domingo, 18 de febrero de 2018

Tres poemas de Alejandra Pizarnik





NOCTURNO DE CHOPIN
POR PIANISTA DE CUATRO AÑOS

Su música me lleva
a un acantilado con un pájaro
que juega a oírse cantar.
Su música me alumbra en la lluvia
por donde vamos yo y una jaula vacía.

     En En esta noche, en este mundo. Selección de Ana
Becciu. Poesía Portátil. Penguin Random House, 2017




REVELACIONES

En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
El deseo de morir es rey.
Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.

           De Los trabajos y las noches, 1965


               
CANTORA NOCTURNA

                                                          Joe, macht die Musik von damals nacht...

                                                           a Olga Orozco


La que murió  de su  vestido azul está  cantando.  Canta  im-
buida de  muerte  al sol de  su  ebriedad. Adentro  de su can-
ción hay un vestido azul, hay  un caballo  blanco, hay  un co-
razón verde tatuado con los ecos de los latidos de su corazón
muerto. Expuesta a  todas las  perdiciones, ella canta junto a
una niña extraviada que es ella: su amuleto de la buena suer-
te. Y a pesar de la niebla verde en  los labios y del  frío gris en
los ojos, su voz  corroe la  distancia que  se abre entre la sed y
la mano que busca el vaso. Ella canta.

                              De Extracción de la piedra de locura, 1968



Alejandra Pizarnik. [ABC.es]
Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972) fue poeta y traductora argentina, una de las voces más representativas de la generación de los sesenta.

Nació en el seno de una familia de inmigrantes judíos de origen  ruso  que perdió su apellido original, Pozharnik, al instalarse en Argentina. Sus padres llegaron a Argentina con veintisiete y veintiséis años, respectivamente, sin hablar una palabra de español, y se instalaron en una amplia casa del suburbio de Avellaneda, donde su padre ejerció su profesión de joyero. Su infancia se vio ensombrecida por las noticias procedentes de Europa, sobre todo por la masacre de Rivne (Ucrania) en 1941, en la que perdieron la vida, fusilados por los nazis,  varios miembros de ambas familias. 

Su condición de extranjera así como la constante comparación con su hermana mayor, que propiciaba su madre,  le afectaron  negativamente en la formación de su personalidad, y  su tartamudez, sus crisis asmáticas y su tendencia a ganar peso minaron la seguridad en sí misma. Cursó estudios de Filosofía y Periodismo, carreras que no terminó, además de pintura, en el taller del pintor surrealista Juan Batlle Planas. De 1960 a 1964 vivió en París, dedicada al estudio en la Sorbona de la literatura francesa y de la historia de la religión; a la colaboración en diferentes medios, como la revista Cuadernos, y a la traducción de autores como A. Artaud, H. Michaux, Aimé Césaire, Yves Bonnefoy* o Marguerite Duras. Tras su regreso, comenzó a recluirse en su casa, en la que, no obstante, recibía a sus amigos. La muerte de su padre en 1967, supuso un tremendo golpe para la autora. El 27 de septiembre de 1972, con 36 años, se quitó la vida durante un fin de semana en que había salido de permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires, donde se hallaba ingresada por un cuadro depresivo y tras dos intentos de suicidio.

Su producción lírica está compuesta en torno a dos polos magnéticos, su infancia en Buenos Aires y su fascinación por la muerte, y comprende los siguientes poemarios: La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962),  Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968), El infierno musical (1971) y Textos de sombra y últimos poemas, publicada póstumamente en 1982. Escribió también un diario personal desde los 18 años hasta el final de su vida, publicado en 2003, además de relatos y alguna novela breve.

*Entrada relacionada:


Pintura de Alejandra Pizarnik. [Universidad de Princeton]

1 comentario:

  1. ¡Pobre mujer...
    Supongo que si hubiera dado caza al pájaro del amor del primer poema, su vida habría sido diferente...O quizá el pajarito se habría tornado un buitre.
    Carlos San Miguel

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