domingo, 17 de junio de 2012

"A ti sólo se llega", de Pedro Salinas



A ti sólo se llega
por ti. Te espero.

Yo sí que sé dónde estoy,
mi ciudad, la calle, el nombre
por el que todos me llaman.
Pero no sé dónde estuve
contigo.
Allí me llevaste tú.


¿Cómo
iba a aprender el camino
si yo no miraba a nada
más que a ti,
si el camino era tu andar,
y el final
fue cuando tú te paraste?
¿Qué más podía haber ya
que tú ofrecida, mirándome?

Pero ahora,
¡qué desterrado, qué ausente
es estar donde uno está!
Espero, pasan los trenes,
los azares, las miradas.
Me llevarían adonde
nunca he estado. Pero yo
no quiero los cielos nuevos.
Yo quiero estar donde estuve.
Contigo, volver.
¡Qué novedad tan inmensa
eso, volver otra vez,
repetir lo nunca igual
de aquel asombro infinito!
Y mientras no vengas tú
yo me quedaré en la orilla
de los vuelos, de los sueños,
de las estelas, inmóvil.
Porque sé que adonde estuve
ni alas, ni ruedas, ni velas
llevan.
Todas van extraviadas.
Porque sé que adonde estuve
sólo
se va contigo, por ti.


 (Pedro Salinas, de La voz a ti debida, 1933)


[Selección de la profesora Carmen Sancho]


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4 comentarios:

  1. Esther Ortas Durand17 de junio de 2012, 12:11

    Muchísimas gracias a las profesoras Carmen Sancho y Josefina López por preñar la mañana dominical con la belleza de este fragmento (el 59º), tomado de la que para mí constituye una de las cumbres de la lírica amorosa en español del siglo XX: el magnífico _La voz a ti debida_ de Pedro Salinas.

    Este texto puede ser una estupenda excusa para revisitar las páginas del citado poema en setenta secuencias, cuyo título en homenaje a Garcilaso (_Égloga III_, v. 12) ya nos pone en la pista de lo que va a ser clave en la obra: el cantar incesante, en este caso de un yo poético que rinde homenaje a la amada. Salinas muestra en _La voz a ti debida_ los caminos que van del yo al tú y llega a abolir las fronteras entre dichos pronombres, con un canto en muchas ocasiones jubiloso, y en otras más incierto o reconstructivo.

    No viene mal iluminar estos tiempos, a veces tenebrosos, con un poco de lo que supone todo un ejercicio de pedagogía amorosa: el de quien sabe reconocer en el ser amado a alguien que le arranca al mundo "auroras, triunfos, colores,/ alegrías (...)" (vv. 4-5) y quien recrea un espacio lírico "donde el amor inventa su infinito" (v. 2462).

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    1. Gracias, Esther, por tu oportuno comentario, muestra de sabiduría y sensibilidad.

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  2. Señal de la idealidad falsa del amor. Lo que amamos, el que amamos, la que amamos no es cierto; es un ideal al que no se puede acceder de otra forma que con la abstracción. Lo otro, la carcasa y la carne de lo amado, sí, pueden estar ahí mismo pero para defraudare y comprobar su mezquindad.
    Carlos San Miguel

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  3. ...la carcasa, la carne...y la personalidad real del ser amado, que tampoco es ideal como lo queremos creer.
    Carlos

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