Este año celebramos el 80 aniversario de la publicación de Nada (1945) de Carmen Laforet. Esta novela había sido galardonada previamente con el premio Nadal en su primera edición de 1944. El jurado, formado por Ignacio Agustí, Juan Ramón Masoliver, Joan Teixidor, Josep Vergés y Rafael Vázquez Zamora, contra todo pronóstico (parece que la novela de un periodista era la favorita), apostó por la obra primeriza de una joven escritora de 23 años, desconocida en el panorama literario.
La novela narra en primera persona las
ilusiones de una joven estudiante que se traslada a Barcelona para comenzar la
universidad. Pronto esas ilusiones quedan truncadas en una sociedad gris llena
de demasiados silencios y decepciones. Cuenta lo que le va sucediendo y, sobre
todo, lo que va presenciando, desde la perplejidad que le provocan esos hechos
y desde sus escasos 18 años. Es un tipo de personaje opuesto a la protagonista
femenina típica de la novela rosa y diferente de la que actuaba como modelo en
el franquismo, es decir, la de futura amante esposa y madre. Parece que relata
desde un pasado cercano, pues todavía se sorprende. Insinúa cosas, pero, en
muchos casos, deja al lector a medias, historias incompletas, casi como
sucedería en esa época marcada por la censura y el qué dirán. Abundan en la
obra las sensaciones que le provoca lo relatado e insiste, a través de
distintos recursos, en querer hacernos llegar, además del suceso, su impresión
sensual. Todo ello lo podemos relacionar con la cita inicial de la novela Nada,
unos versos de Juan Ramón Jiménez: “A veces un gusto amargo/ un olor
malo, una rara/ luz, un tono desacorde, /un contacto que desgana,/ como
realidades fijas/ nuestros sentidos alcanzan/ y nos parecen que son/ la verdad
no sospechada”. La narradora crece a fuerza de mirar, aunque lo que aprenda y
nos transmita a los lectores sea la vida como una experiencia de nada. Pero
también es un reflejo del poder de la amistad.
La obra tuvo bastante éxito desde el
inicio y recibió elogios del mismísimo J. Ramón Jiménez. Como algunas
escritoras han confesado, entre ellas Carmen Martín Gaite, supuso un
ejemplo muy positivo y lleno de aire fresco, tanto por el tipo de mujer que
representa la protagonista (una joven que no se preocupa apenas por su aspecto
ni por conseguir un novio a toda costa, que quiere estudiar y conocer nuevos
ambientes), como por el tipo de escritura que demuestra Laforet, capaz de
relatar lo más crudo del ambiente y de la psicología de los personajes.
Sorprende, al leer hoy esta novela, 80 años después, la modernidad del contenido (habla abiertamente de lo que hoy denominamos violencia machista, de las dificultades sociales de la mujer que no encaja con el prototipo de la época; habla de las secuelas de la Guerra Civil en una novela que tendría necesariamente que pasar por la censura), y a su vez llama la atención la calidad literaria de esta obra.
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