Pintura de Sorolla
EL APRENDIZ DE
ESPUMAS
Yo conduje a mi
niño hasta la orilla,
y él me condujo a mí,
más niño suyo.
Lo conducente, al fin,
lo conducido.
Hasta entonces,
anduvo ensimismado
en tormentas de arena,
en castillos de almenas
imposibles.
Con su pala y su cubo,
en ramblas breves.
La media tarde se
alumbraba oblicua
con dócil resplandor. El
mundo en torno
brindaba a aquel volumen
mansedumbre,
sin la laceración del
mediodía.
El mar y el niño se
observaron tensos,
como las criaturas más
salvajes.
Tanteaban sus fuerzas,
recelosos,
en una esgrima tácita.
Hasta que el niño
desplegó su índice,
y al señalar el mar,
creó desde la nada el
mar primero,
fundó desde su amor el
horizonte.
Corrió el niño hacia el
agua,
y el animal, sumiso,
lamió sus pies
descalzos. Para siempre,
tomaron posesión uno del
otro,
señores a la vez, mutuos
esclavos.
Así fue cómo el aprendiz
de espumas
se hizo doctor en olas,
erudito
en los cantos rodados,
en los nácares,
en los azules yodos
intangibles.
Yo me atuve a mi
asombro,
pobre adulto.
¿Por qué,
si fuimos dueños, no lo
somos?
¿Por qué,
si lo supimos, no
sabemos?
¿Adónde fue a parar el
paraíso?
(Carlos Marzal, de Ánima mía)
[Selección de Beatriz Gimeno, 2º Bach. C]
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¡Qué preciosa! Y qué entrañable la imagen de ese niño sabio y señor de los mares.
ResponderEliminarMe está gustando mucho este autor.
Carlos San Miguel