Sesión del 19 de marzo de 2018
Obra comentada: La España vacía. Viaje por un país que nunca fue. Turner, 2016.
Autor: Sergio del Molino Molina
Acerca del autor
Nace en Madrid en 1979. Pasa su infancia en un
pueblo de Valencia y estudia durante su adolescencia en Zaragoza (sobre aquella
etapa de su vida y sobre la relación personal que mantuvo con su profesor de
Filosofía, Antonio Aramayona, trata su última novela La mirada de los peces, de 2017). Tras licenciarse en Periodismo en
su ciudad natal, regresa a Zaragoza para trabajar como reportero en Heraldo de Aragón. Su debut literario se
produce en 2009 con la publicación de la colección de relatos Malas influencias y el ensayo Soldados en el jardín de la paz. Conoce
el éxito en 2013 al recibir el Premio Ojo Crítico de Narrativa y el XXXV Premio
Tigre Juan por su novela La hora violeta,
donde narra la enfermedad y muerte de su hijo Pablo. En 2014 publica Lo que a nadie le importa, novela en la
que indaga en la biografía de su abuelo escondida tras sus silencios. En muchas
reflexiones surgidas de esta obra sobre su abuelo materno, que, si bien vivió
casi toda su vida en Madrid, se retiró en su jubilación como un lugareño más a
su pequeño pueblo natal (Bubierca, cerca de Calatayud), se encuentra el germen
del ensayo que nos ocupa, La España
vacía. Viaje por un país que nunca fue, publicado en 2016 y que mereció el
Premio de los libreros de Madrid al Mejor Ensayo y el Premio Cálamo al Libro
del Año.
La
España vacía
¿Qué
es la España vacía? En términos geográficos comprende las dos Castillas, Extremadura,
Aragón y La Rioja, es decir, fundamentalmente la meseta
peninsular más la depresión del Ebro, un país sin mar, un territorio extenso sin ciudades
–descontando Madrid–, que ocupa el 53% de España y en el que vive el 15,8% de
la población española. Este reparto tan desigual por el que la población se
concentra en unos pocos puntos y es casi inexistente en gran parte del país no
tiene parangón en Europa.
La
“brecha” entre la “España vacía” y la “España llena” podría remontarse a la
expulsión de los moriscos o incluso antes, pero el autor destaca cómo se
convierte en “abismo” con lo que él denomina el Gran Trauma, es decir, el
abandono del campo y la urbanización precipitada y mal hecha, con los
subsiguientes problemas en muchas ciudades de hacinamiento y miseria, que
suceden como consecuencia del gran éxodo rural de los años 50, 60 y principios
de los 70 del pasado siglo.
De
modo que Sergio del Molino habla de dos Españas que no son las de Machado, sino
de una urbana y europea, y de otra, interior y despoblada, y a partir de esa
grave constatación indaga en los añejos problemas de comunicación entre ambas,
que llegan hasta nuestros días. Para lo cual, nos propone en este ensayo un
viaje sentimental e histórico, cultural y literario, por un territorio real
progresivamente despoblado y abandonado, que deviene en territorio imaginario,
mitificado históricamente entre la admiración y el rechazo.
Del
Molino, quien declara su pertenencia a la España urbana, reconoce su tendencia
a idealizar el campo o a caricaturizarlo o a explotar su pintoresquismo, pero
desde el capítulo inicial anuncia ya su propósito de aspirar a ponerse en el
otro lado, de tratar de entender a los habitantes de la España vacía.
Así,
en aras de superar la confrontación, en la segunda parte del libro sobre todo
(en “Los mitos de la España vacía”), aunque también anticipándose en la primera
(en “El Gran Trauma”), Sergio del Molino va poniendo en tela de juicio y desmontando
los clichés que la ciudad ha ido construyendo durante siglos sobre el campo.
Por un lado, tendríamos la idealización de la vida sencilla de la aldea, donde
uno encuentra la paz interior frente al tráfago de la ciudad, idealización formulada
desde antiguo como beatus ille y
expuesta en obras literarias españolas desde el Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539), de fray Antonio de
Guevara. Esta mirada idílica tiene otra variante, que ha sido formulada como el
“mito de Babel”, según el cual, la ciudad representa lo falso, lo contaminado,
lo pecaminoso, la muerte, frente al campo, que sería lo verdadero, lo puro, lo
divino, la vida.
Por
otro lado, surgió el tópico inverso de “la civilización contra la barbarie”, el
mito de la España negra que concibe
el campo como espacio salvaje. Tal es la mirada que aún hoy se propaga con
frecuencia en los medios de comunicación al tratar sucesos del medio rural (el
autor reflexiona sobre casos como el de Fago o el de Puerto Hurraco) o la mirada
que proyectó Luis Buñuel en su retrato tremendista Las Hurdes, tierra sin pan, película que ha quedado como un icono
de la España profunda. Aunque el cineasta insistiera en la objetividad de su
documental, Sergio del Molino refuta sus palabras y demuestra que se trataba de
un falso documental con fines propagandísticos de remover conciencias. Llama la
atención que alguien procedente de la España interior como Buñuel se acercase a
aquella comarca extremeña “como si de una película de monstruos y aventuras
exóticas” se tratase –dice el autor y lo razona teniendo en cuenta los gustos
cinematográficos del realizador calandino y el contexto histórico.
En
esa mirada negativa el autor sitúa asimismo el tradicional desprecio por
nuestro paisaje interior, como un secarral y un erial, que comienza a
difundirse en El Quijote: es lo que
etiqueta como “el mal de Maritornes” o, dicho con otras palabras, el tópico de
la patria como madrastra, que sigue perviviendo en mucha gente aunque no haya
leído la novela más famosa de Cervantes, pues –explica el autor– basta con
estar socializado para recibir su influjo. Como ejemplo de esa mirada cruel y
desdeñosa aduce la traducción al español que hace el poeta Enrique de Mesa del Voyage en Espagne, de Théophile Gautier.
Hasta Bécquer y los románticos no cambiará el tono. Y con la generación del 98 se
superará definitivamente la visión quijotesca del paisaje. Unamuno y Azorín,
procedentes de la periferia, se sienten atraídos por el paisaje castellano; sin
embargo, les interesa en tanto que ven en él el reflejo del alma española, su
contemplación contiene mística nacional y nacionalista, por lo que Sergio del
Molino solo rescataría de aquella generación a Antonio Machado, porque se
apropia del paisaje de una forma más moderna, es más íntimo, más reflexivo y
autobiográfico.
Pueblo abandonado de la provincia de Soria. Foto de José Díaz Martín |
Tampoco
se salvan, debido a su mirada condescendiente, a su intención “redentora”, los que
llama “marineros del entusiasmo”, es decir, los intelectuales relacionados con
la Institución Libre de Enseñanza que promovieron las misiones pedagógicas
durante la II República Española, cuyo impacto real fue más bien anecdótico,
según argumenta el autor en una desmitificación a mi juicio excesiva.
El
caso es que la España vacía siempre ha sido contada por los de fuera y, al
incurrir en los susodichos estereotipos, sus habitantes no se han visto
reconocidos en esos relatos. Así pues, la tesis del autor, planteada ya desde
el inicio, consiste en la necesidad de que la España vacía se cuente desde
dentro, que encuentre su propio discurso. Y eso precisamente ha ocurrido –según
desarrolla en los últimos capítulos– cuando su mitología se reformula o
reinventa por parte de los nietos o bisnietos de quienes dejaron el campo.
Superada la vergüenza de los hijos, los nietos sienten y proclaman el orgullo
de sus orígenes familiares y reivindican la cultura de sus raíces como seña de
identidad en un mundo cada vez más homogéneo y globalizado.
Excepcionales
son los casos de autores que nos han contado el mundo rural sin
condescendencia. Para Sergio del Molino, Miguel Delibes (Los santos inocentes y El
disputado voto del señor Cayo, entre otras novelas) es quien mejor entendió
la brecha entre lo rural y lo urbano, el más sensible al vaciamiento de España.
En los años 80 y 90 muy pocos escritores quieren salir al campo, destacan Antonio Muñoz
Molina (El jinete polaco) y Julio
Llamazares (La lluvia amarilla). La
generación de los nacidos entre 1970 y 1990 aproximadamente, o mejor dicho, el
que Del Molino llama grupo de los “viejóvenes” entre los que se incluye él mismo
(junto a novelistas como Jesús Carrasco, Jenn Díaz, Lara Moreno, poetas como
Hasier Larretxea, o cineastas como Paula Ortiz, por poner unos pocos ejemplos)
es el que, una vez superada esa vergüenza de la que hablábamos más arriba, reivindica
una vuelta a la sencillez y lo primordial, una fuga de la ciudad hacia el
interior de uno mismo, invocando a las viejas mitologías de la España interior
para recrearlas desde la contemporaneidad.
Sergio del Molino, convencido de la imposibilidad de llenar la España vacía, apuesta como
escritor por otra España vacía: la España vacía mítica que ha sido llevada a la
ciudad, la que forma parte de nuestra memoria sentimental y que, convertida en
seña de identidad, puede ser una forma de cohesión social en sustitución de un
patriotismo desfasado. Es en el último capítulo, titulado “La patria
imaginaria”, cuando adquieren pleno sentido para el lector las frases que
concluían el capítulo introductorio (pág. 16): “La España urbana no se entiende
sin la vacía. Los fantasmas de la segunda están en las casas de la primera”. De
ese modo, el imaginario de la España vacía se convierte en uno de los caminos
posibles para los escritores y artistas que, como Del Molino y otros de su
generación, “miran hacia dentro”.
Propuestas para las tapas del libro. Por Inmaculada Martín |
La España vacía es un ensayo muy ameno, nada denso,
salpimentado de multitud de anécdotas, que conduce al lector medio por unos
vericuetos reflexivos en los que no teme perderse entre la gran variedad de
conocimientos que aporta porque todos ellos están interrelacionados y
explicados con un lenguaje claro que no requiere diccionario. A pesar de lo
cual no faltan guiños y referencias culturales o literarias para lectores
avisados.
Su
estilo combina diversos tonos, según la ocasión, desde la implicación personal,
marcada por el uso de la primera persona (en la última parte con más
intensidad), hasta diversos grados de distanciamiento, que incluyen la ironía o
el sarcasmo.
La
estructura de la obra contribuye a conectar con un grupo amplio de lectores.
Simplificando mucho, diremos que cada capítulo suele arrancar con un episodio o
anécdota que sirve para animar el interés del lector –el misterio de las casas
quemadas de Gales, la historia del tenedor, el crimen de Fago, la película de
Las Hurdes, los conciertos heavies en
homenaje a Tierno Galván, etc. Después desarrolla sus argumentos analizando
películas, libros, ideologías, comportamientos, siempre deconstruyendo tópicos,
para acabar con una conclusión general, que completará en capítulos sucesivos,
pero no siguiendo un orden lineal sino, mientras avanza, retomando ideas
anteriores y tomando varios caminos simultáneos que a veces se entrecruzan,
para reunirse en la conclusión final.
No es este un libro de historia ni de
geografía, demografía, sociología, antropología o literatura, aunque contiene
un poco de todo ello. No es un ensayo de ciencias sociales, sino un ensayo
literario de un escritor que nos invita a acompañarlo, con sus reflexiones, en
un viaje cultural y sentimental, producto de sus viajes reales por carreteras y
de sus lecturas, clásicas y modernas, literarias, cinematográficas e, incluso,
musicales. Posiblemente a muchos lectores no les cuente ningún dato nuevo, pero
es innegable su poderosa capacidad divulgativa, su reflexión libérrima y
rompedora de etiquetas y lo novedoso de su mirada hacia España desde una
perspectiva no solo personal sino también generacional.
Javier
Aznar Aznar