt", de Mónica Doña






Amigo:
No sabes el trabajo que me cuesta
arreglar el jardín.
Octubre se descuelga de las copas.
He cogido el rastrillo
y araño con la fuerza que me resta
la humedad de la tierra.

Cuánto deseo, amigo,
arañarte la espalda
y deshojar de nuevo
el árbol que en verano
nos dio la justa sombra.

Amigo:
He reunido las hojas amarillas
y huelen como a ti.
Es un momento dulce que detengo
ahora,
antes de que sea tarde
y llegue lo peor:
el invierno, el olvido, y a lo lejos
los árboles desnudos
                                  sin nosotros.

(De Mundo fantasma, Fundación Huerta de San Antonio, 2020)

 Gustav Klimt, El beso, 1907-1908. Galería Belvedere, Viena


El beso de Klimt

Se enamoran de un cuadro.
Un bellísimo cuadro
que lleva un largo siglo en los museos.
Viena, primera década del siglo de las sombras:
secesión en las artes, oropel y erotismo.
Gustav Klimt, el artista que amaba a las mujeres.

Poquísimas han visto la obra original.
Pero eso no importa, se enamoran de copias.
Decorativas copias, simbólicos deseos,
altares que presiden las alcobas
de los enamorados del presente.

Sus abuelas colgaron crucifijos
(para toda la vida).
Sus madres, el jardín de las delicias
(hasta el confuso día del divorcio).
Ellas, un beso eterno,
aunque la eternidad dure un suspiro.

La lámina dorada brilla sobre los tálamos,
los jóvenes amantes
la miran y se besan como príncipes.
Ven lo que necesitan
para alcanzar el fondo de la dicha:
La lluvia de oro, el eco de mil constelaciones,
la pradera de flores, los mantos que los cubren
y los rostros unidos por el beso infinito.

(Que en la obra elegida él domine la escena
y ella cierre los ojos postrada de rodillas
al pie de un precipicio,
son detalles que no tendrán en cuenta).

Viena, primera década del siglo de las sombras
y cien años más tarde:
traslaciones continuas, secesiones forzosas,
deslealtades urgentes, acosos y despidos,
mochilas y muchachas con el ombligo al aire
y algún privilegiado que siempre está esperando
un cambio de destino...

Bajo este panorama de tiempos velocísimos,
de carretera y pésimos augurios,
las jóvenes parejas del siglo XXI
siguen en el intento:
construyendo el amor al borde del abismo.

(De ¿Quién teme a Thelma & Louise?, Renacimiento, 2017)

Mónica Doña. Foto: Joaquín Puga. (lacontradejaen.com)

Mónica Doña Jiménez, nacida en Jaén y residente en Granada,  es poeta, cantante y compositora de canciones. Fue incluida en la Primera antología de cantautores andaluces (L. P. doble, Junta de Andalucía, 1986), donde figuran, entre otros, Joaquín Sabina, Carlos Cano y Javier Ruibal. 

Inicia su andadura poética con el cambio de siglo. Ha publicado los libros de poesía Nueve lunas (2000), La cuadratura del plato (2011, Premio de Poesía Vicente Núñez),  Adiós al mañana (2014), ¿Quién teme a Thelma & Louise? (2017, finalista del Premio Andalucía de la Crítica), Mundo fantasma (2020) y el libro de haikus Hierba oscura (2023). Así mismo es coautora, junto a Josefina Martos Peregrín, Sol Nieto y Paco Espínola,  del libro-disco La caja de música de Erik Satie (2018). Ha sido incluida en libros colectivos, antologías y proyectos tales como el Diccionario-Antología Plumas femeninas en la literatura  de Granada, de Amelia Correa (Universidad de Granada, 2002), Palabras cruzadas (2003), Multipoetry Cracovia (2015), Todo es poesía en Granada (2015), Caballo del Alba. Voces de Granada para Federico (2018), De la intimidad. Homenaje a Teresa de Jesús (2019), Poetas actuales en sus propias voces (2020), Maternidades (2021), Para decir amor sencillamente. Homenaje a Rafael Guillén (2021) y Esta voz que me escribe. Antología (2022). En la actualidad vive alejada de la escena musical y se dedica exclusivamente a la poesía.

1 comentario:

  1. ¡Y eso que octubre ya no es lo que era, tan caluroso como nunca en la historia... jejeje (Qué dolor y qué
    terror da el que hayamos perdido quizá ya para siempre el frío y la humedad en este pobre país sin futuro, o al menos con uno mísero propio del Magreb)
    Me gusta el dedicado a El beso de Klimt. Y es que a mí también me gustan sus pinturas y lo que representaba aquello de la Secesión de la Escuela de Viena ( lo aprendí en Radio Clásica, acerca de ese mural que pintó para homenajear a Beethoven). Naturalmente, también me gusta el juego de significados que se dan en el poema: cómo representa la pasión erótica, quizá momentánea, frente a la supuesta entrega eterna en que se creía durante la generación de la posguerra y el Desarrollismo o la indiferencia amorosa que predicaba la Iglesia durante tantos siglos hasta los tiempos de nuestras bisabuelas o abuelas.
    Carlos San Miguel

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