Grupo de lectura "Leer juntos hoy"
del IES “Goya”
Sesión del 8 de mayo de 2017
Obra comentada: Sakkara, Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2015
Autora: Teresa Garbí
¿QUIÉN ES TERESA
GARBÍ?
Es
el seudónimo de Teresa García Ruiz, escritora zaragozana (1950), licenciada en
Filología Románica por la Universidad de Zaragoza (1972), y doctorada en
Filología Hispánica por la Universidad de Valencia (1993), con una tesis sobre Mujer y Literatura: aproximación a la narrativa
española de la generación de escritoras de 1970-1985. Se ha dedicado
profesionalmente a la enseñanza en los Institutos de Bachillerato “Gili Gaya”
de Lérida y “San Vicente Ferrer” de Valencia y en la Escuela Superior de Arte
Dramático de Valencia.
Es
autora de abundante obra narrativa como Grisalla
(1983); Cinco sobre el Doncel de Sigüenza
(1988); El bosque de Serbal (2001); El regreso (2005); Leonardo da Vinci: obstinado rigor (2009) y Sakkara (2015), entre otras. Ha hecho incursiones también en la
literatura infantil con La gata Leocadia (2002) y
La gata Leocadia en la granja (2002). Ha publicado ensayos como Mujer y Literatura (1997) y la edición
crítica de El caballero de Olmedo de
Lope de Vega (Ed. Cátedra, 2004).
* * *
SAKKARA es
una colección de diecisiete relatos –Sakkara, Parada en blanco, Pobreza,
Líneas en la puerta, Caín y Abel, Cuatro inviernos, Un montón de arena, La
piedra roja al borde del río silencioso, Acoso, La masa gris, Palabras para una
piedra, Tortura, Villamediana, La vía, El color de las grosellas, Sombras y
El otro lado– que no responden a un mismo patrón y ofrecen al lector
una variada e interesante muestra de la capacidad creativa de su autora.
Una
mirada anticipada a títulos como Sakkara,
Caín y Abel, Cuatro inviernos, La vía, El
color de las grosellas, por ejemplo, parece apuntar a historias ancladas en
la realidad presente o pretérita. Por su
parte otros epígrafes como Parada en
blanco, Una piedra roja al borde del río silencioso, La masa gris, Sombras, El
otro lado, alertan al lector de que se encuentra quizás ante unos relatos
de literatura fantástica. Pero lo cierto es que unos y otros títulos resultan
opacos y sólo la lectura desvela su verdadero significado.
Ninguna
de estas historias ha sido escrita para pasar el rato, porque la autora
minimiza la anécdota y sumerge sin descanso al lector en una profunda reflexión
sobre las grandes preguntas de la existencia: el Tiempo, la Fortuna, el sentido
de la vida, la Muerte. Y al fondo, siempre la Naturaleza –el Paraíso perdido– de
donde viene y a donde vuelve siempre el ser humano.
En
el desarrollo de todos los relatos aparece, reflexiva, Teresa Garbí; ya sea en
la España del siglo XVII (Villamediana),
o durante un episodio de la guerra española de 1936 (Caín y Abel) o de la Alemania nazi (El color de las grosellas) o en una dictadura sudamericana (Tortura); ya sea durante un viaje al
Egipto actual (Sakkara) o en una
visita a Perú (Pobreza). La autora
transporta eficazmente al lector a otro tiempo y a diferentes lugares para
invitarlo a recapacitar y a enjuiciar con ella los asuntos más graves (la
injusticia, la pobreza, la traición, la violencia o la crueldad del ser humano)
que, aunque están contados con la agilidad que requieren las narraciones
breves, no pueden ser tomados a la ligera. Y esta obra no va a permitir que
caigan en el olvido.
Si
esos relatos hunden su argumento en la realidad, en Sakkara son numerosas las historias, la mayoría, que parten de un
leve elemento real, pero despegan de ella hasta acercarse al cuento fantástico. La escritora es
imaginativa y lírica, y son numerosos los cuentos que se mueven al borde mismo
de la prosa poética e, incluso, de la poesía. El lector tropieza aquí y allá
con el “yo” íntimo de la autora que se plasma en atrevidas imágenes. Así, en Pobreza la protagonista siente “el calor
de la vida en la piel de las piedras”; en Líneas
en la puerta, para describir el momento de hacer una muesca en una jamba,
dice el narrador: “Has dejado abierto el corazón de la madera que se vierte en
esquirlas…”, entre muy numerosos ejemplos posibles.
Aunque
el Tiempo con mayúsculas es una preocupación constante de la autora, como dejan
ver estos cuentos, no le preocupa, en cambio, el curso temporal de cada una de
las historias. Garbí acostumbra, de hecho, a ralentizar el tiempo interno de
cada narración, para permitir al lector filtrarse dentro de la historia,
aprehender el tema y compartir la experiencia de la autora. Se habla aquí del Tiempo eterno.
Como
consecuencia de ello, la luz –su
recorrido a lo largo del día y la noche–
no es muy relevante y son numerosos los relatos en los que una densa bruma o una
niebla envuelven el momento o la escena, que aparecen de este modo fuera de la
realidad, inaprensibles y misteriosos. Así mismo está muy menguado el movimiento
físico de los personajes y, en ocasiones, en Parada en blanco por ejemplo, que transcurre en un tren de dimensiones
muy reducidas, la autora les abre una salida inesperada, y permite que puedan
deslizarse a través de una grieta en el espacio-tiempo.
Los
personajes –incluidos los reales– están destinados desde un principio a ser todos trasunto
de su autora y de su conciencia humana. Por eso, aunque siempre traten de otros
seres, todos los relatos resultan finalmente autobiográficos. Así lo desvela
una confidencia en la última página: “Sólo esto en tantos años, pero es
suficiente”.
En
cuanto a la forma literaria de este libro en su conjunto, y al servicio de un
lirismo que en diferente medida traspasa a todas las narraciones, pone la escritora
su capacidad de uso de un doble código de comunicación: el plástico y el
lingüístico que se funden con total armonía.
La formación artística de Teresa Garbí –quien cursó estudios de Bellas Artes– ha acostumbrado su mirada a la selección y acotamiento del encuadre y al manejo de una amplia y matizada paleta de color. Su visión plástica de la realidad se hace particularmente visible en la descripción de los paisajes, en los que el ser humano –ella misma– se integra, en una total comunión sensorial que culmina en Una piedra roja al borde del río silencioso. En este cuento, en mitad de un bosque de reminiscencias bíblicas, la autora regala a los oídos del lector el silencio y los sonidos de la naturaleza: “En el silencio húmedo se oían pasos de ciervos, el acecho sigiloso del jabalí, los saltos de las ardillas, el crujido de la madera, los susurros de las hojas y del agua”. De igual modo señala a la vista unos árboles centenarios en los que “Puede verse el pentagrama de las notas del viento en el tronco y las ramas retorcidas por las ventiscas”. El olfato despierta “… para aspirar el aroma del humus”. Y el sentido del gusto nos asalta con una vuelta a los sabores primigenios: “Pero él se alimentaba de hojas de boj y de fresas silvestres. Habíamos recuperado todos los frutos prohibidos”. Incluso el tacto remite en este mismo relato a sensaciones primitivas: “He olvidado los peligros, me he tumbado sobre el suelo húmedo y, como entonces, me he sentido parte de la tierra y de su giro monstruoso.”
La formación artística de Teresa Garbí –quien cursó estudios de Bellas Artes– ha acostumbrado su mirada a la selección y acotamiento del encuadre y al manejo de una amplia y matizada paleta de color. Su visión plástica de la realidad se hace particularmente visible en la descripción de los paisajes, en los que el ser humano –ella misma– se integra, en una total comunión sensorial que culmina en Una piedra roja al borde del río silencioso. En este cuento, en mitad de un bosque de reminiscencias bíblicas, la autora regala a los oídos del lector el silencio y los sonidos de la naturaleza: “En el silencio húmedo se oían pasos de ciervos, el acecho sigiloso del jabalí, los saltos de las ardillas, el crujido de la madera, los susurros de las hojas y del agua”. De igual modo señala a la vista unos árboles centenarios en los que “Puede verse el pentagrama de las notas del viento en el tronco y las ramas retorcidas por las ventiscas”. El olfato despierta “… para aspirar el aroma del humus”. Y el sentido del gusto nos asalta con una vuelta a los sabores primigenios: “Pero él se alimentaba de hojas de boj y de fresas silvestres. Habíamos recuperado todos los frutos prohibidos”. Incluso el tacto remite en este mismo relato a sensaciones primitivas: “He olvidado los peligros, me he tumbado sobre el suelo húmedo y, como entonces, me he sentido parte de la tierra y de su giro monstruoso.”
Por
lo que respecta a la lengua en Sakkara,
Teresa Garbí no duda, se decanta por el uso de la misma en su máxima capacidad
expresiva, la literaria, mientras deja pasear
por sus cuentos a los escritores admirados por ella como Manrique, Salinas, el
autor de El Lazarillo, Villamediana o
Kafka. Como
ellos, la autora tiene una firme voluntad de estilo y cuida, elabora y pule con
mimo la expresión literaria. Y deja correr su vena poética por todos los
relatos con el uso generoso de metáforas, símiles, personificaciones y
símbolos, que aportan al conjunto un aire íntimo, con momentos profundamente
poéticos, que atrapan la sensibilidad del lector.
La
estructura de esta obra ha sido diseñada por la autora de modo que aparecen en
ella los diecisiete cuentos dotados de estructuras narrativas diferentes,
ajustadas en cada caso al asunto o al tono que desea lograr; se encuentra de
este modo el lector con relatos de narrador en primera, segunda y tercera
persona, lo que permite contemplar la realidad desde puntos de vista muy
dispares. Tienen los cuentos, además, dimensiones muy diferentes. Así los hay
extensos, subdivididos en pequeños capítulos, como Sakkara, Pobreza, Caín y Abel, Tortura, Villamediana, etc., cuentos en los que cabe, incluso, el diálogo; junto
a otros tan breves, que la anécdota se condensa en solo una o dos páginas, como
Palabras para una piedra. El orden en
el que aparecen –en palabras de la propia
autora– es fruto del deseo de
huir de la uniformidad, para así ofrecer al lector una obra interesante y
variada.
Todos
los recursos literarios utilizados sirven a Garbí para un mismo fin: volcarse
en estas narraciones a través de otros seres, como ser humano integral –físico y reflexivo–
que anhela volver al Paraíso perdido y encuentra su verdadero lugar en la
Naturaleza. Y por eso mismo sorprende al lector que, de entre todos los seres
posibles, sean las piedras las elegidas por Teresa G. para constituirse en el elemento
fundamental de cohesión estructural de esta obra.
Y es que Sakkara aparece estratégicamente diseminada de piedras en casi todos los relatos. Piedras convertidas en símbolos que inundan estos cuentos desde el primero, protagonizado por una pirámide casi deshecha por el tiempo. En él y a partir de él aparecen sin cesar numerosas piedras al borde de los ríos y caminos. La piedra protagoniza, incluso, algunos relatos (Una piedra roja al borde del río silencioso; Palabras para una piedra) o se convierte en un inquietante factor del argumento, como en Cuatro inviernos, cuya protagonista duerme durante todo el día sobre una piedra, trasunto de la de Jakob cuando tuvo la visión de la escalera que ascendía hasta el cielo.
Y es que Sakkara aparece estratégicamente diseminada de piedras en casi todos los relatos. Piedras convertidas en símbolos que inundan estos cuentos desde el primero, protagonizado por una pirámide casi deshecha por el tiempo. En él y a partir de él aparecen sin cesar numerosas piedras al borde de los ríos y caminos. La piedra protagoniza, incluso, algunos relatos (Una piedra roja al borde del río silencioso; Palabras para una piedra) o se convierte en un inquietante factor del argumento, como en Cuatro inviernos, cuya protagonista duerme durante todo el día sobre una piedra, trasunto de la de Jakob cuando tuvo la visión de la escalera que ascendía hasta el cielo.
Muros
de piedra, ruinas, arenas, guijarros, piedra y finalmente una espectacular
geoda. Teresa Garbí convierte en estas páginas a las piedras –cambiantes e inmutables a la vez– en un signo vivo y eterno de la Naturaleza y del
Tiempo. Y a través de ese símbolo quedan ligados en esta obra la intemporalidad
de sus temas y la perfecta atemporalidad de su forma literaria.
Sakkara es
un libro que invita a pensar, a conmoverse y a leer despacio.
Francisca Soria, Teresa Garbí y Carmen Romeo |
Francisca
Soria
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