Pareja lee un libro en San Sebastián./ EFE. Juan Herrero
SONETO
En un soneto cabe cualquier cosa: la tarde del revés, la golondrina que asoló con sus alas mi oficina, y el humo, convertido en mariposa.
Le cabe la certeza luminosa del rayo que ni cesa ni fulmina. Le cabe la soberbia gongorina que urdió en la noche el nombre de la rosa.
Si abarcará universos literales, campos, espigas, lunas, mares, montes, que, por caber, le caben catedrales
y lirios que resumen horizontes. ¿Y dices que no cabe el amor nuestro? Si me das un papel, te lo demuestro.
(De Del amor o del agua, Bitácora, 1993)
Y también obrará la primavera su milagro inaudito en mi pluma incesante, en mi voz industriosa, en todos estos años de letargo impaciente. Llegará el temporal y romperá la inercia poderosa y brillará otro sol definitivo y habrá un oro en las mieses como el del lomo antiguo de los libros. Y sé que me traerá la primavera, de nuevo, su perfume de albahaca, y su fronda de helechos, y su aroma profundo. Y pediré a los ángeles del aire, y al dios de la armonía, que vuelvan a soplar en mi tintero. Para que esta segunda primavera, con su sello escarlata, sepa, sencillamente, que la espero.
(De El ángel fumador, La Isla de Siltolá, 2012)
LOS POETAS
Cuando se mueren ellos, porque también se mueren, algo pasa en la calle, pero a nadie le importa. Las cancelas rechinan, sollozan los portales, los tejados embisten, se enfurecen las rosas. Las farolas pregonan que murió el Gran Borracho, ése que andaba siempre con el alma en la boca, y los tilos del parque ya no saben qué hacerse, si embriagarse de polen o arrancarse las hojas. Algo pasa en la calle cuando se mueren ellos: Nueva York se suicida y Granada se ahoga porque Lorca está muerto y en el cielo se han visto cuatro lirios de sangre. Lo mataron a Lorca. ¡Pobre Florencia! Cómo se queda de asustada cuando Dante decide poner rumbo a la gloria llevándose consigo su amor interminable a Beatriz, que lo espera; al Arno, que lo añora. Todos murieron, todos: los dulces Garcilasos, los Manriques, los Lopes, los Quevedos, los Góngoras... Otra Isabel aguarda, Polifemo recela, que una hiedra la estreche, que una ninfa se esconda. Los poetas se mueren como morimos todos, con el recuerdo inútil y la esperanza rota, pero dicen que pueden escribir versos tristes, y en verdad son tan tristes, que las estrellas lloran. Cuando muere un poeta no hay palabra que diga todo lo que enmudece, todo lo que se borra. Ido Rubén, ¿qué haremos con la siringa agreste? Cuando Miguel estalla, cesan las amapolas. Y Antonio, cuando Antonio, cansado de destierros, se va como los hijos de la mar, y no retorna, algo pasa en la calle: los olmos languidecen, Soria se deshabita, Guiomar se queda sola. Con ellos se va el viento, la espuela, el malvavisco. Tras ellos, el ocaso deja un rastro de sombra. Ítaca la imposible se aleja para siempre, y la casa se apaga, y el arpa se arrincona, y sólo queda el ancla profunda de sus versos, quién sabe si salvando a miles de personas...
(En: lauracampmany.com)
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¡Qué estupendo ese homenaje a los poetas de la historia que es el tercero...
ResponderEliminarCarlos