domingo, 31 de julio de 2022

"Eternidad", de Dulce María Loynaz

Joaquín Sorolla, El rosal amarillo de la casa de Sorolla.
(Museo Sorolla, Madrid)


ETERNIDAD

No quiero, si es posible, que mi
beneficio desaparezca, sino que
viva y dure toda la vida de mi amigo.

SÉNECA


En mi jardín hay rosas:
Yo no te quiero dar
las rosas que mañana...
Mañana no tendrás.

En mi jardín hay pájaros
con cantos de cristal:
No te los doy, que tienen
alas para volar...

En mi jardín abejas
labran fino panal:
¡Dulzura de un minuto...
no te la quiero dar!

Para ti lo infinito
o nada; lo inmortal
o esta muda tristeza
que no comprenderás...

La tristeza sin nombre
de no tener qué dar
a quien lleva en la frente
algo de eternidad...

Deja, deja el jardín...
no toques el rosal:
Las cosas que se mueren
no se deben tocar.

(De Versos, 1938)

Dulce María Loynaz fue poeta y novelista cubana nacida en La Habana en 1902 y fallecida en 1997. Era la mayor de cuatro hermanos. Su padre, Enrique Loynaz del Castillo, era general del Ejército Libertador. Creció en una casona del barrio de El Vedado. No asistió nunca a ninguna escuela, sino que fue educada, junto a sus hermanos, en la casa familiar hasta su ingreso en la Universidad de La Habana, donde se doctoró en Derecho Civil en 1927 y ejerció la abogacía hasta 1961. En 1937 se casó con su primo Enrique Quesada y Loynaz, pero su matrimonio fracasó y la pareja se separó siete años después. En 1946 contrajo matrimonio con el periodista de origen canario Pablo Álvarez de Cañas. En los años treinta su casa se convirtió en centro de la vida cultural. En las llamadas "juevinas" acogió a gran parte de la intelectualidad del momento, tanto a la residente como a la que se encontraba en tránsito por la isla, entre ellos, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Alejo Carpentier o Carmen Conde. Realizó numerosos viajes por Norteamérica, Europa, Oriente Medio y Sudamérica.  A partir de 1960 apenas realiza actividades públicas.

Fue la primera mujer en recibir la Orden González Lanuza en 1944 por sus aportaciones al campo del derecho. Fue invitada a impartir conferencias en la Universidad de Columbia. Fue elegida miembro de Honor del Instituto de Cultura Hispánica en 1950, miembro numerario de la Academia Cubana de la Lengua en 1959 y miembro correspondiente de Real Academia Española de la Lengua en 1968. Recibió, entre otras distinciones, la Medalla Alejo Carpentier en 1982, el Premio Cervantes en  1992, el Premio Ferderico García Lorca en 1993, la Orden Isabel La Católica en 1993 y la Orden Gabriela Mistral de la embajada de Chile en 1996.

Publicó sus primeros versos en 1919 en el periódico cubano La Nación. Su poesía, enmarcada en la corriente posmodernista,  se caracteriza por su carácter introspectivo, mediante el cual intenta dar voz al sujeto femenino, y por la creación de un mundo simbólico cargado de sugerencias. Desde el punto de vista formal, destaca por la sencillez y naturalidad, así como por la musicalidad de sus versos. Publicó los siguientes libros de poesía: Canto a la mujer estéril (1938), Versos (1920-1938) (1938), Juegos de agua. Versos del agua y del amor (1947), Poemas sin nombre (1953), Obra lírica (1955), Últimos días de una casa (1958), Bestiarium (1991), Poemas náufragos (1991), La novia de Lázaro (1991), Finas redes (1993), Fe de vida (1994), Melancolía en otoño (1997), La voz del silencio (2000) y El áspero sendero (2001). Ha publicado, además, novela, libros de viaje, epistolarios y ensayo.

domingo, 24 de julio de 2022

"Mediterránea", de José Carlos Llop

 

Cala Blanca, Menorca

MEDITERRÁNEA

A primera hora, la casa duerme
y el mar es una lámina de platino
bajo el taller celeste.
Yo voy arrancando hierbas con la azada.
Es un rito más del verano, como tantos:
el paseo matutino, los baños, la siesta,
las puestas de sol, o la lectura de los clásicos,
que siempre son modernos y enseñan
lo que no sabes, hablándote de lo que sí.
Como exiliados que vivieran bajo tierra,
las hormigas ya han comenzado sus labores
de intendencia y arquitectura interior.
Imagino esa ciudad suya de murallas pardas,
celdas doradas y túneles oscuros
como una Troya en paz, donde Aquiles y Héctor
llevan casco rojo y armas negras, pero no pelean.
Príamo ha muerto y Helena es una reina sin amantes.
En sus cuevas no hay bisontes ni caballos,
ni cazadores o nadadores pintados,
pero tampoco grecas, estanques o dioses.
Carecieron de Platón: he ahí su destino,
idéntico día tras día, siglo tras siglo.
Sobre nosotros vuelan torcaces, cuervos, gaviotas.
Mis dedos huelen a aromas que el perfumista desconoce.
Balan las cabras detrás de los chivos
-manchas canela sobre las rocas gris-naranja-
y el macho-cabrío tose como un viejo con enfisema.
Juegan los papamoscas persiguiendo insectos
y tres jilgueros cruzan el aire transparente
mientras cantan en una pintura de Giotto.
El sol va tomando posiciones muy deprisa
para instalar sin tregua su despotismo cotidiano,
el mismo al que las mujeres se regalan.
Las sombras, herencia de la noche huidiza,
se baten en retirada y los cargueros afeitan
el horizonte como emisarios de un barbero
con negocios en El Pireo, Chipre, o Estambul.
Las abejas hacen su trabajo
en la flor japonesa de la alcaparra.
La música del verano es calma:
los perros del valle, las cigarras, la sorda quietud
del agua: las horas de la tarde no pasan,
las horas de la tarde están embalsamadas,
y el mar manda mensajes centelleantes
como los heliógrafos de una flota de guerra.
Ésta es mi casa, la que limita con Oriente,
donde los armadores griegos son herederos
de Ulises y los mapas por descubrir
no existen. Ésta es la tierra del olivo y el ciprés,
la higuera, el algarrobo, la encina y el nopal,
pero a sus pies se encuentra el origen del mundo.
Ésta es la tierra de la vida sabia y la pulsión cruel.
A sus pies estoy yo ahora, agachado,
arrancando hierbas: no soy su hijo, sino su hermano,
y el hombre que la mira desnuda al salir del baño
-las redondas nalgas bronceadas, el surco oscuro,
las piernas como una invitación-
y el que escribe sobre su piel versos
que hablan de ella, mientras se despereza
y sonríe con el misterio de una diosa antigua.

De Cuando acaba septiembre, Lumen, 2011

"La poesía elegante y meditativa de José Carlos Llop adquiere aquí, como ya anuncia su título, una luminosidad espectral y melancólica, una sobriedad helénica. Además de la literatura, las ciudades y la memoria, motivos recurrentes en su poesía, Llop indaga aquí en el Mediterráneo como espacio esencial de su universo poético. El agua, la luz, Cavafis, Durrell, las islas y la figura de la madre son algunos de los protagonistas de estos poemas transidos de sabiduría, bellos como una mañana de septiembre", leemos en la contracubierta de este libro, que reúne poemas compuestos entre 2007 y 2011. 

Túa Blesa señala en El Cultural  cómo en este poemario "lo ajeno y lo autobiográfico no se estructuran en régimen de oposición, sino de continuidad por apropiación de la experiencia y de la palabra del otro" y destaca la musicalidad de los poemas junto a "una peculiar sensibilidad para mirar el paisaje, como algo íntimo, tanto que se declara 'hermano' de la tierra".

[Imagen: Lánzate a viajar]

jueves, 21 de julio de 2022

"La casa encantada", cuento anónimo




 La casa encantada

Una mujer soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una  colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.

Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor, y le pidió que detuviera el automóvil. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.

—Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.

Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.

—Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?

—Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!

—Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?

—Usted —dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.

(En Antología del cuento extraño. Selección, traducción y notas biográficas de Rodolfo Walsh, Buenos Aires, Hachette, 1956)

[Imagen: consumer.es]

domingo, 17 de julio de 2022

"Padre" y otro poema de Bibiana Collado Cabrera


Epifanio Serna, Campos de Níjar


PADRE

Bailaba malagueñas —cuenta
cuando salían de la iglesia.

Estaban hartos de partir almendras,
de hacerse mayores picando esparto,
de subir a los muertos
a lo alto del cerro.

El pozo siempre a punto de secarse.
Hay que coger los higos chumbos
antes de que salga el sol.

Un rosario de espejos negros
cosido en las enaguas
y una foto de alguien
que se fue a la guerra,
que dicen
que se fue a la guerra.

En esta casa,
quien no trabaja,
no come.

Y agarrotadas tías solteras
que ayudan a parir
a sus hermanas
en la noche más
oscura.

La más pequeña se marchó de noche,
se marchó de noche y no volvió.

Y un cortijo, siempre lejano,
hecho de piedra
con piedra 
y frío uniéndolas.

Bailaba malagueñas —cuenta
pero no logra recordar
quién las cantaba.

(De Certeza del colapso, Ediciones Complutense, 2018)


TRAJES AMARILLOS
  [fragmento]

I

Mi madre tomó la primera comunión
con un traje amarillo,
el único que recuerda de su infancia.

Aquel día no hubo familia,
ningún acompañante,
tan solo los niños solos

junto a las monjas que los invitaron
a una taza de chocolate
en la alegría torpe y áspera
de una salita sin ventanas.

Los hijos de los cabreros
son una masa huérfana,

para borrarles la miseria
por un rato,
les borraron los padres
y las chozas.

(De El recelo del agua, Rialp, 2017)

Bibiana Collado Cabrera. (elnacional.com)

Bibiana Collado Cabrera (Burriana, Castellón, 1985) es licenciada en Filología hispánica por la Universidad de Valencia, donde también realizó el Máster de Estudios Hispánicos Avanzados y obtuvo el premio extraordinario de máster. En 2014 defendió su tesis doctoral,  titulada 'El imperio nuevo de tu palabra. Canon, tradición y ruptura en poetas cubanas de la revolución', que pudo llevar a cabo gracias a una Beca de Formación del Profesorado del MEC, la cual le permitió realizar estancias de investigación en la Universidad de la Habana y en la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Actualmente compagina la escritura creativa con la docencia, es profesora de lengua y literatura en ESO y bachillerato.

Ha publicado los poemarios Como si nunca antes (Pre-Textos, 2012; XXXIV Premio de poesía Arcipreste de Hita), El recelo del agua (Rialp, 2016; accésit del Premio Adonáis), Certeza del colapso (Premio Complutense de Literatura 2017) y Violencia (La Bella Varsovia, 2020). Ha obtenido también el Premio Voces nuevas de poesía de la editorial Torremozas (2009) y el Premio Universidad de Valencia de Escritura de Creación, en castellano (2009) y en valenciano (2012). 

domingo, 10 de julio de 2022

Dos poemas de María Alcantarilla


Mariano Barbasán, Un día de lluvia en Anticoli


DONDE AÚN CABEN LOS DÍAS

Ten piedad de la tristeza
y de los hilos borrosos
como un pastor observa a su rebaño
un día de lluvia.

De la vejez a solas,
de los días que faltan
en forma de caricia,
de nuevo testamento
donde urdir su ansia de futuro.

De la ilusión doblada
como un adverbio en medio de los años.

Piedad de los aleros 
y su cohorte de palomas
enfermas y olvidadas.


LA HIJA QUE NO TUVE

[FRAGMENTO]

2.
La hija que no tuve me regala flores en invierno
y pinta en las paredes arcoíris
y me enseña a ser lo que no puedo.
A veces me pregunta por las nubes
e intenta convencerme
de que ambos llegamos hasta ellas
subidos a una silla;
que son, todas las nubes, espuma con deseo de ser aves,
que debo contemplarlas con respeto,
que a veces no logramos recordar nuestros poderes.

La hija que no tuve se calza un par de alas
y corre entre los coches
y esquiva a los peligros como un lince.

Si llueve, me agarra de la mano y me conmina a irnos a la calle,
a entrar en cada charco y a saltar sobre ellos sin zapatos
con la noble convicción de ser piratas.

La hija que no tuve tiene el mundo anclado a las pupilas
y en él me miro a veces
como si ella fuese quien lo erige
y quien le da sentido a cada cosa.

No hay hecho que sus ojos no reflejen
ni persona ajena a su rutina.
En ellos cabe el mar y nos bañamos:
llegar hasta la orilla es suficiente,
secar la vida al sol y a sus fantasmas.

De La edad de la ignorancia, Visor, 2017

María Alcantarilla./ Luis Serrano (diariodesevilla.es)

María Alcantarilla (Sevilla, 1983) es licenciada en Periodismo, ha sido profesora de Lengua y Literatura y actualmente dirige el Aula de Escritura Autobiográfica de la Universidad de Cádiz y el Taller de Escritura Biográfica de la Fundación José Manuel Lara. Ha publicado los poemarios Ella: invierno (2014), La edad de la ignorancia (2017, Premio de Poesía Hermanos Argensola) e Introducción al límite (2019, Premio 'Las librerías recomiendan' 2020); el volumen de poesía visual El agua de tu sombra (2013, I Premio de Poesía Multimedia Poemad), la antología visual de la poesía española contemporánea La verdad y su doble (2016) y El cielo de abajo (2021), antología de trece poetas hispanoamericanas situadas al margen del canon, además de la novela Un acto solitario (2017). Ha trabajado en arte audiovisual, pintura y fotografía, colaborando en medios como 'El País', 'Le Monde Diplomatique' o 'El Rapto de Europa', y con autores como Juan Bonilla.

jueves, 7 de julio de 2022

"Moriría por ti", un microrrelato de Estefanía González


Edward Hopper, Nighthawsks (detalle). Art Institute of Chicago


 Moriría por ti

Me diste la bofetada y creí que me desmayaba de vergüenza. Los que nos rodeaban dejaron de bailar. Vi en una mesa una mujer que se tapaba la boca. Pero entonces pensé, te lo juro, que cuanto más te perdono más te quiero. Dios, cuanto más la perdono más la quiero. La furia te embellecía, te levantaba el pelo en mechones.

Cuando me diste la del otro lado, porque siempre te ha gustado la simetría, algunas personas se pusieron de pie, pero no hicieron nada. Y ahí empecé a disfrutar del momento en que vendrías a mí llorando de arrepentimiento.

Me senté a esperar. Nadie vino a interesarse por mí, ¿sabes? Ni un amigo. Ni una amiga. Solo te tengo a ti. Sabía que vendrías de otra forma si me herías. Tomarías mi cara en tus manos pidiendo perdón, me abrazarías para sanarme. Dejarías de huir. Cuando pasara la tarde, cuando te enfriaras, vendrías a mí. Hace horas que te espero. ¿Dónde estás? ¿No ves que te quiero? ¿Que vivo para ti? Que moriría por ti.

            (Publicado en infoLibre, 22/10/2021)

Estefanía González (Foro Abierto)



Estefanía González (Grado, Asturias, 1970) es filóloga y codirectora de La librería de bolsillo, en Gijón. Ha publicado dos libros de poemas (Hierba de noche, 2012, y Raíz encendida, 2014) y el volumen de microrrelatos y cuentos En sueños de otros (2021). Ha participado en la antología La noche y sus etcéteras, 25 voces alrededor de San Juan de la Cruz (2018).

domingo, 3 de julio de 2022

Tres poemas de Fina García Marruz

Charles Courtney Curran, El acantilado



Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
como a la casa de la infancia, a algunos
días, rostros, sucesos que supieron
recorrer el camino de nuestro corazón.
Vuelven de nuevo los cansados pasos
cada vez más sencillos y más lentos
al mismo día, el mismo amigo, el mismo
viejo sol. Y queremos contar la maravilla
ciega para los otros, a nuestros ojos clara,
en donde la memoria ha detenido
como un pintor, un gesto de la mano,
una sonrisa, un modo breve de saludar.
Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,
los ojos no comprenden, la mano ya no toca
el alimento innombrable, lo real.

(De Visitaciones, 1970. En ¿De qué silencio, eres tú silencio?, Ed. de la 
Universidad de Salamanca, 2011)

El momento que más amo

(Escena final de Luces de la ciudad)

El momento que más amo
es la escena final en que te quedas
sonriendo, sin rencor,
ante la dicha, inalcanzable.

El momento que más amo 
es cuando dices a la joven ciega
"Ya puedes ver?" y ella descubre
en el tacto de tu mano al mendigo,
al caballero, a su benefactor desconocido.

De pronto, es como si te quisieras
ir, pero, al cabo, no te vas,
y ella te pide como perdón
con los ojos y tú le devuelves

mirada, aceptándote en tu real 
miseria, los dos retirándose y quedándose
a la vez, cristalinamente mirándose
en una breve, interminable, doble piedad,

ese increíble dúo de amor,
esa pena de no amarte que tú
-el infeliz- tan delicadamente
sonriendo, consuelas.

(De Créditos de Charlot, 1990)

A Rosalía de Castro 

                                               E bien!... Xa qu'aqui n'atopo
                                               aire, luz, terra nin sol
                                               para min n'habrá unha tomba?
                                               Para min, non.


Todo lo que la lluvia se ha llevado,
todo lo que las ropas más antiguas,
dicen de melancólicos cuidados,
de costureras músicas ambiguas.

Todo lo que el otoño ha reunido,
pulsando el arpa de su desamparo,
el moño alto y el jazmín caído
en su traición, su Bécquer, su costado.

Todo lo que es adiós sobre la tierra
-amor, diminutivo oscuro de la muerte-,
levantará su tumba por lo triste.

Que yo no sé de nadie en quien la entera
vida haya sido más carnal de muerte.
De tierra y sólo tierra te moriste.

(En Diez poemas de Fina García Marruz,en: cervantesvirtual.com)

-Escena final de Luces de la ciudad: AQUÍ.

La poeta cubana Fina García Marruz, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2011, falleció  en La Habana en pasado 27 de junio, a los 99 años.

Fina García Marruz, con 88 años, en La Habana.
ALEJANDRO ERNESTO (EFE)


Fina García Marruz y su esposo, Cintio Vitier