[...] Su hegemónica presencia se debe a que él fue sin duda, de todos sus congéneres, el que más de cerca y más intensamente viví en mi infancia y mi adolescencia. Nunca me canso de pensar en tan menudo y mágico ser y lo tengo en el corazón como pájaro tutelar.
De niño y de muchacho pasaba los largos meses vacacionales de los veranos en una finca familiar perdida en las inmensidades de la Mancha, que es la que con frecuencia aparece en mis poemas. Los cuatro o cinco cortijos (o aldeas, como los llamaban los lugareños) más próximos estaban diseminados al menos a tres kilómetros a la redonda del nuestro, y el pueblo más cercano se encontraba a siete u ocho. Los trabajos y los días transcurrían allí, en los años a que me refiero, como en los tiempos de Hesíodo*. No había luz eléctrica ni agua corriente en la zona. No se utilizaban aún los tractores ni ninguna otra maquinaria agrícola. todas las faenas se hacían a mano o con la ayuda de animales de labor. Era el campo irremediable y sin paliativos: el campo absoluto.
El pájaro que más abundaba por aquellos pagos, después del omnipresente y universal gorrión, era el jilguero, ya que en esas tierras de pan llevar* proliferaban, junto a los cereales, diversas especies de cardos, y, como es sabido, el trigo y las semillas de esas plantas erizadas de espinas, aunque de bellísimas flores, son los alimentos básicos de este alado animalillo (hasta el punto de que su nombre latino es Carduelis carduelis). Solían anidar los jilgueros en los almendros, muy comunes en la finca, al igual que las encinas. En el verano estaban ya las crías en todo lo suyo y danzaban y cantaban sin parar con sus progenitores por los aires purísimos. A más de uno de tales inexpertos pipiolos logramos mis hermanos y yo amaestrarlos (cosa nada fácil tratándose de jilgueros), y volaban libres por el interior del inmenso caserón en el que vivíamos. Sólo se recogían en la jaula para comer y beber agua, y a veces para dormir. Los llamábamos y acudían solícitos y contentísimos, llenándolo todo con sus gorjeos, a posarse en los dedos de la mano extendida, en el hombro, en la cabeza.
Tan incomparable maravilla la perdí cuando mi madre, a la altura de mis dieciocho años, tuvo que vender la finca. Era yo por entonces un poeta en ciernes, y con la conciencia de la pérdida del paraíso empezó a fraguarse en el alma y en los poemas que escribía el mito del jilguero. El paso del tiempo me ha ido haciendo ver la importancia capital en mi vida de aquella criatura prodigiosa.ELOY SÁNCHEZ ROSILLO
(noviembre de 2011)
*Hesíodo, poeta de la antigua Grecia, autor de Los trabajos y los días, obra en la que se dan consejos sobre las labores agrícolas.
*tierra de pan llevar, tierra adecuada para el cultivo de cereales.
En este blog puedes leer otros poema del autor:
¡Qué hermosos recuerdos, el "poematizado" y el escrito en prosa!. Para mí también es el más simpático pájaro y también despierta recuerdos de infancia: yo no llegué a cazarlos por ser más urbanita y porque ya empezaban a cambiar las leyes y la conciencia hacia un mayor ecologismo, pero mis hermanos mayores sí que lo hacían (como todo el mundo, vamos) con la "jardíncha", el tallo de una planta o matorral terminado en una flor con pinchos parecido a la de los cardos, y la "lica", que era como una resina pegajosa como esa pasta que se utiliza para detener hormigas y ratones, y otro jilguero enjaulado que hacía de reclamo.
ResponderEliminarClaro que aquí, el jilguero es dama: la cardelina, cuyo nombre vulgar es todo un latinismo señorial que proviene de ese latín "carduelis carduelis" que menciona el texto. Y es que el aragonés tiene mucho más de culto de lo que se piensan por ahí.
Carlos San Miguel