Ángel González (Oviedo, 1922-Madrid, 2008), poeta. Su infancia y juventud transcurrió en Oviedo, donde cursó los estudios de Magisterio y se licenció en Derecho. Ejerció como maestro en localidades de los montes de León antes de trasladarse a Madrid en 1950, en cuya Escuela de Periodismo se graduó. Tras obtener una plaza de Técnico de la Administración Civil, vivió en Sevilla, Barcelona y Madrid, pero en 1972 se estableció en Estados Unidos, donde ejerció como profesor permanente de la universidad de Nuevo México hasta su jubilación en 1993. A partir de entonces, sus visitas a España se hicieron cada vez más frecuentes, y en 1996 fue elegido miembro de la Real Academia Española.
Ángel González es uno de los poetas más representativos de la generación de los años 50, caracterizada por su adscripción al realismo y a la poesía social, que González intenta superar mediante la ironía. Su afición a la poesía surge, como en muchos otros poetas, a raíz de un problema de salud: a comienzos de los 40 enfermó de tuberculosis, lo que le obligó a pasar tres años de reposo y tranquilidad en una localidad de la comarca de El Bierzo. En 1956 aparece su primer libro, Áspero mundo, al que seguirán, entre otros, Sin esperanza, con convencimiento (1961), Grado elemental (premio Antonio Machado 1962), Tratado de urbanismo (1967), Prosemas o menos (1985), Deixis en fantasma (1992) y Otoño y otras luces (2001).
El también poeta Manuel Rico Rego, buen conocedor de la obra de Ángel González, nos proporciona esta certera y sugerente visión de su poesía: “Es la poesía de las ciudades llenas de seres humanos atravesados por la soledad, la poesía del urbanismo hostil del centro comercial y del urbanismo apacible y hospitalario de los rincones propicios para el amor, la poesía de las calles abiertas al milagro colectivo, la poesía de las muchachas vírgenes y de las cautivadas por el sexo y la irreverencia, la poesía de la vida y la celebración y la poesía de la incertidumbre y de la muerte, la poesía del tedio funcionarial y de la alegría de los balcones abiertos a la mañana provincial. Una poesía abierta y luminosa, de ciudad y de campo, del cementerio de inútiles chatarras llenas de la memoria de viejos automóviles y del cementerio abierto al Mediterráneo de los últimos momentos de Antonio Machado ("estos días azules y este sol de la infancia")...”
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