domingo, 30 de enero de 2022

Dos poemas de Juan Manuel Romero

 



IGUAL QUE QUIEN INJERTA

Igual que quien injerta
sobre la rama abierta el brote nuevo,
así te llevo en brazos al dormirte.
Me ha pesado entender que dando vida
estás atándote a la vida,
y creces cuando ayudas a crecer.
Cada día me ato más a ti
para que corra el tiempo por nosotros.
Te llevo en brazos
pero eres tú quien me sostiene.

De Desaparecer, Pre-Textos, 2014


FRAGMENTOS

Tengo un vaso en las manos.

Tras comer en silencio tú te has ido a dormir.

El vaso estalla.
Los trozos de cristal, hundidos en el agua
del fregadero, cortan.

Lo inesperado
se convierte en un vaso
que se quiebra en el agua.

Al fondo, 
todo lo que se rompe antes de tiempo:
nosotros, esta noche.

De Hasta mañana, Pre-Textos, 2008

Juan Manuel Romero
Juan Manuel Romero (Sevilla, 1974) es un poeta español perteneciente a la generación poética de 2000. Licenciado en Filología hispánica por la Universidad de Sevilla, donde también ha realizado estudios de Estética e Historia de la Filosofía, es profesor de Lengua castellana y Literatura en el instituto Puerta del Mar de Estepona (Málaga). Ha trabajado también como profesor de español para extranjeros en Sevilla y como periodista de un diario local de Lérida. Ha ejercido la crítica literaria en revistas como Clarín, Mercurio, El Maquinista de la Generación, Azul, Poesía Digital, Paraíso, Ex-Libris y Turia, además de en los suplementos culturales de El Correo de Andalucía, El Diario de Andalucía y El Diario de Sevilla. Ha traducido a los poetas Henri Cole y Thom Gunn. Ha publicado los poemarios Los ángeles confusos (1999), Invitaciones sospechosas (2001), Casa quemada (2004), Las invasiones (2006), Golpes (2007), Hasta mañana (2008), Desaparecer (2014) y Contra el rey (2020). Poemas suyos han sido incluidos en varias antologías de poesía española contemporánea. Su obra poética ha sido reconocida con galardones como el VI Premio de Poesía Surcos, el V Premio de Poesía Joven Radio 3, el XVIII Premio Antonio Oliver Belmás (ex aequo), el IX Premio de Poesía Emilio Prados y el XXVII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba "Ricardo Molina". De su poesía se ha destacado la austeridad,  el uso de la elipsis en unas composiciones de lenguaje sencillo pero muy precisas.

[Imagen inicial: bbmundo ]

jueves, 27 de enero de 2022

'La utilidad de lo inútil', de Nuccio Ordine



Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 13 de diciembre de 2021
Obra comentada: La utilidad de lo inútil. Manifiesto. El Acantilado, 2013
Autor: Nuccio Ordine
Traducción de J. Bayod Brau


Ilustración para este blog de Inmaculada Martín Catalán



ORDINE, Nuccio: La utilidad de lo inútil. Manifiesto

(Reseña y crítica)


¿Cómo no iban a sentir deleite, satisfacción y agradecimiento (Concha dixit) unos ávidos lectores, formados sólida y provechosamente en la diversidad de Humanismo, profesionales del acompañamiento diario de alumnos en su desarrollo pleno, en el engrandecimiento de sus espíritus, al desgranar las páginas de esta pequeña y gran joya del ensayo argumentativo bello (Carmen dixit), pletórico de citas brillantes como perlas, engastadas lúcidamente en sus comentarios, y encabezadas por un oxímoron llamativo que recupera los viejos tópicos en torno a la necesidad de una formación integral de los ciudadanos, precisamente, sobre todo, a través de la lectura? Al menos, así es como se ha dado en nuestra tertulia del Instituto Goya. Sería difícil no acabar convencido por la pretensión de esta preciosa obra erudita, apasionada, al mismo tiempo que clarificadora y de dinámica lectura (Francisca dixit), en la que hay tantas referencias bibliográficas, bien acomodadas en la dirección del argumento, a veces con el contraste de notas disidentes y no necesariamente presentadas de una manera cronológica, para destacar qué se ha reflexionado sobre el provecho y la utilidad de los conocimientos, no circunscritos angostamente a una concepción moderna del pragmatismo inmediato.

La paradoja del título, La utilidad de lo inútil, está acompañada, en efecto, por su identificación como Manifiesto, es decir una pública declaración de un propósito, que queda expuesto principalmente en el segundo capítulo del libro, y que consiste en rechazar frontal y contumazmente el nuevo paradigma de gestión de las universidades y de las instituciones educativas en Europa, a través de un proceso múltiple en el que destacan la secundarización de la Universidad con su reducción perversa de los programas y la conversión de las clases cotidianas en un juego interactivo superficial; la retracción económica del Estado, llevado por las campañas austericidas de moda; el condicionamiento de la financiación según el concepto de éxito empresarial determinado por el número de graduados (fábrica de titulados); la conversión de las instituciones públicas en empresas, más interesadas en los ingresos que en la transmisión de saberes; la identificación de los alumnos como clientes, con las servidumbres correspondientes; la conversión de los profesores en burócratas que consumen su tiempo en el vano rellenado correspondiente, en lugar de en su ineludible formación permanente; y sobre todo, la reducción de las enseñanzas a su versión más utilitarista, olvidando la dimensión esencial del hombre que necesita desarrollarse a través de la educación.

En realidad, no estoy seguro de que Ordine llegue a enfatizar en su verdadera relevancia, pese al lírico apasionamiento razonado de esta obra, la estrecha y parcial concepción del ser humano que se esconde detrás de este replanteamiento respecto a las instituciones educativas, presente en otros muchos aspectos de la sociedad: si la especificidad de las materias ya convirtieron al estudioso en especialista extremo incapaz para una comprensión más amplia que la angosta parcela de su dedicación, aparentemente justificada por la competencia productiva, la progresiva reducción del estudiante a la función laboral que habrá de desempeñar  (según Ordine: en cualquier hombre hay algo esencial que va mucho más allá del oficio que ejerce), aleja tal vez definitivamente a ese mismo ser humano, reducido implacablemente a la pieza útil del organigrama, de su desarrollo integral como totalidad a la que dignamente debería aspirar. Proyecto de hombres menguados, podríamos decir.

Este profesor de la Universidad de Calabria e investigador del mundo clásico y del Renacimiento (autor también de Clásicos para la vida) subraya, precisamente a tenor de todo lo anterior, la necesidad del acceso sin intermediación a la filosofía, la poesía, el arte o la música, que humanizan y amplían el horizonte mental y emocional del estudiante; el desarrollo de los teoremas multidisciplinares, que finalmente suelen revelarse más utilitaristas de lo previsto; y el contacto directo y educativo del profesor entregado, que transmite pasión y amor por el saber, manteniendo viva la llama de la curiositas, para la formación del profesional futuro como hombre íntegro.

Nuccio Ordine. (lavozdegalicia.es)

Ordine, en su defensa de los saberes torpemente considerados inútiles, revisa entre otros muchos, el ejemplo de Don Quijote, el héroe por excelencia de la inutilidad. Cervantes ha exhibido en su magistral libro la doble cara de esta cualidad que, por un lado, critica duramente en su invectiva contra los perniciosos libros de caballerías (sin olvidar que se trata de un caballero constantemente castigado), pero al mismo tiempo la ensalza en la figura del héroe que representa la exaltación de la ilusión, la que aportan los ideales que dan sentido a la vida. Precisamente, creo que no resultaría excesivo tomar el ejemplo de nuestro caballero andante para recordarle a nuestro autor calabrés los riesgos de los excesos apasionados. En efecto, por un lado, si bien es cierto que la tópica confrontación entre los conocimientos útiles y los tachados despectivamente como inútiles requiere la ofendida réplica en defensa de los segundos, Ordine ha podido caer, a mi juicio, en un cierto menosprecio altanero de las primeras disciplinas, en un balance que resulta poco equilibrador (Carmen dixit). Del mismo modo, por otro lado, podría parecer que fingir actualmente un desentendimiento pleno de los aspectos prácticos, tales como los recursos dinerarios existentes, las fuentes de financiación, la interacción entre el mundo económico real y la Universidad (¿los menciona en algún momento?), podrían resultar, siguiendo el equilibrio de Cervantes, excesivamente quijotescos.

La primera parte del libro está dedicada a la revisión bibliográfica de algunos de los autores que han vinculado los conceptos del saber y la utilidad. No es fácil encuadrar esta disputa dentro de la escuela ética clásica del Utilitarismo, de carácter consecuencialista, cuya justificación moral de los actos es finalmente el logro de la felicidad, en tanto que es evidente cuánto, indiscutiblemente, aportarían los saberes humanísticos para conseguir ese propósito. Por otro lado, con la reducción materialista presente que nos ahoga, hace bien Ordine en enfatizar la relevancia del homo oeconomicus, de la doctrina del tener (e incluso, más allá: del mero aparentar) frente al ser, que actualmente constriñe la comprensión de ese utilitarismo, y que lleva a la desertificación que ahoga el espíritu, frente a la cual, la defensa de lo inútil resulta una rebelión necesaria para transformar una vida plana, una no-vida, en una vida fluida y dinámica.

De entre las muchas referencias bibliográficas recuperadas por Ordine, tal vez destaquen algunas brillantes reinterpretaciones (Francisca dixit) que aportan especial luz a nuestro propósito. Así, subraya nuestro autor cómo Shakespeare prioriza el dar frente al tener en El mercader de Venecia (más adelante, Ordine recordará un dar generoso por excelencia, el de compartir sabiduría, que lejos de vaciar a la parte dadora, le concede tantos beneficios como a la receptora), cómo la gratuidad y lo no sujeto al rigor utilitario material, parecen estar al abrigo de la fuerza destructiva del dios dinero, del utilitarismo más inhumano que condena a los hombres a convertirse en esclavos del beneficio y a transformarse en mercancía común. También el ser resulta más valioso que el tener en la reinterpretación de La isla del tesoro, de Stevenson, donde los riesgos y aventuras de los personajes acaban por desenmascarar que el verdadero valor del tan anhelado tesoro no consiste en los doblones y los cequíes sino en la cultura de la que ellos mismos son expresión. Me quedo, no obstante, con la re-definición de lo útil que se desprende de la cita de Heidegger, ya en pleno siglo XX: más allá de la asociación a un uso práctico inmediato, este concepto debería entenderse en el sentido de lo curativo, es decir: útil es aquello que lleva al ser humano a sí mismo, del mismo modo que (Heidegger echa mano aquí de la etimología) theoria es en griego la tranquilidad pura, la más elevada energheia, el modo más elevado de ponerse a la obra, prescindiendo de todos los manejos prácticos.

En efecto, la defensa de los saberes inútiles, aunque sea por la rebeldía lógica (se presentan los ejemplos próximos al arte-por-sí-mismo de Byron, Gautier o Ionesco, entre otros), a mi juicio no deja de confirmar de nuevo una significación comúnmente aceptada de lo útil, respecto a la que nos atrevemos a hacer solo algunas matizaciones, dándose el caso de que desde el Diccionario de Autoridades del s. XVIII, la RAE admite una doble acepción de la palabra, relacionando útil con provecho, comodidad, fruto o interés, y con aquello que sirve y aprovecha en alguna línea, pero sin reducirlo en ningún momento a un beneficio económico, a la obtención de una posición social, al aumento del reconocimiento por parte de los demás o a cualquiera de los otros aspectos que el utilitarismo actual podría considerar como válidos. Es decir, evita identificar útil con medro, concepto que sí que me parece que está circunscrito a la mejora de la fortuna basada en bienes, reputación, etc., y a la que el propio diccionario adhiere una connotación negativa, puesto que lo asocia con artimañas y aprovechamiento de circunstancias (medrar  también quiere decir mejorar el ganado, pensando en el beneficio del ganadero, matiz éste jugoso en un planteamiento como éste sobre la deshumanización). El oxímoron que encabeza el libro puede ser, por tanto, una ocurrencia feliz y un sugerente reclamo de lectura, pero tal vez ya llegó el momento de interiorizar, como intenta Heidegger, un concepto distinto de utilidad que nos salve como humanos en nuestra integridad y, por tanto, prescindir completamente de la sombra de la inutilidad. 

Otro aspecto que tal vez hubiera merecido mayor consideración en el libro de Ordine que la de una simple referencia breve en la introducción, es el de si verdaderamente aquellos medios sirven para lograr estos fines, es decir parece evidente que no hay garantías de que los saberes humanísticos puedan ser el factor principal que explique la existencia de ciudadanos responsables en cuanto a los valores de solidaridad, tolerancia, reivindicación de la libertad, protección de la naturaleza y apoyo a la justicia, como sí se asegura en la parte tercera del libro, verdadero alegato en favor de una dignitas hominis vinculada al conocimiento y ajena a la posesión. Sin embargo, ni siquiera los saberes humanísticos tienen, en mi opinión, la capacidad de garantizar un desarrollo integral del hombre que por esta vía podría reducirse a la erudición vana, a la acumulación inoperativa de datos o a la mera exhibición ostentosa. De nuevo, llevado por su entusiasmo militante (Manifiesto), Ordine parece hacer una identificación, posiblemente de índole renacentista, entre hombre culto (cultivado) y hombre libre y pleno, respecto a la que su libro no aporta indicios de cabal cuestionamiento, cuando el proyecto de la Ilustración (de acuerdo con Hannah Arendt) se ha desvelado insolvente en tantas ocasiones a lo largo de los siglos pasados. Tan sólo en la introducción referida, Ordine cita insuficientemente la prevención de su amigo George Steiner: la elevada cultura y el decoro ilustrado no ofrecieron ninguna protección contra la barbarie del totalitarismo. Los saberes humanísticos, en efecto, resultan un instrumento imprescindible para el desarrollo integral humano, pero como ocurre con todo instrumento útil, su valor lo pone la actualización que es capaz de hacer con ello el usuario. Tal vez afortunadamente, el hombre está más allá de todo conocimiento.

Carlos Salvador Martín

domingo, 23 de enero de 2022

"En el invierno de París", de Nicolás Guillén



En el invierno de París

En el invierno de París
La pasan mal 
Los sans-abris;
La pasan mal
Los sans-logis;
La pasan mal
Los sans-nourri;
La pasan mal
En el invierno de París.

En el invierno de París
¿Qué piensas tú
Sin un ami?
¿Qué piensas tú
Solo en la rue?
¿Qué piensas tú
De ti, de mí,
Qué piensas tú
En el invierno de París?...

En el invierno de París
Viene el burgués
(que ama la vie)
Viene el burgués
y exclama: Oui! 
Viene el burgués, 
Repite: Oui! 
Viene el burgués
En el invierno de París.

En el invierno de París
Nunca se vio
Gente tan chic;
Nunca se vio
Tan fino sprit;
Nunca se vio
Là-bas o ici,
Nunca se vio
En el invierno de París.

En el invierno de París
Con calma pues
Tendrás abris;
Con calma pues
Serás nourri;
Con calma pues
se dice (on dit)
Con calme pues
En el invierno de París.

En el invierno de París
Vivir podrás
Un mes así;
Vivir podrás
Con lait, con lit;
Vivir podrás
Ya sans souci;
Vivir podrás
En el invierno de París.

En el invierno de París...
¿Pero y después?
Solo en la rue.
¿Pero y después?
Sin un ami.
¿Pero y después?
Ni lait ni lit.
¿Pero y después
sin el invierno de París?

(En Las grandes elegías y otros poemas, Biblioteca Ayacucho,
Caracas, Venezuela, 1986)

De 1955 a 1959 el poeta cubano Nicolás Guillén (1902-1989) residió en París como exiliado de la dictadura de Fulgencio Batista. García Márquez cuenta en  El escándalo del siglo que Guillén "padecía un destierro sin esperanzas en el Gran Hotel Saint Michel, el menos sórdido de una calle de hoteles baratos donde una pandilla de latinoamericanos y argelinos esperábamos un pasaje de regreso comiendo queso rancio y coliflores hervidas. El cuarto de Nicolás Guillén, como casi todos los del barrio Latino, eran cuatro paredes de colgaduras descoloridas, dos poltronas de peluche gastado, un lavamanos y un bidet portátil y una cama de soltero para dos personas donde habían sido felices y se habían suicidado dos amantes lúgubres de Senegal". García Márquez recordaba que Guillén conservó en París la costumbre muy cubana de despertarse (sin gallos) con los primeros gallos y de leer los periódicos junto a la lumbre del café. Luego abría la ventana y despertaba a toda la calle gritando las últimas noticias de América latina, traducidas del francés y en "jerga" cubana. El día 1 de enero de 1959 gritó una noticia única: "Cayó el hombre". Así anunció la derrota definitiva del dictador cubano por las fuerzas rebeldes, dirigidas por Ernesto "Che" Guevara, en la batalla de Santa Clara.

Puedes escuchar "En el invierno de París" en la voz de Marta Contreras.

domingo, 16 de enero de 2022

"Eva y las manzanas", de Ana Sofía Pérez-Bustamante

Peter Paul Rubens, Adán y Eva (1598-1600), detalle


Eva y las manzanas

Tú eres el fondo de mi corazón,
Adán, mi dulce Adán.
Mi soledad abriéndose en tus labios
antes de saber besar.
Cierro los ojos.
Te colgaba del árbol de costillas
como una manzanita de carne
muy roja y muy madura,
el corazón.
Colgaba el corazón cantando
sin parar, animal
descalzo por el parque y tan hambriento.
Adán, mi dulce Adán.
Me acerqué a tu cintura. Quise decir: cintura.
Con mi boca y mi lengua
rocé y abrí tus labios. Quise decir: fuego.
Con mis dientes
fui siguiendo dos ríos
que bajan por tu cuello desbocados y azules
hasta anudar los vértigos del agua
debajo de tu ombligo.
Yo era toda vergüenza.
Pero mis muslos no necesitaban
saber hablar. Su nido de sombra vulnerada
te devoró.
Aprendiste, aprendimos,
cómo grita manzanas el silencio.

                         De Sibilario, Rialp, 2018

Ana Sofía Pérez-Bustamante (diariodecadiz.es)
Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier (París, 1962), doctora en Filología hispánica, es profesora titular de Literatura española en la Universidad de Cádiz.

Especialista en el siglo XX, entre sus obras y ediciones figuran Las siete vidas de Álvaro Cunqueiro (1991), Don Juan Tenorio en la España del siglo XX (1998), Los pasos perdidos de Luis Berenguer (1999), 24 cuentos de José María Pemán (1999), La poesía de José Luis Tejada (2002), Fernando Quiñones. Crónicas del cristal y la llama (2002), El placer de la escritura o Nuevo retablo de Maese Pedro (2005), Revistas literarias españolas del siglo XX (1919-1975), (2005), El baúl del pirata (Colaboraciones en "Diario de Cádiz" (1958-1998) de Fernando Quiñones (2006), la "Biblioteca Pemán" (ocho volúmenes de obra escogida de J. Mª Pemán, 2006), la edición crítica de El mundo de Juan Lobón (Cátedra, 2010), de Luis Berenguer, la edición de Ave de mí, palabra fugitiva de Pilar Paz Pasamar (2013) y de Lorca, de Carlos Edmundo de Ory (2019).

De 2000 a 2006 dirigió "Textos y Estudios de Mujeres" del Servicio de  Publicaciones de la UCA. Desde 2017 dirige  la Revista de la Real Academia Hispano Americana de Cádiz. Comisarió la exposición dedicada a Pilar Paz por el CAL en 2015 y la dedicada a C.E. de Ory y J. E. Cirlot por la Fundación Ory (2015). Documentó el catálogo de Exiliarte. Memoria de una carpeta dedicada a Rafael Alberti (2018/2019). Como articulista obtuvo en 1989 el Premio Ciudad de Cádiz, en 1996 el accésit al Premio José Mª Pemán y en 2008 el XXV Premio Nacional de UNICAJA.  Desde 2004 es columnista de Diario de Cádiz.

Como poeta es autora de Mercuriales (2003, accésit del Premio Esquío), Libro de los pájaros (2006), Intus legere y Voz de las cosas (2013) y Sibilario (2018), Premio Alegría del Ayuntamiento de Santander. Atlántica y celeste (2021) reúne su poesía completa. De Sibilario -cuyo título procede de "sibila" y se inspira en las que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina- el jurado del premio Alegría destacó "su lirismo de gran hondura moral, brillante técnica poética y espléndido enraizamiento en las culturas clásica, bíblica y moderna". La autora, "a través de la evocación de las sibilas [...] o de personajes representativos del cristianismo [...], medita sobre la finitud de nuestro tiempo, el transcurso de la vida como filón de oro y la necesidad de reinventarnos como ejercicio de supervivencia y también vitalista para exprimir ese jugo que es la vida" (Juan Antonio Mota Navarro).

domingo, 9 de enero de 2022

"Vagón silencio", de Luis Bagué Quílez

 



Vagón silencio


1. PASILLO / VENTANILLA

Ulises vuelve a casa.

Heráclito sostiene que ningún pasajero
puede viajar dos veces
en el mismo vagón.

Diógenes en cuclillas,
buscando la verdad en el modo linterna.

Hopper se autorretrata.
Allen Ginsberg aúlla.
Homero ronca. Boabdil llora.
La cucaracha Kafka se agita en el asiento.

Julio César ve un péplum
en el televisor.
El anhelado rey Sebastián
regresa del aseo de caballeros.

El chico que llamó Enola Gay
al avión que lanzó la bomba atómica
tiene el rostro de cadmio.

Karl Marx pone sus barbas a remojo.
Gandhi pide la paz y la palabra.

El encargado de supervisar 
los hornos crematorios de Mauthausen
contempla en la llanura incandescente
un hogar de ceniza.

El revisor Neruda ha perdido la cuenta
de los billetes falsos que despachó Rimbaud.

El terrorista guarda en la mochila
una explosión de rabia.

2. USEN LAS PLATAFORMAS

Cleopatra retuitea
el estado febril de Marco Antonio.

Lou Reed busca en el móvil
el número de Poe.

María Antonieta pierde la cabeza
si un youtuber llamado Robespierre
la pone en la picota.

Steve Jobs da un mordisco a la manzana
que despertó a Isaac Newton de la siesta
y expulsó a Eva del club Paraíso.

Bartleby se confunde con el grupo de WhatsApp.
Lolita triunfa en Istagram.

Fortunata en un reality show.
Jacinta en otro.

3. FIN DE TRAYECTO

En objetos perdidos,
las maletas de Goya y de Machado,
los huesos de Cervantes
y las gafas de Edipo.

La alta velocidad
no se detiene nunca.

El ruido de Occidente
en un andén vacío.

Un libro abierto
en el vagón silencio de la historia.

Con "Vagón silencio" Luis Bagué Quílez ganó el Premio Tren 2019, Antonio Machado de poesía.

[Imagen inicial: viajemosentren.com]

jueves, 6 de enero de 2022

"Un cuento de Reyes", de Ignacio Aldecoa

 


UN CUENTO DE REYES

El ojo del negro es el objetivo de una máquina fotográfica. El hambre del negro es un escorpioncito negro con los pedipalpos mutilados. El negro Omicrón Rodríguez silba por la calle, hace el visaje de retratar a una pareja, siente un pinchazo doloroso en el estómago. Veintisiete horas y media lleva sin comer; doce y tres cuartos, no contando la noche, sin retratar; la mayoría de las de su vida, silbando.

Omicrón vivía en Almería y subió, con el calor del verano pasado, hasta Madrid. Subió con el termómetro. Omicrón toma, cuando tiene dinero, café con leche muy oscuro en los bares de la Puerta del Sol; y copas de anís vertidas en vasos mediados de agua, en las tabernas de Vallecas, donde todos le conocen. Duerme, huésped, en una casita de Vallecas, porque a Vallecas llega antes que a cualquier otro barrio la noche. Y por la mañana, muy temprano, cuando el sol sale, da en su ventana un rayo tibio que rebota y penetra hasta su cama, hasta su almohada. Omicrón saca una mano de entre las sábanas y la calienta en el rayo de sol, junto a su nariz de boxeador principiante, chata, pero no muy deforme.

Omicrón Rodríguez no tiene abrigo, no tiene gabardina, no tiene otra cosa que un traje claro y una bufanda verde como un lagarto, en la que se envuelve el cuello cuando, a cuerpo limpio, tirita por las calles. A las once de la mañana se esponja, como una mosca gigante, en la acera donde el sol pasea sólo por un lado, calentando a la gente sin abrigo y sin gabardina que no se puede quedar en casa, porque no hay calefacción y vive de vender periódicos, tabaco rubio, lotería, hilos de nylón para collares, juguetes de goma y de hacer fotografías a los forasteros.

Omicrón habla andaluza y onometopéyicamente. Es feo, muy feo, feísimo, casi horroroso. Y es bueno, muy bueno; por eso aguanta todo lo que dicen las mujeres de la boca del Metro, compañeras de fatigas.

—Satanás, muerto de hambre, ¿por qué no te enchulas con la Rabona?

—No me llames Satanás, mi nombre es Omicrón.

—¡Bonito nombre! Eso no es cristiano. ¿Quién te lo puso, Satanás?

—Mi señor padre.

—Pues vaya humor. ¿Y era negro tu padre?

Omicrón mira a la preguntante casi con dulzura:

—Por lo visto.

De la pequeña industria fotográfica, si las cosas iban bien, sacaba Omicrón el dinero suficiente para sostenerse. Le llevaban veintitrés duros por la habitación alquilada en la casita de Vallecas. Comía en restaurantes baratos platos de lentejas y menestras extrañas. Pero días tuvo en que se alimentó con una naranja, enorme, eso sí, pero con una sola naranja. Y otros en que no se alimentó.

Veintisiete horas y media sin comer y doce y tres cuartos, no contando la noche, sin retratar, son muchas horas hasta para Omicrón. El escorpión le pica una y otra vez en el estómago y le obliga a contraerse. La vendedora de lotería le pregunta:

—¿Qué bailas?

—No, no bailo.

—Pues, chico, ¡quién lo diría!, parece que bailas.

—Es el estómago.

—¿Hambre?

Omicrón se azoró, poniendo los ojos en blanco, y mintió:

—No, una úlcera.

—¡Ah!

—¿Y por qué no vas al dispensario a que te miren?

Omicrón Rodríguez se azoró aún más:

—Sí, tengo que ir, pero...

—Claro que tienes que ir, eso es muy malo. Yo sé de un señor, que siempre me compraba, que se murió de no cuidarla.

Luego añadió, nostálgica y apesadumbrada:

—Perdí un buen cliente.

Omicrón Rodríguez se acercó a una pareja que caminaba velozmente.

—¿Una foto? ¿Les hago una foto?

La mujer miró al hombre y sonrió:

—¿Qué te parece, Federico?

—Bueno, como tú quieras...

—Es para tener un recuerdo. Sí, háganos una foto.

Omicrón se apartó unos pasos. Le picó el escorpioncito. Por poco sale movida la fotografía. Le dieron la dirección: Hotel...

La vendedora de lotería le felicitó:

—Vaya, has empezado con suerte, negro.

—Sí, a ver si hoy se hace algo.

Rodríguez hizo un silencio lleno de tirantez. 

—Casilda, ¿tú me puedes prestar un duro?

—Sí, hijo, sí; pero con vuelta.

—Bueno, dámelo y te invito a café.

—¿Por quién me has tomado? Te lo doy sin invitación.

—No, es que quiero invitarte.

La vendedora de lotería y el fotógrafo fueron hacia la esquina. La volvieron y se metieron en una pequeña cafetería. Cucarachas pequeñas, pardas, corrían por el mármol donde estaba asentada la cafetera exprés.

—Dos, con leche.

Les sirvieron. En las manos de Omicrón temblaba el vaso alto, con una cucharilla amarillenta y mucha espuma. Lo bebió a pequeños sorbos. Casilda dijo:

—Esto reconforta, ¿verdad?

—Sí.

El "sí" fue largo, suspirado.

Un señor, en el otro extremo del mostrador , les miraba insistentemente. La vendedora de lotería se dio cuenta y se amoscó.

—¿Te has fijado, negro, cómo nos mira aquel tipo? Ni que tuviéramos monos en la jeta. Aunque tú, con eso de ser negro, llames la atención, no es para tanto.

Casilda comenzó a mirar al señor con ojos desafiantes. El señor bajó la cabeza, preguntó cuánto debía por la consumición, pagó y se acercó a Omicrón:

—Perdonen ustedes.

Sacó una tarjeta del bolsillo.

—Me llamo Rogelio Fernández Estremera, estoy encargado en el Sindicato del... de organizar algo en las próximas fiestas de Navidad. Bueno —carraspeó—, supongo que no se molestará. Yo le daría veinte duros si usted quisiera hacer el Rey negro en la cabalgata de Reyes.

Omicrón se quedó paralizado.

—¿Yo?

—Sí, usted. Usted es negro y nos vendría muy bien, y si no, tendremos que pintar a uno, y cuando vayan los niños a darle la mano o besarle en el reparto de juguetes se mancharán. ¿Acepta?

Omicrón no reaccionaba. Casilda le dio un codazo:

—Acepta, negro, tonto... Son veinte "chulís" que te vendrán muy bien.

El señor interrumpió:

—Coja la tarjeta. Lo piensa y me va a ver a esta dirección. ¿Qué quieren ustedes tomar?

 —Yo un doble de café con leche —dijo Casilda—, y éste un sencillo y una copa de anís, que tiene esa costumbre.

El señor pagó las consumiciones y se despidió.

—Adiós, piénselo y venga a verme.

Casilda le hizo una reverencia de despedida.

Orrevuar, caballero. ¿Quiere usted un numerito del próximo sorteo?

—No, muchas gracias; adiós.

Cuando desapareció el señor, Casilda soltó la carcajada.

—Cuando cuente a las compañeras que tú vas a ser Rey se van a partir de risa.

—Bueno, eso de que voy a ser Rey... —dijo Omicrón.


Omicrón Rodríguez apenas se sostenía en el caballo. Iba dando tumbos.

Le dolían las piernas. Casi se mareaba. Las gentes, desde las aceras, sonreían al verle pasar. Algunos padres alzaban a sus niños.

 —Mírale bien, es el rey Baltasar.

A Omicrón Rodríguez le llegó la conversación de dos chicos:

—¿Será de verdad negro o será pintado?

Omicrón Rodríguez se molestó. Dudaban por primera vez en su vida si él era blanco o negro, precisamente cuando iba haciendo de Rey.

La cabalgata avanzaba. Sentía que se le aflojaba el turbante. Al pasar cercano a la boca del Metro, donde se apostaba cotidianamente, volvió la cabeza, no queriendo ver reírse a Casilda y sus compañeras. La Casilda y sus compañeras estaban allí, esperándole; se adentraron de la fila; se pusieron frente a él y, cuando esperaba que iban a soltar la risa, sus risas guasonas, temidas y estridentes, oyó a Casilda decir:

—Pues, chicas, va muy guapo; parece un rey de verdad.

Luego, unos guardias las echaron hacia la acera.

Omicrón Rodríguez se estiró en el caballo y comenzó a silbar tenuemente. Un niño le llamaba haciéndole señas con la mano:

—¡Baltasar, Baltasar!

Omicrón Rodríguez inclinó la cabeza solemnemente. Saludó.

—¡Un momento, Baltasar!

Los flashes de los fotógrafos de Prensa los deslumbraron.

(Ignacio Aldecoa, La tierra de nadie y otros relatos, 1970)


El escritor Ignacio Aldecoa. (españaescultura.es)
Ignacio Aldecoa (Vitoria, 1925-Madrid, 1969) fue un escritor español perteneciente a la Generación del 50 o del medio siglo. Está considerado uno de los mejores cuentistas españoles del siglo XX.

Nacido en el seno de una familia burguesa de la capital alavesa, estudió bachillerato en el colegio Marianistas de su ciudad. En 1942 marchó para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, donde cursó Comunes y coincidió con Carmen Martín Gaite, compañera de generación. Su traslado a Madrid en 1945 para continuar estudios, que no llegó a concluir, propició el contacto  con otros jóvenes, futuros escritores de su generación como Sánchez Ferlosio, Fernández Santos, Alfonso Sastre y la que posteriormente sería su esposa, la escritora y pedagoga Josefina Rodríguez, conocida posteriormente como Josefina Aldecoa, con la que contrajo matrimonio en 1952. Participó en la creación de la Revista Española, impulsada por Rodríguez Moniño.

Comenzó su actividad literaria escribiendo  poesía en la órbita de los postistas: Todavía la vida (1947) y Libro de las algas (1949), pero pronto se decantó por la narrativa, en la que hay que distinguir una doble vertiente: la del relato breve y la de la novela. Sus primeros relatos aparecieron en revistas como La Hora, Juventud, Haz y Alcalá. En 1953 obtuvo el premio de la revista Juventud por el cuento "Salir de pobres". En sus relatos breves, en los que aúna concisión y expresividad con extraordinarias dotes de observador,  se muestra como un verdadero maestro del género. Para Santos Sanz Villanueva*, sus cuentos "son, en buena parte, fragmentos de una vida, sin grandes complicaciones argumentales, con historias insignificantes pero llenas de calor humano". Publicó los libros de relatos Espera de tercera clase y Vísperas del silencio (1955), El corazón y otros frutos amargos (1959), Caballo de pica (1961), Cuaderno de Godo (1961), Los pájaros de Baden-Baden (1965),  Santa Olaja de Acero (1968) y La tierra de nadie y otros relatos (1970). Sus relatos fueron recogidos en dos volúmenes publicados póstumamente bajo el título de Cuentos completos (1973).

En cuanto a su labor novelística, explica Sanz Villanueva que su proyecto de escribir tres trilogías en las que pensaba tratar el trabajo del mar, el trabajo de las minas y el mundo de los guardias civiles,  gitanos y toreros se vio frustrado debido a su temprana muerte. Solo llegó a escribir, de la primera, Gran sol (1957, Premio de la Crítica 1958), sobre la pesca de altura, con protagonista colectivo y temporalidad simultánea; y de la tercera, El fulgor y la sangre (1954), sobre la vida de una pequeña guarnición de la guardia civil, y Con el viento solano (1956), en torno al mundo de los gitanos. Al margen de estas trilogías, publicó otra novela de tema marino: Parte de una historia (1967). 

En todas sus narraciones, bien sean relatos o novelas, busca retratar la vida cotidiana, la "épica de las pequeñas cosas", según él mismo afirmó, con una ajustada técnica objetivista. Aunque narra desde una actitud distanciada, su afecto hacia los personajes humildes y el reflejo de sus duras condiciones de vida, implican una preocupación social, a pesar de que evita siempre el mensaje explícitamente político. La crítica ha elogiado especialmente su cuidada prosa, su capacidad descriptiva, la humanidad de los personajes y su rigor de construcción. 

*Sanz Villanueva, Santos: "La prosa narrativa desde 1936", en J. Mª Díez Borque (coord.), Historia de la Literatura española, IV, Siglo XX, Taurus, Madrid, 1980.

Ignacio Aldecoa y Josefina Rodríguez. (diariodeleon.es)

[Imagen inicial: diariodearousa.com]

domingo, 2 de enero de 2022

"Tacto", de Fernando Beltrán

©Neil Hall / Reuters (El País)

TACTO

Nada será como antes.

La lluvia no será ya la lluvia,
será celebración aún más gozosa,
mirarla cómo cae traerá un milagro
de panes y de peces llegando desde el cielo
para empujar la flor, el trigo, la memoria
de tu cuerpo y mi cuerpo aquella tarde
que fue todas las tardes.

Las cosas no serán la misma cosa,

los árboles 
no serán ya los árboles,
serán ahora un abrazo sin contagio
al alcance de todos, descubrirás
que su sombra es más sombra
y que incluso en invierno, ya sin hojas,
se ven todos los nidos con mayor nitidez,
vacíos, pero intactos.

Las cosas no serán la misma cosa,

las calles no serán ya las calles,
la alegre muchedumbre
será ahora una extraña pasajera
con su maleta a solas
aconteciendo a un mundo que no entiende,
y aunque la gente ocupe las aceras
tú las verás vacías, y hacia dentro
extraviadas quizás, preguntándote ellas
cómo se llega a ti.

Las cosas no serán la misma cosa,

las ventanas no serán ya ventanas,
las miradas no serán ya miradas,
no habrá aplausos sin lágrimas,
sin que llore mi cuerpo al recordar
con hiel agradecida
las manos que sin manos
se acercaban a mí,

no amaré ya jamás como allí amé
el tacto de aquel guante
con sus dedos de plástico.

Las cosas no serán la misma cosa,

la piel no será ya la piel
ni el desnudo el desnudo,
habrá que comenzar a desvestirse
por el botón del miedo, y al besarnos
quitada ya la ropa, aprender que había huecos
antes nunca tocados,

por fin seremos tacto,

recorrerá mi lengua muy despacio
la isla abandonada, estallaremos juntos
como si fuera un último deseo 
cumplido cuando ya no crees en nada.

Las cosas no serán la misma cosa,

nosotros no seremos los mismos,
los otros no serán ya los otros,
el amor no será ya el amor,
será solo el amar, y será más.

No habrá piel, habrá carne

jugándose la vida.

De La curación del mundo, Hiperión, 2020


Fernando Beltrán (biblioasturias.com)

Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) es un poeta y experto en identidad corporativa. Reside en Madrid.

Es profesor del Instituto Europeo de Diseño y de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, y creador del estudio El Nombre de las Cosas -pionero en España en la creación de denominaciones para marcas-, fundador del Aula de las Metáforas, así como de una Biblioteca poética y espacio para la imaginación en la Casa de Cultura del Grado (Asturias).

Su obra poética abarca, entre otros, los títulos Aquelarre en Madrid (1983, 1998, 2005), Ojos de agua (1985), Cerrado por reformas (1988), Gran Vía (1990), El gallo de Bagdad (1991), Amor ciego (1995), Bar adentro (1997, 1998, 1999, 2000), La semana fantástica (1996), Trampas para perder (2003), El corazón no muere (2006), el libro de prosas poéticas Mujeres encontradas (2008) y La curación del mundo (2020), Premio Francisco de Quevedo 2021. Su obra ha sido recogida en la antología El hombre de la calle (2001), traducida al francés con el título L'Homme de la Rue,  en la antología de temática amorosa La amada invencible (2006) y en Donde nadie me llama (2011). Es autor de los manifiestos "Perdimos la palabra" (1987) y "Hacia una Poesía Entrometida" (1989). Sus artículos y ensayos han sido publicados por la Universidad de Valladolid bajo el título de La vida en ello (2017). Ha sido galardonado con el Premio Asturias de las Letras y el premio Foro Europeo.

"Tacto" pertenece a la serie de poemas que Fernando Beltán escribió tras su ingreso hospitalario por Covid 19 -enfermó en marzo de 2020 y tardó meses en recuperarse-, reunida en La curación del mundo. El poema está dedicado a la enfermera Eva García Perea, y se editó como plaquette en mayo de 2020. Fernando Beltrán plasma en este libro el miedo y la esperanza de las víctimas de la pandemia. Jesús García Calero (abc.es) explica que el libro nació a las puertas de la UCI, mientras el poeta luchaba por salvar su vida:

Se aferraba a las palabras, y con algunas de ellas buscaba un sentido a las manos enguantadas de la enfermera, a las agujas, al pájaro que se posó en la ventana, al sonido del tren que atravesaba el paisaje de su angustia, que es también una ciudad confinada. Metáforas le nacieron del temor o fueron el salvavidas que le guiaba en su recuperación.

En entrevista concedida a Marcos Gutiérrez (lavozdeasturias.es),  Beltrán explica así la génesis de esta obra:

Surge porque de pronto aparece una luz en las persianas del hospital, tras la noche más infernal de la que pensé no saldría jamás vivo, y uno escribe mentalmente en su cabeza tres versos: Nunca / la luz del día / tanta luz. Versos celebratorios que luego resultaron ser los primeros de una serie, pero sin voluntad de libro. Eso viene luego, meses después. Como la voluntad de compartirlos.